Llamada de auxilio

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«La mente es un sirviente maravilloso, pero un amo terrible».

ROBIN S. SHARMA


La gota de sangre resbaló por su antebrazo, recorrió los pliegues de su piel madura, rodeando la mancha irregular que sobresalía en su muñeca, y cayó en picado sobre la superficie del lavabo, donde se diluyó en la corriente de agua. Así sucedió con todas las demás hasta que ella se dio por satisfecha y dejó las pinzas a un lado. Esa mañana había tenido suerte, pues había logrado capturar varios especímenes, los cuales había introducido en un pequeño bote de cristal. Los de pastillas no le gustaban, porque eran opacos y no se podía ver claramente a través de ellos.

Contenta con su logro del día, Martha limpió las pinzas en alcohol al setenta por ciento y las guardó. Después buscó la botella de clorhexidina y se dio un baño con la solución. El procedimiento duraba casi una hora, dado que no podía dejar ni un pedacito de su cuerpo sin limpiar con el antiséptico. Solo así se atrevía a salir de su vivienda, aunque ella apenas se aventuraba al supermercado y la farmacia de la esquina (cuando era necesario). El resto del tiempo lo dedicaba a la limpieza de la casa: a pasar la aspiradora, revisar los colchones y lavar las sábanas en el ciclo de agua caliente. Sin embargo, ese día tenía cita con su dermatóloga, de modo que se vistió con ropa de calle y se recogió el cabello en un moño apretado.

El viaje en subterráneo era una tortura, porque todo potenciaba el contagio: el espacio reducido, los asientos mugrosos, el aire encerrado. Por eso buscaba el lugar con menos concentración de personas, pero no siempre lo conseguía. Tal fue el caso esa mañana; el único espacio disponible que había logrado encontrar fue junto a una mujer embarazada, una muchacha que apenas comenzaba a vivir. Martha pensó en la tremenda tragedia que sería si esa joven se contagiaba con su enfermedad, por lo que se apretujó lo más que pudo contra la baranda de metal, encogiéndose en sí misma mientras apretaba su bolso desgastado.

La joven -que Dios la bendijera- giró el rostro hacia ella y le sonrió, una rareza en esos medios de transporte. Por lo general la gente de la ciudad andaba ensimismada, sin apenas fijarse en la persona de al lado, algo que en los últimos tiempos Martha había aprendido a aprovechar. Al principio se le había dificultado emular ese desinterés; apreciaba la amabilidad, hablar con las personas en la fila del banco. Sin embargo, la necesidad la obligó a adaptarse y cambiar sus costumbres. Ya no le costaba ignorar a los demás.

La distancia entre su vecindario y el hospital de dermatología eran cuatro paradas. Martha las contó una por una, ansiosa por bajarse del vagón infernal. Para cuando llegó a la tercera, tenía la espalda empapada en sudor. La piel comenzaba a picarle, lo cual aumentó su ansiedad a niveles insoportables. Se moría por rascarse, por aliviar la comezón que se volvía cada vez más intensa. Pero como eso aumentaría el riesgo de contagio, apretó los dientes y se estiró los puños del jersey, contando los segundos que faltaban para llegar a la estación.

***

Esta vez la doctora no podría negar la evidencia, pensó Martha al tiempo que abría su bolso y sacaba el botecito que había protegido durante el viaje. Lo levantó a la altura de los ojos para mirarlo al trasluz, arrugando la nariz en disgusto al ver los asquerosos bichos retorciéndose en el fondo del envase. Las larvas eran translúcidas, excepto por la cabeza, que era negra con dientecillos afilados. A simple vista no se podía distinguir ese detalle, mas sí bajo el microscopio. Ella misma lo había comprobado en uno que le había costado una buena tajada de su pensión.

La doctora ingresó en la sala un tiempo después. Era una mujer joven, en sus cuarenta, rubia y de ojos claros, con una piel envidiable; probablemente producto de los tratamientos a los que se sometía. Y así debería ser, se dijo Martha. ¿Quién confiaría en una dermatóloga con el cutis reseco y lleno de manchas?

Llamada de auxilio [Desafío: Keep the loonies on the path]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora