Casa de Juegos

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Había humedad en aquella oscuridad que mis ojos veían. El frío y la soledad eran mayores cada minuto que pasaba; centenares de bichos me rodeaban, eran mis compañeros con libertad en aquel angosto lugar. Arañas,cucarachas, moscas... rozaban mi cuerpo famélico. Aquel pequeño cuarto, de aire viciado, pesado, sin ventanas al exterior, sería mi tumba.

En aquella oscuridad, no sabía si el día era noche, o la noche era día. Solo sabía, que a la misma hora él aparecería. Ropa negra, y un pañuelo tapaban su rostro. No podía saber quien era. No podía saber porqué estaba allí. No podía saber el porqué de todo esto. Siempre venia con una cuerda, que apretaba a mi cuello hasta el punto de dejarme casi sin aire. Cuando estaba en el suelo, apenas sin fuerza alguna, me tapaba los ojos con una venda. Era arrastrado por la soga que alrededor de mi cuello, simbolizaba la decadencia de mi ser, el ser humano que era, a alturas de un simple animal.

En su sala de torturas era atado a una mesa metálica, fría, dura. Mis extremidades estaban enganchadas a ella por unas tiras de cuero, que como fuego dejaban sus marcas en mis muñecas huesudas.

No fui su primer huesped en aquel lúgubre lugar. En los primeros días de este infierno,restos de cadáveres se amontonaban en su sala de juegos, donde la sangre, coagulada, manchaba el suelo, las paredes, la mesa metálica y sus pequeños juguetes, que usaba para divertirse con nosotros.

Seguía atado, y el olor repulsivo me mareaba. Tiempo si y tiempo también, no paraba de desear morir una vez inmobil en aquel frío lugar. Mi cuerpo, falto de trozos de órganos no sabia si podría aguantar una noche más allí;mi cuerpo, recubierto de cicatrices, no seria capaz de sobrevivir.

A pesar de la oscuridad que nos rodeaba, un pequeño foco me dejaba ver su sonrisa, solo eso,y nada más, podía yo ver. Esa sonrisa de locura y placer que le salía, cada vez que me llevaba a aquel lugar. Él sabía que podía ser mi ultimo suspiro en aquel antro infernal. Poco a poco, tomándose su tiempo, comenzó a cortarme una a una las falanges de los dedos de cada una de mis débiles manos. Gritar? Ojalá pudiese. Ya estaba acostumbrado a aquel dolor, que sentía en aquel momento y a todas horas. Mis cuerdas vocales no emitían ningún sonido. Él lo odiaba.Comenzaba a clavarme agujas, de diferentes tamaños, en la heridas de mis dedos mutilados. La sangre salía de mí, haciendo un pequeño río de agua roja, que deslizándose, teñía de rojo el blanco suelo. De vez en cuando perdía la consciencia por el dolor que sufría. Él lo odiaba. Quería verme sufrir, y desde diez mil, quería que recitase los números a la inversa hasta llegar a cero. Era su juego favorito, escuchar los números, pronunciados con el último hilo de voz de sus victimas. Su asquerosa sonrisa aparecía en mis recuerdos cada día, haciéndome recordar el pánico que tenia en aquella sala. Cada vez que dormía, aparecía; cada vez que mis ojos eran empañados por la oscuridad, aparecía; cada vez que pestañeaba,aparecía.

Se aburrió de mis manos,y decidió arrancarme la camiseta. Un pequeño bote metálico apareció ante mi. Echó unas gotitas sobre mi barriga, y el ácido comenzó a hacer efecto. No podía recitar sus números, esta vez no. Grité y grité de dolor, el ácido que una vez estaba en la superficie de mi cuerpo, estaba atravesando mis entrañas, hiriendo los pocos órganos que me quedaban. Mis músculos se contraían por el dolor, y con el último grito que lancé, antes de que el ácido atravesase mi espalda, una gran cantidad de sangre salió disparada de mi boca.Nunca había sentido tal dolor, ya no estaba en mí. Mi cordura había desaparecido por completo, y empecé a reír, igualando su locura, él sonrió. Esa sonrisa provocó que volviese en mí, lo cual me provocó horror. Multitud de sentimientos emergieron, y unas lágrimas de mis ojos brotaron. Antes de que abriese la boca, él se abalanzó sobre ella, tapándola, haciendo fuerza sobre mi cabeza, y con un bisturí en la otra mano, me cortó un ojo. El filo fino de su arma, rozando mi ojo provocó casi el desmayo, y una vez extraído, lo puso ante mi otro ojo, el cual no podía cerrar. No por el dolor, sino porque momentos antes, con el mismo bisturí con el que me lo extrajo, cortó el párpado. Ante el asco y repulsión que esa imagen había creado en mí, las ganas de vomitar que no logré aguantar, aparecieron.

Allí estaba yo, en aquella mesa metálica, recubierto de vómito y sangre, con los músculos tensos, al borde de la rotura. Solos yo, mi dolor y mi locura. Al cabo apareció otra vez, con la cuerda, que como en otras ocasiones, usaba para estrangularme y arrastrarme por toda la vivienda, dejando tras de mi una gran mancha de sangre.

Mi cuerpo estaba sin fuerzas, era el ocaso de mi vida? No lo sabía con certeza. Solo sabía que seguía en aquel infierno. Con un pequeño empujón,desplazó aquel saco de huesos que era yo, al interior de aquel cuartucho oscuro, húmedo, frío y repleto de bichos, que en cuanto cerró la puerta, se había convertido en mi tumba.

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