En donde quiera que esté y hacia donde quiera que vaya
el martillar acompasado de una carcajada estrepitosa
despiadadamente lacera mis frágiles entrañas,
cual tumor maligno que carcome todo en derredor.
Volteo a mirar en todas direcciones, me sacudo enérgicamente,
cúmulos de sangre fluyen copiosamente desde mis sienes.
Extrañas palpitaciones, espasmos y delirios febriles
me arrastran al abismo bizarro de mis más retorcidas pesadillas.
En un lóbrego agujero de apetito insaciable y ferocidad incontenible
un escurridizo espectro tremebundo vigila mis movimientos.
Su imagen es tan vívida ante mis ojos que me parece ser capaz de palparla,
mas repentinamente se desvanece, no sin antes propinarme una certera estocada.
Aún resuena en el interior de mi cabeza esa temida risotada diabólica
cuyo zumbido ensordecedor atormenta incansablemente mi existencia.
Incapaz de acallar su maldita insolencia, inmersa en la impotencia,
lanzo desesperados puñetazos al aire entre sollozos de dolor.
En vano intento suprimir la escalofriante sensación que en mí provoca
esa risa inhumana, insondable, indestructible e inherente a mi alma.
De más está decir que ignoro de dónde proviene o adónde quiere llegar,
sólo puedo asegurar que ella ineludiblemente vagará conmigo por la eternidad.