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Desde que sus padres decidieron que era una vergüenza para su familia, Luke vivía en una pequeña habitación cercana a su universidad y trabajaba las tardes de lunes a viernes en su biblioteca. Cuando decidió contarle a su familia lo que tanto tiempo le había costado aceptar, que era gay, no esperaba esa respuesta. Aunque sus hermanos le habían abrazado y le habían dicho que le querrían siempre, sin importar por quien se sintiera atraído o de quien se enamorara, sus padres no habían tomado tan bien la nueva noticia. El asco y el desprecio en la voz de su padre cuando le dijo que no estaba dispuesto a tener ese tipo de engendros bajo su techo y las lágrimas de su madre mientras susurraba plegarias habían quedado clavados a fuego en su mente. Pocos días después Luke se veía en la calle, con una maleta llena de ropa y la cabeza hecha pedazos. Como sus hermanos no vivían cerca y no podían acogerle, se había acabado mudado a la residencia universitaria más barata de la zona, se había metido a trabajar como ayudante en la biblioteca de la zona y sobrevivía a base de comida precalentada y café frío de las máquinas del campus. Luke no era feliz, pero sobrevivía. Y eso era suficiente.

Era un martes por la tarde. Luke intentaba descifrar los apuntes que había tomado en la última clase de economía cuando el sonido de la puerta de la biblioteca le hizo levantar la cabeza. Un chico acababa de entrar por la puerta y observaba las estanterías desde la entrada con aire confuso. Su pelo rojo parecía brillar por la luz del sol que entraba por las ventanas que conformaban la extensión de toda la pared central de la biblioteca, y vestido con una camiseta de Green Day y unos pantalones negros rasgados en demasiados sitios, parecía totalmente fuera de lugar.

Cuando se dio cuenta de la presencia de Luke pareció encontrar la respuesta a sus preguntas y, a la vez que en se abría una pequeña sonrisa en sus labios, empezó a andar con paso decidido hacía el aparador. Luke se puso en pie para poder atenderle.

- Perdona. ¿Trabajas aquí?

Luke no podía hablar. Ni siquiera estaba seguro de poder respirar. De cerca, era uno de los chicos más guapos que se había encontrado nunca.

- ¿Hola? ¿Estás bien?

Sacudiendo la cabeza e intentando no sonrojarse, respondió:

- Eh... eh sí. Sí trabajo aquí. Hola. Hola.

El desconocido arqueo una ceja, pero pareció ignorar el temblor en la voz de Luke.

- Si estás vivo, qué bien. Disculpa pero, ¿sabes si han devuelto ya el segundo libro de Cincuenta sombras de Grey?

Luke dejó escapar una carcajada e intentó disimularlo con un estornudo, porque en serio, ¿Cincuenta sombras de Grey? La estrategia sin embargo, pareció no funcionar, porque rápidamente el chaval sonrió a la vez que negaba con la cabeza:

- No es para mí, te lo juro. Es mi madre, que está la mujer que parece una adolescente con los libros.

- Oh –respondió Luke sonrojándose de nuevo e intentado recordar cómo se hablaba después de verle sonreír de esa forma-. No te preocupes. E-espera, ahora lo busco.

Con la excusa perfecta para recuperar su poco autocontrol se giró hacia el monitor que hasta ahora había estado apagado e introdujo el nombre en la página de búsqueda. Una vez comprobado que el libro no sería devuelto hasta el jueves siguiente Luke se dirigió de nuevo al chico, repitiéndose mentalmente que no, no se iba a volver a sonrojar ni iba a tartamudear. Cuando levantó la vista del suelo se encontró con que el chico le esperaba apoyado en la mesa de madera, mirándolo fijamente con una pequeña sonrisa en los labios. Mierda. Hizo un pequeño gesto al darse cuenta de que le había pillado mirándole y, ensanchando la sonrisa, volvió a incorporarse y se frotó las manos.

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