Capítulo I

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Miradas fugaces

-Querida, como es que una joven tan preciosa como tú está aqui tan sola?- Le preguntó Aronne, con esa sonrisa ladina suya. En su mirada había una chispa burlesca, que se burlaba de la joven damisela.

Melibea, perpleja ante las palabras de ese ser tan apuesto y sexy, se acongojó ante el susto.

Tan solo le miró un par de segundos para saber, que ese apuesto hombre, pertenecía a la aristocracia.

Tras meditar y sopesar sus palabras, Melibea decidió dedicarle unas groseras palabras a ese sujeto con ese aire de arrogante.

Podría ser una prostituta como su madre, pero todavía tenía su dignidad y su orgullo intacto.

-Creo que eso no es de tu incumbencia caballero...-La muchacha pensó en que aquel sujeto todavía no le había dicho el nombre, el joven ante la duda de la muchacha, le dijo su nombre.

->>Aronne

Melibea ante acto tal acto, demasiado seductor para su gusto; Se sonrojó. Sus mejillas adoptaron un leve color carmesí, dandole otra vez ese aire inocente a la joven.

-Bien señor Aronne, si me disculpa, estoy aquí para trabajar. Algunas aquí tenemos que ganarnos la vida para poder llevarnos algo de comida a la boca. Y si no estas dispuesto a pagar un precio justo por mi labor, puede retirarse.- Le dijó fríamente Melibea a Aronne, el cual se quedó mudo.

Como aquella insolenta esclava de la sociedad osaba a tratarle con tal menosprecio.

El era el hijo de un gran aristócrata, era millonario, era apuesto y terriblemente seductor.

-Pero...- Empezó a hablar el joven, mirando a Melibea con un odio y desprecio tan normal en los de su rango.

-He dicho que puede retirarse- Bramó Melibea, mirandole a los ojos, con un odio terrible.

Ese era el típico sujeto que no le caía bien. Arrogante, seductor... Se creía que con un par de palabras, la damisela cedería de buen gusto a darle placer.

El típico hombre machista y sin escrúpulos. El típico hombre que trataba a las féminas como si fuesen meros objetos para su propio placer.

Pero Melibea tenía terminantemente claro, que ella, no era ningún objeto. Que ella era una mujer capaz de cumplir con todo lo que se le pusiera delante.

Dulcinea a unos cuantos pasos de distancia de su hija, observó con atención la escena.

Uno de los mejores clientes y amantes, coqueteando con su inocente hija.

Lo que no se esperaba era que, su rebelde hija, le tratara como gusano. La madre de la joven, sabía que si aquel hombre se enfadaba con su hija, este le propiciaría una sarta de golpes, hasta que la joven cayera desmayada en el suelo.

Dulcinea, decidió intervenir en la tensa situación, pues se podía cortar con un simples cuchillo ciego.

Era la primera noche de Melibea, la joven todavía no sabía atenerse a las consecuencias, y por una vez, su madre, decidió ayudarla.

Cuando la joven oyó el típico retintín de los tacones de su madre, elevó la vista hasta los ojos fulminantes de su madre.

Desde ese momento, supo que había cometido un error al haber tratado a ese hombre con esa grosería tan típica en ella, cuando se trataba de hombres tan frívolos.

-Perdone usted caballero, por mi comportamiento tan poco gentil. Si me disculpa, me dirigiré al escusado.

Dulcinea escuchó esas palabras de los carnosos labios de su hija, y al ver la mirada desconcertada del joven, supo que su hija no estaba en peligro.

Pero aún así, deseaba poder decirle personalmente disculpas a tan buen cliente.

-Perdonele usted señor, hoy es su primera noche aquí. Disculpe las molestias- Le dijó Dulcinea con infinita dulzura y con esa sonrisa tan sexy, le demonstró sus mas perfectos dientes blancos.

-No se preocupe, al parecer la joven tiene mucho carácter. A saber quien la habrá educado.- Dijo arrogante y despreocupado, Aronne.

-Desea que le complazca esta noche señor?- Preguntó Dulcinea con una pose muy sexy. Pero se decepcionó al ver la mirada decepcionada del caballero Aronne.

-No, muchas gracias. Por hoy ya no me apetece más. Si me disculpa.- Y se apresuró a salir de allí, con aire presuntuoso. Mirando a los demás por encima del hombro, como si fueran la mismisima escoria.

Al parecer, Dulcinea, hoy perdería un cliente por culpa de su rebelde hija Melibea.

El cielo estaba nublado esa noche, el joven Daimon, miró por la ventana de su cuarto, con la esperanza de poder ver al menos, una mísera estrella en esa infinita noche.

Las noches para él pasaban tan lentas que a veces se preguntaba porqué? Tendría que hacer lo mismo que su padre y su hermano para poder dormir tranquilo?

La respuesta, obviamente era no.

Al joven Daimon, no le gustaba jugar con el cuerpo de maduras señoras. No le gustaba la manera en que sus parientes trataban a esas damiselas, como si fuesen escoria.

Quizás el sería el único diferente en esa familia.

Lógicamente, nada de eso podría decirselo a su padre. Su padre pertenecía al rango mayor de la Aristocracia, era estricto con respecto a las mujeres. Las trataba como las sobras de la comida.

Tras la muerte de su madre, su padre Gaspard empezó a tratar a las mujeres como tal.

Para el, la unica mujer especial era su difunta madre. La cual murió muy joven al dar la luz a su menor hijo, él.

Quizás por eso, su padre le trataba con desprecio, valorizando mas a su hermano mayor.

El cual era igual de déspota que él.

Ni el mas milagroso milagre podría curar al corazón tan roto y mal curado de su viejo padre.

Daimon, con el sueño aproximandose a sus facciones faciales, decidió acostarse en su amplia cama, para dormir plácidamente.

Aunque sus pensamientos siempre le hacían demorar en dormir.

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N/A al lado teneis la foto de Aronne. Muchas gracias a todos. Un saludo.

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⏰ Última actualización: May 07, 2013 ⏰

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