El día había pasado más rápido de lo previsto. Ya la aurora se apoderaba del cielo cual manto rosa. El viento se había hecho presente en las oscuras ondas de mi cabello haciéndolas que compartieran de aquel dulce baile que llevaba. Alcé sutilmente de mis perlas azabache para poder admirar de la sublime pincelada tricolor acompañada por las nubes algodonadas. Por un momento paso por mi cabeza aquella sensación que provocaba en mi piel un sin mil de pequeñas bolitas. ¿Sera realmente un momento efímero? Me cuestione para mis adentros. Aun cuando la travesía que estaba a punto de vivir estaba más que asegurada mi mente no dejaba de hacerme malas jugadas. Tome firmemente de tal pedazo de papel fortaleciendo mis sentidos y percatándome de tal limerencia.
Recordaba claramente de su iris color miel que me observaba con atención. El latir de mi corazón en ese momento junto a mi razón era algo inefable ante los demás, incluso ante mí. Su corto cabello carmesí con suaves tonalidades oscuras que invadía por completo mi sentido del tacto al igual que sus adulzados labios que compartían un momento único con los míos. Aquel casto pero esplendido beso que jamás olvidaría.
Carmen seguramente era el nombre que jamás iba a olvidar. Aquel ser había traído consigo amor, caos, inseguridad, dulzura. Todo en un mismo paquete. En tal entonces yo solía ser una persona egoísta, además de insegura. No iba a permitir que cualquiera oliera de tan hermosa flor y mucho menos perderse en su espléndido toque. Sus pétalos era la manta más suave que había tocado en mi vida aun cuando yacían de color eran tan bellas aquellas que se extendían por el borde del cuerpo plantándose firmemente en el cálido césped.
Recuerdo exactamente la fecha en donde escuche de sus primeras palabras. Un tono tan melifluo debía de ser encerrado en una caja musical, bailarina cual viento, interprete del arte y dulzura de la misma. La sangre comenzó a llegar con rapidez a mi corazón, al igual que mis pupilas se volvieron un par de lunas. Justo ese fue el momento en que me sentí completamente rendida a sus pies, y no por su figura. Tallo fino y delgado de un verde con mezclas de celeste firme en la tierra. Pétalos cafés como el otoño.
Cuál hubiera sido mi suerte de haberme convertido en colibrí para poder beber de aquel néctar tan oculto en su piel. Un punto tan sensible donde con el más simple toqué le haría sentir todo lo que había callado.
Carmen alzo de su brazo hacía su corta y enredada melena. ¿Cómo sus dedos podían pasar de una forma tan sutil por tan enredado bosque? Desee tocarlo, poseerlo, perderme en el si era necesario. La nieve comenzó a caer como si se tratara de una de las ventiscas más fuertes de la historia, sin embargo fue allí cuando logre verla. Pequeños pedazos de cristal introduciéndose en su piel uniéndose de uno en uno, permitiéndome ver aquella pureza que le caracterizaba. Un fuerte y notorio fuego se había establecido justo bajo sus ojos, siguiendo por la nariz y terminando casi en la boca. Largas y finas hojas se posaban como en primavera ocultando el sol, adornando solamente la parte superior. Era hermosa ante la vista, ante al tacto.
Su ser era completamente etéreo, envolviéndome por completo en sus suaves hojas cafés color otoño. Suaves ante el tacto. Estaba más que confirmado mi amor ante ella. Sabía exactamente que esto era solo un amor de mí hacia ella, no viceversa. A pesar de la suave pose de sus labios aquello no era amor.
Descendí de mi sueño, regresando a la realidad que me rodeaba. Colores opacos era mi entorno. Ruido en cada rincón de la calle. Viento tan salvaje e imposible de alcanzar. Sin Carmen.