Capítulo 1

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En el tranquilo y pintoresco pueblo de Valdostana, ubicado en lo profundo de las colinas italianas, la joven Alexandra Montanari se despertó temprano, tal como lo hacía todos los días. La serenidad del lugar encajaba perfectamente con su personalidad reservada y su devoción al tiro con arco. Con 19 años, Alexandra ya había forjado una reputación en el mundo del arco italiano, y aspiraba a un sueño aún más grande: convertirse en la mejor arquera de Italia.

El sol de la mañana se filtraba a través de las cortinas de su habitación, arrojando rayos dorados que iluminaban su camiseta negra ceñida al cuerpo y sus pantalones de tiro con arco. Mientras se vestía, su mirada se posó en su arco compuesto, una extensión de su cuerpo, una herramienta que anhelaba perfeccionar. Cada día era una oportunidad para refinar su técnica y alcanzar la perfección.

Grecia Rossu, por otro lado, tenía una relación más caótica con el tiempo. A sus 17 años, era una mente inquieta atrapada en un mundo que nunca parecía ser lo suficientemente intrigante. Se despertó tarde, con el reloj en modo frenético, y se apresuró a vestirse. El primer día de clases en el Instituto Monteverde era un recordatorio constante de sus propias distracciones.

En el Instituto Monteverde, las primeras filas de sillas estaban vacías, excepto por Alexandra, que siempre ocupaba el asiento junto a la ventana. Aunque pasaba la mayoría de sus días sola, se sentía en casa frente a la vista de Valdostana, donde los edificios de piedra se alzaban entre calles adoquinadas. El silencio de la mañana era interrumpido por el susurro de las hojas de los árboles y el canto de los pájaros.

Grecia, en cambio, se sentía fuera de lugar en el instituto. Sus pensamientos eran como hojas arrastradas por el viento, incapaces de aterrizar en un lugar concreto. Ella eligió un asiento vacío hacia el fondo, rodeada de conversaciones animadas y risas de otros estudiantes. Mientras observaba la sala, sus ojos se encontraron con los de Alexandra, que parecía estar en otro mundo, ajena a las distracciones a su alrededor.

La presidenta del consejo estudiantil, Giulia, se levantó en el estrado y comenzó su discurso de bienvenida. Su belleza y elocuencia hipnotizaron a la mayoría de los estudiantes, pero no a Alexandra. Ella solo podía pensar en cómo mejorar su puntería y perfeccionar su técnica. La búsqueda de la perfección era su constante compañera, la única obsesión que la mantenía en equilibrio.

Grecia, mientras tanto, intentaba mantenerse enfocada en las palabras de Giulia, aunque su mente seguía divagando hacia la última novela que estaba leyendo y los versos de una canción que se negaban a abandonar su cabeza.

Cuando la ceremonia de inicio finalmente terminó, Grecia se levantó y se dirigió hacia la puerta. Mientras caminaba por el pasillo, su mente divagaba por terrenos inexplorados, perdida en sus propios pensamientos y en la música que sonaba en sus audífonos. A pesar de estar rodeada de estudiantes animados y charlas emocionadas sobre el nuevo año escolar, Grecia se sentía sola en su propio mundo.

Alexandra, por otro lado, se quedó sentada, sumergida en sus pensamientos y aspiraciones. Miró por la ventana y observó cómo el sol se alzaba sobre las colinas que rodeaban Valdostana. Inspiró profundamente, sintiendo una calma que solo encontraba en esos momentos de soledad. La búsqueda de la perfección era su constante compañera, la única obsesión que la mantenía en equilibrio.

El eco de las palabras de Giulia aún resonaba en su mente mientras reflexionaba sobre su camino en el tiro con arco. Cada día, cada flecha disparada, la acercaba un paso más a su sueño de convertirse en la mejor arquera de Italia. A veces, se preguntaba si el sacrificio de la soledad valía la pena, pero siempre encontraba la respuesta en el vuelo de una flecha perfectamente lanzada.

Grecia se detuvo en el umbral de la puerta y miró hacia atrás, observando a Alexandra por un momento. La arquera, completamente ajena a su presencia, parecía estar en otro mundo. Grecia, intrigada por la aparente indiferencia de Alexandra hacia las distracciones del mundo, se sintió atraída por esa aura de concentración y determinación.

Un rayo de sol se deslizó a través de la ventana y aterrizó en el rostro de Alexandra, iluminando sus rasgos decididos. Grecia sintió que había descubierto un enigma que quería resolver. Aunque sus mundos parecían opuestos, algo en Alexandra la intrigaba y la atraía. Ese primer día de clases había sido el comienzo de algo inesperado.

Grecia finalmente salió de la sala, dejando atrás a Alexandra y el eco de sus pensamientos. Ambas estaban en busca de sus propios destinos, cada una persiguiendo su propia perfección en un mundo que a menudo parecía ajeno.

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