I said you I would do it.

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Te veo iluminado por las luces multicolores que bailan por tu cuerpo mientras regalas tus carcajadas al aire. Desvío la mirada para fijarla ahora en la chica que provoca esa risa, y no puedo evitar la comparación. Cómo duele.

La haces girar sobre sí misma y le colocas un mechón de su bonita cabellera detrás de la oreja. No sirve de nada, su pelo vuelve a moverse salvaje cuando bailas con ella. Juraría que alguien está haciendo su mejor intento en hacerme daño pateando, mordiendo y desgarrando mi estómago, todo al mismo tiempo. Pero no hay nadie salvo tú capaz de hacerlo.

Me enjugo las lágrimas de rabia con las manos, cuyas palmas noto tiernas. Las abro ante mis ojos y observo las marcas de mis uñas que he clavado en mi piel no sé cuándo ni durante cuánto tiempo. Las acaricio brevemente antes de apoyar las manos en la barra. Estoy sola, esperando que el alcohol pueda llenar el infinito hueco de mi ser. Pido un cubata, al que doy un largo trago antes de voltearme para mirarte de nuevo. Tu mano en su cintura me enferma. Me bebo todo el vaso casi de una vez, intentando dejar en el fondo la imagen que se acaba de quedar grabada en mis retinas, sin resultados. La bebida no me hace sentir mejor.

El silencioso llanto deja surcos en la piel de mis mejillas. No me esfuerzo en limpiarlo ya. El chico que está detrás de la barra parece apiadarse de mí y me ofrece otro cubata muy cargado. Se lo agradezco en silencio. El alcohol deja una huella cálida en mi garganta, que no quema tanto como la oleada de celos que me hace sentir como si estuviese al rojo vivo. Mi vestido blanco parece sangrar cuando se derrama sobre él el líquido del vaso.

Desde lejos observo cómo te inclinas sobre su oído y susurras algo. A continuación, te acercas a la barra, y sonrío interiormente. Te colocas a mi lado sin reconocerme y pides un par de bebidas.

-Hola- te saludo con voz pastosa, arrastrando las palabras.

Me miras confundido hasta que caes en la cuenta de quién soy. Tus ojos me recorren dando cuenta de mi lamentable estado de embriaguez. Leo la compasión en tu mirada.

-Hola- me contestas-. No te había visto.

"Por supuesto que no", pienso en mi fuero interno.

-Veo que lo estás pasando muy bien esta noche- es una afirmación realmente estúpida, que nadie en su sano juicio negaría. Él tampoco se molesta en hacerlo.

-Espero que tú también.

Su falsa empatía me hace rabiar. El alcohol me envalentona.

-Lo que acabas de decir es una jodida gilipollez sabiendo cómo estoy.

Su cara es de incomprensión y preocupación, pero una vez hecho pedazos el dique que impedía a las palabras salir, lo demás sale rodado.

Escupo mis sentimientos sin tapujos, lanzándotelos como cuchillos, culpándote de todo y nada a la vez. Intento hacerte conocer el dolor sentido estos cuatro años, empiezo desde el principio sin estar segura de si el alcohol me ha distorsiado los recuerdos o si de verdad dolía así. Avanzo construyendo un camino de palabras, hasta que visualizo el final casi inminente. Y me veo desde fuera vomitando estas realidades, sin dañar a nadie salvo a mí. Y querría parar ahora mismo, de verdad que querría, pero las palabras siguen brotando desde mi boca sin parar, igual que los ríos que empiezan a manar desde mis ojos. El aire me empieza a doler en los pulmones, recesito callar para respirar. Alzo la mirada y te veo, mirándome en silencio. Leo la pena en tu mirada. Me siento despreciable, pura basura. Noto que quieres aprovechar mi silencio para hablar, pero apenas lo consigues.

-Lo siento.

Sólo eso. Dos palabras y te vas, como si no hubieses escuchado absolutamente nada, fingiendo que esto no ha ocurrido. ¡Demonios! ¿Qué coño he hecho? El odio hacia mí misma me sofoca. Las piernas me tiemblan violentamente. Así me siento yo: violenta. Terriblemente violenta. Dañina como nunca me he sentido. Quiero soltar toda la rabia gritando tanto que se me quiebren las cuerdas vocales. Pero como con tantas otras cosas, no puedo. Sólo soy capaz de susurrar flojito.

-Necesito otra.

Promesa personalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora