Capítulo único.

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La tortura de todos los días era mínima a lo que ahora mismo iba viviendo al recorrer el largo pasillo de mi instituto.

No había locker que se salvara de la clara imagen de mi rostro impresa en aquellos papeles que fueron pegados con el afán de querer dañar mi reputación, (escasa reputación).

Mi foto, la cual se hallaba manipulada con una muy baja edición, estaba tachada con grandes letras que decía ''soy gay''. Y el culpable de esto no era más que Tom Kaulitz. Su grupo no tenía la suficiente atención en casa, por ende necesitaba joder a algún rarito que se les cruzara por enfrente, y claro, no hubo otro concursante en la lista más que Trümper.

No sabía si ir a patearle las bolas al rastudo o primeramente deshacerme de cada uno de los putos carteles que seguían siendo causantes de las carcajadas que cada alumno dejaba salir con burla hacia mí, hacia el humillado pelinegro, el cual no era más que un chupa pijas y regala culo.

(...)

Una vez que quité papel por papel me dirigí a mi salón de clase, que por cierto ya estaba repleto con el alumnado, con esos pequeños demonios que minutos atrás no hacían más que reírse de la desgracia ajena y del poco humor que creaba la pandilla de Kaulitz.

Una vez que giré el pomo de la puerta, el profesor no hizo más que lanzarme una mirada de completo desprecio por haber interrumpido el inicio de su clase, si tan sólo supiera el caos que debía vivir para tener el derecho de entrar a clase, para tener el puto derecho de aprender y restregarle mi título de profesional a cada uno de los matones que me hicieron mierda la etapa escolar.

—Llegas tarde, Trümper—Asentí de cabeza agacha mientras daba unos dos pasos dentro del aula, cerrando la puerta a mis espaldas mientras mi mano derecha agarraba mi morral firmemente, aspirando una gran bocanada de oxigeno, preparándome para ser víctima de las ya familiares carcajadas... mismas que no se hicieron presente.

Caminé rápidamente hasta sentarme en mi lugar, escuchando algunos murmullos aflorar una vez que el profesor dio la espalda a la clase para apuntar algunos ejercicios en el pizarrón.

—Trümper ¿Cuándo admitirás que eres gay? Guardadito te lo tenías— Tom, el rastudo mal oliente que estaba a tres puestos más atrás, hacía de nuevo de las suyas con su séquito de niños marginados.

Presioné los puños y giré la cabeza para colisionar su juguetona mirada con una fiera y llena de odio que le di como obsequio.

—¿Por qué no dejas de preocuparte por mi culo? No caes en el, Kaulitz— Y fue un tipo de respuesta que jamás había salido de entre mis labios. Todas las veces pasadas guardé silencio y me encorvé para que basurearan todo lo que quisieran al rarito que se paseaba con sus pantalones rotos, y maquillaje de chica.

—Soy gay, soy gay y lo admitiré...—Y le siguió el grupo, los putos bastardos que en vez de hacer algo productivo creaban un ritmo para éste niñato, quién se hundía en su silla mirando hacia el pizarrón sin saber qué hacer para terminar con la guerra interna que había contra aquellos demonios.

(...)

Las siguientes horas pasaron dolorosamente lentas, dolorosas como cada comentario que escupían los descerebrados que veían venir al chico del culo fácil, al mariquita, al chupa pollas, sí, al mismo que muerde almohadas.

Lo siguiente era resistir el almuerzo, no era algo sumamente complicado, sólo una hora manteniéndome sentado sobre el césped a la sombra de un sauce para apartarme de la luz solar, mientras me devoraba uno de los sándwich que preparaba mi madre.

Como pan de cada día las humillaciones aparecían sin faltar a cada receso, a cada momento que me hallaba desprotegido. En conclusión, todas las horas que permanecía dentro de esa cárcel era bombardeado de esos insultos, en su mayoría relacionados en contra de mi supuesta homosexualidad.

Admite que eres gay.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora