Loser

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Jiyong andaba por las calles siguiendo un camino que, aunque no lo quisiera y tratara de impedir que fuese así, siempre seguiría siendo el incorrecto. Sus andares eran los de un vagabundo perdido en los cruces de la vida, sus ropas las de un ser solitario al que no se le ha permitido compartir. Hubiera querido evitar aquella situación a cualquier precio, pero nada iba a cambiar ni pagando su vida. No cesaba de preguntarse a sí mismo, ¿qué era lo que había hecho tan mal?

Quizás había hecho mal al acostumbrarse a tan sombría soledad. Las canciones dulces y románticas producían un zumbido insoportable en su cabeza, haciéndole desear poder volar lejos de aquellas esperanzadoras melodías. Nada podría cambiar su forma de ser, tras tantas decepciones y tanto dolor para las personas que una vez lo quisieron, no era un punto discutible.

Su familia... lejos había quedado tras aquel catastrófico accidente. Y con ella, las ganas de vivir y de luchar.

Sí, justo aquel avión fue el que asesinó a sus padres y a su querida hermana. No podía haber sido otro, sino el que portaba a aquellas personas, aquellas únicas personas que cuidaron de él durante tantos años. Jiyong se torturaba repetidamente: si hubiese sido otro aeropuerto, otros billetes, otra puerta de embarque, otro vuelo que hiciera escala... cualquiera de esas posibles variables habría salvado sus vidas.

Aún recordaba sus sonrisas, la mirada segura de su padre que tanta confianza le inspiraba, los ágiles dedos de su madre arreglando sus cabellos, su hermana menor acompañándolo a cada lugar que se le antojaba. Recuerdos materializados en forma de dagas se clavaban profundamente en su corazón, para retirarse y volver a desgarrarle el alma en el momento en que menos se lo esperaba.

El chófer del joven lo encontró sentado en la calle de madrugada, con la mirada completamente perdida más allá del firmamento, en sus pensamientos enrevesados. Con lástima al ver tal vida perdida de esa forma, el hombre recogió a Jiyong y lo llevó a la casa del mismo.

-Señor... Tiene mucho por experimentar aún. Levántese, muéstrele al mundo de lo que es capaz -se atrevió a decir el chófer durante el viaje, preocupado por el estado del menor, pues llevaba demasiado tiempo así.

Jiyong, más allá de enfadarse, como su empleado pensaba que haría, lo miró con un inmenso cansancio impropio de alguien de su edad.

-Si tuviera fuerzas... ya no tengo fuerzas ni para sobrevivir al tiempo.

-Permítame el atrevimiento, pero ¿qué tonterías está diciendo? Le queda mucho para envejecer.

-No hablo de envejecer. Hablo de pura supervivencia en una sociedad que nos engulle -aclaró Jiyong sin alterar su tono de voz.

El chófer se quedó mudo ante aquella respuesta y la gran verdad que encerraba tras ella. Decidió no insistir y lo dejó marchar sin despedirse, Kwon Jiyong era una persona cuya frialdad sobrepasaba su cordialidad.

El chico subió a su lujoso piso y de repente cayó en la cuenta de que odiaba todo lo que quedaba al alcance de su vista. Cogió un viejo pero reluciente bate de béisbol decorativo que tenía en la entrada y arremetió contra el carísimo mobiliario, liberándose de los monstruos de su pasado, o al menos intentándolo.

-¿¡Por qué no pude morir con ellos!? -pronunció en forma de grito desgarrado, siendo ahogado por el estallido de los cristales cuando golpeó una lámpara antigua y alargada, de diseño extranjero.

Cuando estuvo exhausto físicamente, se dejó caer en cualquier parte del suelo y se encogió, mitigando el dolor que lo consumía como un incendio. Miró la pantalla de su móvil, que se le había caído y yacía junto a él, como esperando la llamada de alguien en el que encontrar consuelo. Pero nadie acudió, y él sabía bien por qué.

MADE (BigBang One Shots)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora