Reflexión (150)

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En retrospectiva: vamos aceptando golpes, recogiendo sueños rotos, ilusiones vencidas, esperanzas que ya nadie quiere, y prefieren tirarlas antes de usarlas, o de darles siquiera una oportunidad. Pienso que no todos merecen una segunda, algunos merecen incluso una quinta, porque realmente luchan, luchan con garras, con coraje, con el alma puesta entre las manos. Y son los mismos que han vivido siempre en la azotea de una vida que jamás supo entender el porqué ni el por quién de las cosas, o de las circunstancias, o de tanta mierda que pasaba mientras el mundo no paraba de sonreír, a veces pienso que esa es su forma de rendirse ante los pies de un atardecer. O no sé, quizás es que también está cansada de nosotros, o es que tiene vértigo de tantas veces que pronunciamos la palabra amor para usarla de limpiapisos.

El amor es saltar al vacío y esperar que en la caída te crezcan alas. Pero qué pasa cuando no, cuando estás destinado a caer y chocarte a una velocidad temible contra el asfalto, y te crujen hasta los sentimientos y tienes que andar después rechinando como lo hacen las cosas viejas. Aunque yo siempre fui amante de las almas viejas, rebeldes y rotas, como la voz de Amy.

A ver, no todo tiene que salirnos mal, algunas cosas están destinadas a pasar como una gran lección; otras, para no volverlas a cometer jamás; y otras, para curar nuestras heridas; y las últimas, para decirnos "vine para algún día irme".

Muchos son los que me han brindado una mano ante mi caída, pero nadie se puso a pensar que quizás, en el fondo, buscaba la herida, el golpe que me rompiera todos los huesos. Porque si algo he aprendido es que la mayor parte de las cosas que uno quiere, terminan doliendo en la medida con la que se buscan. Y yo he buscado hasta por debajo del mar la sonrisa de aquel triste que me vio en aquella estación mientras esperaba el tren que sabía que ya había pasado, pero que tenía tantas ganas de que alguien me acompañase en mi soledad, y que me tronase los dedos con los suyos.

Y ya está, por decisión propia he decidido no saltar más, no evitar más los precipicios, porque aquel día, en aquella hora y en aquel momento fue una sonrisa el mayor abismo en el que he caído jamás.

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