Inmarcesible

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Sueña con eso que anhelas una y otra vez, tal y como lo deseas, créelo y al despertar se hará realidad.

Fragmento del libro de autoayuda Cómo encontrar el amor ideal

Ese día el anciano envuelto en su bata de dormir color gris y metido en unas zapatillas de hule salió a tomar aire fresco como cada mañana antes de que el reloj marcara las nueve.

Se había aseado ya y peinado sus cabellos blancos hacia el lado derecho con una raya divisora más allá de la mitad de su cabeza. Estaba afeitado aunque por ahí quedaron un par de vellos blancos cortísimos, imperceptibles casi.

Cruzó la habitación que constaba de cama, armario, mesita de noche y baño personal para arrastrar un pie tras otro por el pasillo de madera. Así, saludó en la sala de estar a las enfermeras que cruzaban y a sus amigos contemporáneos que metidos en sus quehaceres habituales de cada mañana —como desayunar, jugar ajedrez, cartas, ver televisión en conjunto o tomar sus medicinas adecuadas— no dejaban de responder a la sonrisa o la inclinación de cabeza que les daba el anciano.

Llegó al amplio jardín de césped corto y siguió caminando hasta la laguna. Un barandal de madera lo separaba del agua oscura, ocupada por patos y sus crías.

Cerrando los ojos, aspiró con fuerza y sonrió. Metió las manos en los bolsillos de la bata encontrando en el izquierdo un librito rectangular, que ya era habitual que llevara a todos lados.

― No, no, Karen, así no fue —apareció a su lado izquierdo un joven adolescente, intuyó enseguida de unos dieciséis años, hablando por celular—. Sabes muy bien que... —calló un momento— Karen, escúchame, no sé hasta qué punto lo nuestro pueda seguir, ¿sabes? Cada día esto es peor. Chao —colgó—. ¡Rayos! —exclamó para sí.

― ¿Novia? —preguntó el viejo con voz grave, sacando al chico de su estado, haciéndolo percatar que no estaba solo.

― ¿Disculpe?

― ¿Hablaba con su novia?

― Ah... Sí, sí... Un desacuerdo.

― Esas cosas pasan. Solo preocúpese por cuidarla.

― ¿Cuidarla?

― No la pierda. Las mujeres a menudo se llenan de emociones confusas, se desencajan ella solas y ya no saben cómo lidiar con el mundo después. Y si uno tiene algo de paciencia ellas lo apreciarán con creces en el futuro.

El chico lo observó un momento como diciendo: "¿y este cómo es que sabe...?".

Guardó el celular en el bolsillo de su pantalón azul y cruzó los brazos por sobre su camiseta roja de algodón. Llevaba zapatos deportivos además, y tenía unos cabellos rizados peinados con gel.

― ¿Viene de visita, joven?

― Pues... mis papás en realidad. Bueno, se diría que yo también pero tengo la cabeza en otro lado ahora. Es la mamá de mi padre que tiene alzhéimer.

― Tal vez la conozca —dio el puntapié para que el chico le regalara el nombre.

― Rosa Vera.

― Ah sí, sí. Es muy amable ella, le encanta tejer y escuchar tango en sus días buenos.

― ¿Sufre mucho?

― Cuando la enfermedad está en su apogeo sí.

― ¿Cuál es su nombre?

― Miguel Beltrán, joven, es un gusto —extendió su mano.

― Diego Salvatierra —se la estrechó.

Inmarcesible | Relato cortoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora