La Foca dormía en el asiento de adelante, con la boca abierta como una foca. Había quedado pegada contra la ventanilla porque Miriam, a su lado roncaba despatarrada, ocupando los dos asientos.
Si los chicos de séptimo A y B no hubieran gritado tanto, habrían escuchado el desafinado concierto de ronquidos que entre las dos hacían: la Foca un ruidito raro, como un silbido, interrumpido cada tanto por su tosecita molesta; Miriam, un rugido profundo, mezcla de hipopótamo resfriado y estornudo de elefante.
Sòlo Martín reparó en ellas:
-¡Che!¡Paren!¡Escuchen!-empezó a gritar.
En ese micro era díficil que alguien escuchara.
Ni a él, ni a Daniel o a Verónica, los coordinadores, que cada tanto tenían la sana intención de tranquilizarlos. Un pedido de silencio siempre traía como resultado un aumento del ruido.
Pero Martín se esmeró, saltó, gritó, fue asiento por asiento... y lo logró. De golpe, hubo silencio, y los ronquidos sonaron claritos, horribles y amenazadores
Y si los gritos no habían despertado a la Foca, el silencio si lo hizo. De pronto, se sentó en el asiento, y todavía dormida preguntó:
-¿Ya llegamos?Una catarata de gritos, risa y silbatinas anónimas fue la respuesta.
La Foca miró por la ventanilla: ruta y mas ruta.
-¿Falta mucho?- le preguntó al chofer.
-Tres horas, más o menos.
Se pasó la mano por la cara, se arregló el pelo y, algo más despierta, se paró, dispuesta a poner un poco de orden. Lentamente empezó a caminar por el pasillo del micro.
-Siéntense bien. Cierre esa ventanilla. Saque los pies del asiento. Levante esa campera.
A medida que ella pasaba se iba haciendo silencio. Solo unas risitas, que por suerte ella no escuchaba, y un montón de muecas y monigotadas que le hacían por detrás, y que por suerte, ella no veía.
-¡Ahí viene!-le dijo Fede a Fabián sacudiéndole el brazo- ¡Dale!¡Metelo en el bolso!
Pero Fabián, como siempre, tenía los auriculares puestos y no escuchó ni medio. Miró a Federico con cara de "que querés", pero ya era tarde para explicaciones.
Fede metió las manos abajo de la campera que estaba sobre el asiento y tironeó. A Virus, el perro de Paula, no le gustó nada que lo despertaran tan violentamente, y gruño.
Justo en ese momento, la Foca estaba llegando al asiento de adelante, el de las chicas.
-Gritan tanto que parecen perros-Dijo.
Paula se puso pálida. Seguro que lo escuchó, pensó.
Virus volvió a gruñir. No quería saber nada de meter la cabeza adentro del bolso.
-¡Grrr!¡Grrr!¡Grrr!- canturreó Fabián tratando de hacerle creer a la Foca que tarareaba la canción que escuchaba.
-¡Saquese ese aparato de las orejas, señor!-
-¿No se da cuenta de que grita como un animal?Eso no es música, son ladridos-
Paula, aterrorizada, abrió la boca para decir algo, y Graciela supo que estaba por confesar. La agarró del brazo y la tironeó al piso.
-¡Callate!- le dijo en un susurro.
-¿Qué hacen en él piso?- preguntó la Foca-.
Siéntense bien, que si él micro frena se pueden golpear.
-Se nos perdió una medallita... -mintió Graciela.
-Sí, de oro -agregó Paula.
- ¿Pero ustedes no escucharon que no había que traer objetos de valor? -les recriminó la Foca.
-Es que es un recuerdo... No me la saco nunca -dijo Graciela.
-¿La que te regaló tu abuela? -se metió Fede para hacer más creíble la mentira, y de paso, distraer a la Foca mientras Fabián seguía luchando con el perro.
-Ésa-dijo Graciela.
-Espera que te ayudo -dijo Fede tirándose también al piso.
-Creo que sí...
-A ver, déjeme ver -dijo. Y antes de que alguien pudiera detenerla, ella también estaba en cuatro patas en él pasillo-.¡Qué chiquero! Junten los papeles, de paso.
Paula, Graciela, Federico y la Foca amontonaban sus cabezas debajo del asiento. La Foca buscaba la medallita, pero los chicos buscaban la forma de sacársela de encima. había sido una pésima excusa.
De pronto Paula tocó algo húmedo. Sacó la mano con asco, pero inmediatamente se dio cuenta. Miró desesperada a Graciela: Virus se había soltado de las manos de Fabián y había pasado por abajo del asiento. Ahora movía la cola, feliz de encontrar a su dueña. Paula lo empujó hacía atrás y él perro, encantado con él juego, ladró.
-¿La encontró?- preguntó la Foca.
-No -dijo Fede para distraerla-. Puede haber rodado para allá.
La Foca giró hacia la otra fila de asientos. Paula aprovechó para volver a empujar a Virus. Fabián pudo agarrarlo de la cola y Virus volvió a ladrar.
-¿La encontró?-volvió a preguntar la Foca.
-Sí, sí -dijo Fabián. Era mejor terminar con esa historia de una vez.
-Démela que yo la guardo, así no la vuelve a perder -dijo la Foca.
Los chicos tragaron saliva. ¿Darle qué?
-Dale, Paula -ordenó Fabián.
Paula lo miró desconcertada. Ella no había encontrado ninguna medalla.
-La medallita -insistió Fabián. Paula no reaccionaba-. La que tenés colgada, nena. La de Graciela, que se olvidó que te la había prestado y creyó que la había perdido -explicó Fabián remarcando bien las palabras.
Ahí Paula se avivó. Se llevó la mano al cuello y se desenganchó su propia medallita.
-¡Yo no sé donde tienen la cabeza!-dijo la Foca, agarrando la medalla-. ¡Pero esta no es de oro, es de plata!
-¿Oro?-dijo Graciela-.¿Yo dije oro? ¡Ay! ¡Qué tonta! Me confundí.
-Los que tenga cosas de valor... -empezó a decir la Foca, pero la interrumpió un empujón de Federico-. ¡Despacio, caramba!
Pero Fede no tenía tiempo para pasar despacio. Cuando Paula se sacó la medallita, Virus aprovechó y pasándole entre las piernas, empezó su propia recorrida por él micro por debajo de los asientos.
Había que frenarlo antes de que lo viera alguien, antes de que lo viera la Foca y, sobre todo, antes de que llegara al asiento de Miriam.
Por suerte, Virus era goloso y un caramelo logró detenerlo. Los chicos miraron a su alrededor:nadie lo había visto. Había que regresar a la Foca a su asiento y, también, distraer a los demás.
Graciela tuvo una idea genial. Agarró a la Foca de un brazo, superando la alegría que le causaba, y lo más cariñosamente que pudo, le dijo:
-Seño... ¿Usted no sabe una canción para enseñarnos?
Fabián se atragantó.
-A ver déjeme pensar... Sí, me acuerdo de una -la Foca tomó aire para empezar.
-Desde acá no la van a escuchar -dijo Graciela-. Mejor que cante adelante.
- Tiene razón. Quédense sentados.
La Foca volvió adelante y parándose junto al chofer, tomó aire y empezó:
Chofer, chofer,
apague ese motor, que en esta cafetera nos morimos de calor.
Él espectáculo distrajo a todos los chicos.
Nadie le prestó atención a Federico que empujaba al perro por debajo de los asientos.
La Foca repetía una y otra vez él estribillo, palmeando y agitando los brazos para que todos cantaran. Era un espectáculo tan sorprendente que, de haber descubierto a Virus en ese momento, nadie le hubiera prestado atención.
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Caidos del mapa III "el viaje de egresados"
Teen FictionNuestros cuatros amigos de Caídos del mapa y Caídos del mapa II " con un pie en el micro", emprenden el tan ansiado viaje a la Falda, Córdoba. El viaje -con un tripulante escondido y los problemas que este personaje les ocasiona- promete momentos ap...