< Capítulo 1: El principio de todo y el final de nada >

637 19 1
                                    

Los meses transcurrían monótonos y sin vida. El blanco predominaba en su vista nublada por la angustia. Las mismas preguntas rondaban en su cabeza a punto de explotar y su cuerpo estático en la cama no respondía a los tratamientos para fortalecer los músculos ahora inservibles.

Contagiado por la miseria que rodeaba sus días prefirió dormir de nuevo.

Dolor, alegría, traiciones, amistades, amores, noches en vela, mañanas tristes que deseaba que no llegaran, desesperación, lágrimas, risas, fantasías, mentiras convertidas en verdades y verdades ocultas que prefirieron dejar en la oscuridad. Eso y más había vivido, experimentado, sufrido. Teniendo como eterna secuela el amargo olor de la sangre y unos recuerdos a los que se aferraba sin querer dejarlos ir.

Rememorando el sabor de aquel líquido viscoso que recorre sus venas, se escabulló a las tinieblas de lo que fue su vida, su pasado.

-------------------------------------------------------------------------------------------------------

El día había comenzado ajetreado, todo el mundo estaba nervioso, corriendo de un lado a otro, algunos con cientos de papeles en las manos y otros atendiendo decenas de llamadas a la vez, haciendo que decir veinte trabalenguas seguidos fuese más fácil que no morderte la lengua o equivocarte al decir algo entre tanto alboroto y trabajo. Se habían esmerado en que saliesen las cosas bien y el día en que verían si había servido de algo o no, era ese.

Aún con todas las prisas que tenían podía ver como algunos se fijaban en él, mirándolo con alivio al saber que no les tocaba a ellos vivir lo que él estaba a punto de pasar que por suerte o desgracia, tendría que aguantar durante algún tiempo si quería conseguir su objetivo. Ya se había acostumbrado a esos ojos compasivos y se alegró al pensar que sería la última vez que los vería.

A su lado se encontraba un hombre de unos treinta años, uniformado con el típico conjunto de chófer recordándole lo que le habían instruido, añadiendo consejos de vez en cuando, aunque no le prestaba la menor atención.

-----------------------------------------------------------------------------------------------------------

La noche había llegado tan de prisa que no se había dado cuenta que debía ir preparándose cuanto antes. Estaba en una habitación blanca sin ninguna decoración, con un armario, una cama de sábanas blancas y una mesilla de noche marrón como únicos muebles. Abrió el armario, cogiendo un traje de etiqueta, de chaqueta y pantalón negros, una camiseta blanca, calcetines y zapatos de vestir, sin querer imaginar cuanto debía costar aquello.

Se los puso y fue a coger la corbata a juego que había en un cajón del armario, cuando sin previo aviso, la puerta se abrió de un golpe.

– Debemos irnos ya, el coche está en la entrada – era el mismo hombre vestido de chófer que ahora gritaba histérico con los nervios a flor de piel. Le cogió de la mano y lo arrastró fuera de la habitación.

– ¿Pero qué ocurre? ¿A qué viene esto? – miraba extrañado el manojo de nervios en que se había convertido, intentando en vano zafarse de su agarre –  Ni siquiera me he acabado de vestir.

– No hay tiempo, nos acaban de informar de que los planes han cambiado, debemos irnos ya si queremos llegar a tiempo, te dirán los detalles cuando llegues. –  pronunció a toda prisa, saliendo de la habitación sin cerrarla y corriendo por entre los largos pasillos del recinto hasta encontrar la salida.

Confuso, le siguió dando traspiés por la velocidad a la que iban. No preguntó nada, simplemente se quedó callado procurando seguir sus pasos, para al fin situarse en la parte trasera del coche estacionado en el aparcamiento subterráneo, pensando por primera vez si estaba en el camino correcto.

Mundo de imitacionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora