Epílogo.

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Jason caminaba a su casa, con las manos en sus bolsillos y llorando en silencio. 

Venia de casa de Sophie, solo para saber que ella ya se había ido. ¡A Francia! ¡Nada mas ni nada menos! El había esperado llegar a tiempo de frenarla, de pedirle perdón, pedirle que se quedara, o por lo menos, aunque sea, despedirse. Pero había llegado tarde, Dos semanas tarde, en realidad. Como deseaba no haber ido de campamento en estos momentos, quizas hubiera podido alcanzarla. Aunque cuando de ella se trataba, para él siempre era tarde.

¿Por qué había sido tan ciego, tan niño?

 Antes de entrar a su casa, vio en el porche un regalo envuelto en papel verde. Lo recogió y abrió la puerta. Se sentó en la mesa de la cocina y seco su rostro húmedo con una servilleta de papel.

Rompió el papel de regalo y abrió la caja. En ella, varios sobres, atados con una cinta roja, desprendían olor a mandarina. Y sintió que iba a llorar de nuevo, porque así olía Sophie. Tomo la tarjeta y leyó la dirección. De París.
Sin controlarse, tomo las cartas y las leyó una a una. Todas y cada una, lo llevaron a recordar, porque Sophie se había ido. Porque el no había entendido eso antes, era la duda que no le dejaba dormir. O quizás lo sabia, quizás entendía que era su culpa y quería negarlo.
Al llegar a la última, cayo de la silla y paso su mano por su cabello, releyendo la última frase una y otra vez. Era la despedida que el no quería, aunque se la merecía. 
Esa noche, leyó las cartas de nuevo, antes de ponerlas en la caja y luego bajo su cama.

Esa noche no durmió mucho, pensando en ella. En que alguna vez, hablando de tonterías ella le había dicho que una carta podía ser eterna o solo una palabra. Y que entonces no lo entendió, pero que ahora lo hacia.

Porque aunque las cartas parecían eternas en su manos, todas tenían algo en común. Eran una despedida, desde la primera, hasta la ultima. Eran una sola palabra: Adiós.

El debía concederle ese adiós. Porque cuando amas a alguien, -incluso sin saber amar, como en su caso- quieres que esa persona sea feliz y libre. Y ahora Sophie tenia esa oportunidad. 

Jason se quedo dormido a eso de las cinco de la madrugada. Y al otro lado del mar, una joven de pecas, empezaba sus clases de arte. Y por un momento, aunque sin saber porque, ambos se sintieron libres de una carga que no sabían que llevaban. Quizás ahora se habían liberado...


Fin.



Mis Días Sin Ti.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora