Untitled part

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                                                                                                              Qui amat periculum, in illo peribet.

                                                                                                                                                              Eclesiastés.

            Hay miradas de muchos tipos. Muchísimas miradas nos rodean cada día. Cada una tiene un modo distinto. Cada mirada mira distinto. Cada mirada dice algo distinto, esconde algo distinto, pregunta algo distinto.

            Hoy fui testigo de una mirada muy extraña. Una que mirada que no había mirado mirarme jamás. Y esa mirada fue pasado, presente y futuro; fue momento y fue eternidad; fue noche y fue día; fue pedido y exigencia; fue muerte y vida; definitivamente, fue una mirada como pocas.

           Ese par de ojos en la oscuridad, mirándome, adornados por una risa y condimentados por unos besos. Nunca una mirada me había hecho sentir de ese modo. Nunca me había sentido morir tan rápido ante un par de ojos. Una mirada que asesina. Las hay, créanme. Nunca me vi tan vulnerable. Nunca me vi tan débil. Quería romper a llorar. Quería gritar. Quería golpear las paredes hasta que las paredes sangraran con la sangre de mis manos. Quería escapar. Quería no sentirme así, no sentirme vulnerable.

           Pero no quería que ese par de ojos dejara de mirarme.

            Apuñalaba. Les aseguro que esa mirada apuñalaba. Era la mirada más profunda que alguien me había dirigido alguna vez, la que más hondo había calado en mi. La sentía en mi cerebro, analizándome, leyéndome como un libro abierto. Esa mirada ingresaba en mi como un cuchillo, como una daga romana que ya ha asesinado a muchos; ingresaba en mi, doliéndome en la carne, en el espíritu, en la mente, rasgándome, cortando pedazos de mi como si yo no fuera más que un trozo de tela. Y luego sólo había que darme un tiro para desgarrarme por completo.

         Y me desgarró. Con fuerza. Con una fuerza inusitada. El peso de esos ojos sobre mi, el peso de las preguntas en esos ojos me aplastaba contra ese colchón.

         Eran un abismo. Eran peligro. Eran amor. Eran muerte. Eran vida. Todo ello eran ese par de ojos. Un par de ojos que me miraba desde lejos y desde cerca, leyéndome. Y sin embargo volvería a pararme al borde del abismo; volvería a enfrentar el peligro; sentiría el amor y moriría en él si tan sólo esa mirada me mirara de nuevo.

        Esa mirada me destruyó. Pero la misma mirada puede reconstruírme. La misma mirada, de la misma persona, es la que puede reconstruírme. A pesar del dolor, del desgarramiento, de esa muerte prematura en ese par de ojos, quiero volver a ver esa mirada contra mi. Contra mi, desafiándome. Contra mi, apuñalándome. Contra mi, aplastándome.

        Contra mi.

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⏰ Última actualización: Sep 06, 2015 ⏰

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