A TRAVÉS DEL NIDO DE GHANTS
Prólogo
Guthwulf, conde de Utanyeat, movía los dedos de aquí para allá sobre la gastada madera de la gran mesa de Juan el Presbítero, preocupado por la anormal quietud. Aparte de la ruidosa respiración del copero del rey Elías y del choque de las cucharas contra los cuencos, el espacioso salón estaba en silencio..., mucho más de lo que habría debido estarlo cuando casi una docena de personas tomaban allí su cena. El silencio le parecía doblemente opresivo al ciego Guthwulf, si bien no tenía por qué resultar tan raro: esos días sólo unos cuantos comían en la mesa del rey, y quienes acompañaban a Elías parecían cada vez más ansiosos por marcharse sin tentar a la suerte con algo tan arriesgado como una conversación de sobremesa.
Unas semanas antes, un capitán mercenario llamado Ulgart, procedente de las Praderas Thrithing, había cometido el error de bromear acerca de lo ligeras que eran las mujeres de Nabban. Tal opinión era corriente entre los hombres thrithingos, que no comprendían que una mujer se pintase la cara y llevara vestidos que permitieran enseñar lo que, a juicio de los habitantes de los carromatos, era una desvergonzada cantidad de carne desnuda. La grosera chanza de Ulgart habría pasado inadvertida en compañía de otros hombres, y, dado que eran pocas las mujeres que aún residían en Hayholt, únicamente varones se hallaban sentados a la mesa de Elías. Pero el mercenario había olvidado -o quizá ni siquiera lo sabía- que la esposa del Supremo Rey, muerta por una flecha thrithinga, era una noble nabbana. Cuando fue servido el postre, consistente en una especie de flan, la cabeza de Ulgart ya pendía del arzón delantero de la silla de montar de un guardia erkyno, camino de las puntas que coronaban la Puerta de Nearulagh, para deleite de los cuervos que las poblaban.
Hacía largo tiempo que en la mesa de Hayholt no había una charla vivaz, se dijo Guthwulf. Ahora, las comidas transcurrían en medio de un mutismo casi fúnebre, sólo interrumpido por los gruñidos de los sudorosos criados -que trataban de suplir la falta de varios compañeros desaparecidos- y, de vez en cuando, por los nerviosos cumplidos de los escasos nobles y funcionarios del castillo que no podían rehuir la invitación del rey.
De pronto, Guthwulf oyó un quedo murmullo y reconoció la voz de sir Fluiren, que le susurraba algo al soberano. El anciano caballero acababa de regresar de su Nabban natal, donde había actuado de emisario de Elías ante el duque Benigaris, por lo que ahora ocupaba el lugar de honor a la derecha del Supremo Rey. El hidalgo había explicado a Guthwulf que la conferencia sostenida aquel mismo día con el rey no se había apartado de lo acostumbrado. Sin embargo, Elías parecía preocupado. Guthwulf no podía juzgarlo por su vista, pero las décadas pasadas en su presencia le permitían poner imágenes a cada inflexión de la voz, a cada una de las extrañas observaciones del Supremo Rey. Además, el oído, el olfato y el tacto de Guthwulf, que parecían mucho más agudos desde la pérdida del uso de sus ojos, se hacían todavía más finos en presencia de Dolor, la terrible espada de Elías.
Desde que el rey lo había obligado a tocar el arma, la gris hoja se había transformado para él en algo casi vivo; en algo que lo conocía y esperaba en silencio pero con temible percepción, como un animal que hubiese notado su olor. La mera presencia de la espada le ponía los pelos de punta y hacia que todos sus nervios y tendones estuvieran en suma tensión. A veces, en plena noche, cuando el conde de Utanyeat yacía insomne, creía sentir la hoja a través de los centenares de codos de piedra que separaban sus aposentos de los del rey..., un plomizo corazón cuyos latidos sólo él podía oír.
Súbitamente, Elías echó hacia atrás su sillón, y el chirrido de la madera sobre la piedra sobresaltó a todos los comensales. Guthwulf se figuró unas cucharas y copas inmovilizadas en el aire, goteando.
-¡Maldito seáis, viejo! -rugió el monarca-. ¿Me servís a mí, o a ese cachorro de Benigaris?
-Yo sólo os transmito lo que dice el duque, señor -contestó sir Fluiren con voz trémula-. Pero estoy convencido de que no quiso faltaros al respeto. Tiene problemas en sus fronteras con los clanes de los thrithingos, y los wrans se muestran recalcitrantes...