Parte Única

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Hay dos versiones sobre la guerra de Troya, una sugiere que París, el príncipe troyano, secuestro a la hermosa Helena, esposa del rey de Esparta, otra, sugiere que las diosas Hera, Atenea, Afrodita y Eris tuvieron que ver en el asunto.

El día de la celebración de la boda entre Tetis y Peleo, todos los dioses fueron invitados al acontecimiento, todos menos una. En venganza, Eris la diosa de la discordia, envió como regalo una manzana de oro que debía ser entregada "a la más bella". Atenea, Hera y Afrodita aclamaban ser las dueñas de la manzana y Zeus para poner fin a esa discusión, decidió que sería París quien se encargaría de nombrar a la más bella.

Por supuesto todas querían el título y por lo tanto intentaron comprar a al príncipe ofreciéndole poder, la habilidad de nunca perder una batalla, y lo más destructivo de todo, el amor de la mujer más hermosa entre los mortales, Helena. París le entrego la manzana a Afrodita pero no conto con que las otras diosas se vengarían por ello.

Pero la historia entre París y Helena no fue la única que hubo durante la guerra de Troya, una en particular es la que vengo hoy a contar.

En el que sería el último día de la guerra, la euforia reinaba entre los griegos, los soldados iban y venían ajustando los últimos detalles de aquel plan ideado por Ulises, entre ellos se encontraba Harry, cuyo pie no dejaba de moverse con impaciencia mientras esperaba que sea la hora.

Cuando el momento llego, el silencio reinaba adentro del caballo de madera, apenas si oían los ruidos provenientes de afuera pero el ruido de la puerta siendo abierta fue inconfundible. Esa noche los troyanos festejaron, habían tomado aquella enorme pieza de madera como un acto de rendición, pero aquello estaba tan lejos de verdad.

Cuando se cercioraron de que el enemigo estaba dormitando, uno a uno y sin hacer mucho ruido, fueron descendiendo del caballo. Harry, al ser uno de los soldados de más alto rango fue de los primeros en bajar. Algunos troyanos empezaron a despertarse con el sonido de las espadas chocando o por el sonido agonizante de sus compatriotas, entre ellos, Louis.

Algo dormido desenvaino su espada justo a tiempo para frenar el ataque de un griego que terminó de despertarlo, no fue difícil quitárselo de encima, era pequeño y delgado, pero fuerte y eso le daba cierta ventaja a la hora del combate.

Poco a poco, griego y troyano, fueron acercándose y cuando ambos guerreros se encontraron con los ojos del otro no pudieron seguir. Harry creía que unos ojos tan azules como aquellos debían pertenecer a un hijo del dios del cielo, mientras que Louis pensaba que unos ojos verdes tan claros como el agua debían pertenecer a un hijo del dios del mar o que tal vez estaba al frente del mismo, pues este tenía el cabello castaño ondulado por los hombros y era alto y fornido, con una presencia digna de un dios.

Ambos perdieron el agarre sobre su espada –como si de un espejo se tratase– pero no lo suficiente para dejarlas caer. Acortaron los pasos faltantes hasta quedar en frente del otro y con la mano libre que tenían, acariciaron el rostro de quien debía ser su enemigo.

En ambas mentes bailaban dos simples palabras que no hacían falta ser dichas. Eres tú.

Eres tú.

Eres tú.

Eres tú.

Sus manos seguían recorriendo el rostro del otro con fervor como si no se hubieran visto en siglos cuando la verdad es que nunca se habían visto. Cuando el instante de sorpresa pasó, ambos recordaron en donde se encontraban y sin perder tiempo se pusieron espalda con espalda, y con los dedos entrelazados sellaron un juramento. Yo te protegeré.

Sus espadas chocaban contra la de las personas que hace tan solo minutos eran sus hermanos guerreros, todos parecían haberse vuelto sus enemigos porque todos pretendían lastimar a su otra mitad. A veces miraban por encima de su hombro para asegurarse de que el otro aun estuviera allí, que no había sido una hermosa ilusión y para recordarse que valía la pena el cansancio. Valía la pena luchar.

En ningún momento paso por sus mentes la idea de rendirse, ni siquiera cuando gran parte de los troyanos habían sido asesinados o cuando los griegos los rodeaban. No. Nunca.

Y como el amor en una guerra no puede salir bien, ambos cayeron.

Una fecha en el corazón les puso fin a sus vidas, que habían sido mucho mejor una vez que sus ojos conocieron los del otro. Nunca soltaron sus manos, ni siquiera cuando estaban derrumbados en el piso lo hicieron.

Afrodita viendo aquel acto de amor eterno, tomo sus cuerpos cuando nadie la veía y los arrojó al mar, donde el azul y el verde de sus ojos se fundieron hasta convertirse en espuma, una muy parecida a la cual le había dado origen.

El amor es tan viejo como el mundo y el amor nunca olvida. 

Falling [l.s os]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora