Samuel

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Salí de mi casa con mi mochila importándome una mierda todo. Ya no más. Llovía. Llovía y hacía viento y parecía que el mundo se acababa. "Me acabaré con él" pensé, y seguí mi camino. Rogaba que así fuera.

Fui a la parada del colectivo más próximo y lo tomé. No sabía qué número era ni a dónde me podía llevar, pero no me importaba. Quería conocer nueva gente tal vez, inútilmente porque era muy probable que no hubiese nadie en las calles. Me bajé con una multitud varias paradas lejos de mi casa. Las suficientes como para no reconocer nada. Ningún negocio de comidas ni supermercado familiar. Estaba donde quería.

-Debería haber ido más lejos -me dije, pero luego cambie de parecer. ¿Para qué más lejos? Si después de todo, iba a morir donde fuera.

Me encaminé hacia la izquierda, siempre la había preferido antes que a la derecha, vaya Thor a saber por qué. Empujaba vagamente el piso con mis pies, impulsando mi cuerpo hacia adelante. Me topé con mucha gente nerviosa que corría con sus paraguas importándoles una mierda que el otro se moje o que pise un charco de agua del tamaño de un un océano. Yo tan solo los miraba con el semblante tranquilo: ya había aceptado el hecho de que iba a morir y estaba bien para mí. A veces no se puede conformar a todos. A veces hay que ponerse uno por delante de los demás. ¿Y qué mierda me importa si alguien sufre al enterarse de que por fin partí? ¿Qué es lo peor que pueden hacer? ¿Llorar durante un mes y luego hacerse los "superados" cuando en realidad nunca les importé? ¿Tengo que vivir muriendo para que otros no sufran? ¿Tengo cara de Jesucristo acaso? No. Yo no viviría para que otros no se sientan mal. Ya no.

Ni siquiera gasté mi tiempo en dejar una carta de suicidio. Está bien, sólo una, pero para alguien importante que me mató hace un tiempo atrás. Pero ya lo superé. Y lo de hoy... ¿Está bien suicidarse cuando uno está aburrido? O tal vez lo hacemos todo el tiempo sin darnos cuenta...

En fin, no voy a extrañar a nadie ni nadie va a extrañarme. Déjenme decirles entonces, que si alguien llega a esa conclusión y está en un 89% seguro de eso, pues entonces tiene razón y no tiene nada que hacer en éste mundo. Y si no tiene nada que hacer debe suicidarse y dejar de molestar a los demás con su estúpida e inútil presencia. Y si lo entiendes y lo aceptas, serán todos felices. Aunque no puedo asegurarte tu felicidad, porque aún no sé qué hay ni qué se siente estar en el más allá, del otro lado, en la otra vida, muerto.

Pero hoy lo averiguaré y pronto les contaré.

Me metí en un callejón donde habían unos hombres durmiendo.

-Lo siento, creo que los despertaré -pensé y sonreí.

A veces creo que la vida es injusta: a los que menos tienen les dan amor y a los que más tienen, no. No siempre se aplica, pero en este caso, ellos dormían tranquilamente, sin ningún deseo de morir, y yo, con una casa para refugiarme de la lluvia y las tempestades, deseaba con todas mis ansias dejar de existir. Tal vez sea un tanto desagradecido. Tal vez todos los suicidas éramos desagradecidos. Lo éramos mientras nos matábamos para sentirnos bien. Pero qué se le va a hacer. Así de hijo de puta es el mundo. Más bien, la sociedad.

Me senté en un tacho mojado. Era desagradable y estaba helado, pero quería morir rápido, no cómodo. ¿Acaso no debería disfrutar mis últimos segundos? No. No me importaba. Nunca en mi vida fui una persona perfeccionista, y mi muerte no iba a ser la excepción.

Me quité la mochila, la abracé (vaya Thor a saber por qué) y abrí el único bolsillo que tenía lo que me interesaba: una pistola. Tenía una sola bala.

-Debería haber puesto otra por si alguien quería suicidarse conmigo -pensé y me reí. Qué más daba. Nadie me iba a acompañar. Siempre había estado solo y solo iba a estar en mi último segundo. Los mejores momentos los había pasado conmigo y me iba a extrañar. Me abracé. Me autoabracé. Y se sintió bien.

Samuel (Oneshot Wigetta)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora