Hielo

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Amanece otro día y como cada amanecer, abro la ventana de mi cuarto y me asomo para observar una vista privilegiada de mi pequeña aldea, Rosengford. Desde mi ventana, puedo ver la calle principal, en la cual encontramos varios comercios así como algunos vendedores ambulantes y personas haciendo malabares, los cuales me encanta observar durante horas y horas, he admirado siempre como hacen volar los bolos sobre sus cabezas. De esa calle principal nacen dos calles paralelas entre sí, donde encontramos unas casas de dos plantas formadas por piedra caliza blanquecina y vigas de roca volcánica, negras como el ojo de un dragón. La aldea se encuentra rodeada de un frondoso bosque lleno de árboles que parecen alzarse gigantes, casi tocando el cielo. Este lugar es mi favorito en toda la aldea, porque es donde mi padre me enseñó a utilizar el arco.

Como cada mañana, me enfundo la ropa de caza, un chaleco de cuero negro, el cual me cosió mama, puedo afirmar que es la prenda idónea para cazar. En la parte inferior llevo unos pantalones negros, y unas botas del mismo color que el tronco de los árboles del bosque. Por último, cojo el carcaj blanco que me regalo mi tío, Baltos, un carcaj alucinante, hecho con la piel de las mejores bestias de toda la comarca, dignos del mejor artesano.

Una vez listo, bajo los escalones que separan mi cuarto del resto de la casa, me encanta bajar esos escalones deslizándome por el barandal hecho de madera de caoba, que sintoniza a la perfección con las vigas negras, aunque a mama no le haga tanta gracia verme deslizarme sobre él. Tras despedirme de ella, me encuentro con papa, que ya me espera a lomos de Tormenta, nuestro caballo. Es una sensación indescriptible ir a lomos de Tormenta cabalgando hacia el bosque junto con papa, mientras él me cuenta historia sobre nuestros ancestros.

Hoy iba a ser mi día, ya que papa se hizo daño en el brazo el último día que cazamos, así que toda la responsabilidad caería sobre mí. Una vez llegamos al bosque, nos bajamos de Tormenta, ya que el camino se volvió sinuoso y truncado, incluso para Tormenta, a pesar de que yo pensaba que era el mejor caballo que alguien podría tener jamás.

Mientras caminaba junto a papa, no podía parar de admirar la inmensidad del bosque, y como los arboles inclinados hacia el camino, parecían observarme y guiarme en todo momento. Sin embargo, en mitad de mi ensimismamiento y mi imaginación sobre historias de este bosque, un alarido de mi padre me sorprendió.

-Deprisa Bastian, saca el arco- dijo papa mientras se escondía en un arbusto.

En ese momento, observe a un ciervo a unos 20 metros de mí, era un animal increíble, pesaría unos 200 kg y tenía dos astas, delante de las cuales no me hubiera gustado estar en ninguna circunstancia. En ese momento, rondó mi cabeza todo lo que papa me había enseñado sobre el tiro con arco, y aunque los nervios hicieron que las manos se me pusieran un poco sudorosas, conseguí alcanzar al ciervo con una de las flechas de marfil con la punta de piedra que mi tío me había preparado. La flecha alcanzo el lomo del animal, incapacitándolo y permitiendo que papa y yo nos acercáramos a él para terminar con su sufrimiento. Este era el momento que menos me gustaba siempre, ya que no podía ver sufrir a un ser vivo, pero no me quedaba otra opción, ya que los inviernos helados de nuestra tierra destruían cualquier posibilidad de cultivar en otras épocas del año. Tras esa presa, proseguimos el viaje, mientras yo no podía parar de imaginar lo deliciosa que iba a ser la cena cuando mama cocinase la carne con la vieja receta de la abuela.

El sol se alzaba imponente sobre nosotros, y ya podía sentir como mi estómago me pedía a gritos algo para comer, cuando de repente, papa, como si me hubiera leído la mente, propuso hacer una parada a la sombra de un gran roble que se alzaba enfrente de nosotros para comer mientras nos resguardábamos en la sombra que nos brindaba la copa del árbol.

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⏰ Última actualización: Sep 12, 2015 ⏰

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