Kinyoubi no Ohayou

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El despertador sonó, como siempre, a las 7 de la mañana. El ruido que hizo provocó en mí una sensación de rabia, así que alargué la mano para apagarlo. Me quedé tumbado en la cama, en silencio, mirando al techo. Enseguida, se me vino a la cabeza algo que me hizo sonreír: Esa chica.

"La chica del tren", era llamada por mí y por mis amigos. Todas las mañanas subía al mismo tren que yo, en la siguiente parada a la mía. Siempre entraba mientras charlaba con otra chica con el pelo lila. Aunque ambas iban a mi instituto, jamás había hablado con ninguna de ellas, ni siquiera conocía la clase o el curso al que iban.

Tras pensar en ella, decidí levantarme. Me vestí con el uniforme del colegio y una camiseta verde bajo la camisa. Desayuné, todavía pensando en esa chica. Después, fui al baño, donde me lavé los dientes y me afeité, cortándome la barbilla sin darme cuenta. Me puse un parche y me peiné sin prestar más atención a la pequeña herida. Me miré en el espejo, dispuesto a dedicarme unas palabras de coraje. Era jueves, así que decidí hablar con ella el viernes, antes de pasar otro fin de semana sin ella. Miré mi imagen reflejada y pensé "mañana será el gran día".

Perdido en mis pensamientos, pasó el tiempo. Cuando quise darme cuenta, eran las 7:50, tan sólo tenía cinco minutos para llegar a la estación.

Agarré la mochila y salí de casa. Me dirigí hacia la estación de trenes, con algo de frío. Miré al cielo: Estaba nublado, y la luna seguía en el cielo. Deseé con todas mis fuerzas que la lluvia no me alcanzase.

Llegué a la estación, y esperé el tren. Cuando llegó, me senté en mi sitio. Tras un par de minutos sentado, noté cómo algo se apoyaba en mi hombro. Me giré, y allí me encontré a Kotarou Enamoto, un chico un curso inferior al mío.

Sobre las 8:07, el tren llegó a la siguiente parada. Miré las puertas, esperanzado, y ella entró. La miré, y se me olvidó cómo respirar: Aquella chica perfecta era rubia, tenía flequillo y llevaba su pelo rizado recogido en dos coletas que le otorgaban un aspecto algo infantil y alegre. Tenía los ojos de un azul intenso, algo poco común. Entró riéndose mientras miraba a su amiga y esa risa se me quedó grabada en la mente. Provocó que mi interés en hablar con ella aumentase.

Pensé en saltarme lo que había dicho hoy y hablarle, pero no tuve siquiera el coraje a acercarme a ella. Me decepcioné conmigo mismo y volví a sentarme, algo decaído. Sé que con un "hola" o un "buenos días" ya podría entablar una conversación con ella, pero mis piernas se negaban a acercarse a ella, y asimismo, mi cerebro se bloqueaba. Había sido lo mismo todas las mañanas desde que la vi a principios de curso. Era algo que no podía soportar de mí mismo: La cobardía.

El tren siguió su camino, parando cuando debía que parar, hasta que finalmente llegó al instituto. Todos nos bajamos, y fuimos a nuestras respectivas clases. No fui capaz de prestar atención, lo único que tenía en la cabeza era la forma de hablar con esa chica, o al menos, averiguar su nombre de algún modo.

En el descanso, me dirigí al baño, queriendo poner en práctica la manera de comenzar a conocernos. Pensé que la mejor forma sería con un "buenos días", y así lo hice. "¡B-Buenos días!" grité dentro del aseo. Sin darme cuenta, me ruboricé. No podía creer que con sólo pensar en hablarle, mi cara tornarse de un color rojo bermellón. "¿Se puede saber qué haces gritando?" oí decir a otro chico que estaba dentro del baño. Lo ignoré, tratando de concentrarme en cambiar el tono de mi piel. Fue imposible para mí, tener a esa chica en la cabeza tan sólo provocaba en mí una sensación de impotencia y nerviosismo imponentes, lo cual me abrumaba.

Salí del baño cabizbajo, pensando en ella. De verdad que era perfecta, o así la veía yo. Incluso cuando bostezaba, se veía como un ángel. Verla me hacía feliz, y si sólo eso me hacía sentir afortunado, qué sería de mi corazón el día que hablásemos.

Volví a mi clase, e intenté concentrarme en las palabras del sensei. Entre clase y clase, mientras todos mis compañeros charlaban y se entretenían, yo pensaba en ella, y trataba de alentarme.

Al día siguiente, seguí la rutina de siempre. Llegué al tren, donde mi asiento estaba ocupado por la hermana menor de Setoguchi, un chico de mi clase. Así que me apoyé en la barra para pensar en mis cosas. Miré la ventana, algo triste por no haber hablado con la chica del tren. El cielo parecía a punto de llorar, y me dio la sensación de que yo daba la misma imagen.

Miré el reloj: 8:07. Me preparé y miré la puerta. Ella entró, y yo traté de controlar mis pulsaciones, sin éxito de nuevo, como el resto de días del curso. La escuché decir "está empezando a llover..." con algo de decepción en su tono de voz, pero no le di importancia. Yo seguía concentrado en lo guapa que me parecía siempre. Se agarró a una barra enfrente de mí, y pensé en acercarme, pero, una vez más, no me sentí capaz de hacerlo.

Salí del tren, y, para mi desgracia, estaba lloviendo. Un sentimiento de irritación inundó mi mente, hasta que escuché una voz decir "Puedes usar mi paraguas, si quieres". Me volteé, y allí estaba ella. Me sorprendí y la miré, sin creérmelo siquiera. Estaba... ¿sonrojada? No, no podía ser. ¿Por qué iba a estarlo? Simplemente era yo.

Tragué saliva antes de hablar. Me costó mucho hacer funcionar mi lengua, pero pude articular un "gracias" algo tembloroso. No eran las palabras que había practicado durante tanto tiempo, pero al menos me sentí aliviado por haber sido capaz de decir algo.

La miré en silencio. Ella, de una forma algo torpe que me encandiló, se acercó a su amiga para compartir el paraguas. Miré el que ella me había dado, y sonreí. Noté mis pulsaciones a un ritmo muy acelerado, pero me sentía feliz. Decidí que hablaría con ella el lunes, y esta vez, lo dije con la mejor intención del mundo, me esforzaría todo lo que hiciera falta. Abrí el paraguas y caminé hacia el instituto.

El lunes siguiente, me senté en la taza del váter para reflexionar. Me preparé mentalmente para lo que tenía intención de hacer, pensando frases como "¿Qué podría salir mal?" o "¡Ánimo, no es tan difícil!". Me levanté decidido y fui a coger el tren.

Ese día mi asiento estaba libre, pero no me importó. Decidí quedarme en pie, con su paraguas en mano. "Buenos días", pensé. "Buenos días", me repetí, con la intención de aprender a decirla sin cometer errores esta vez. A las 8:07 me dio un vuelco al corazón, pero mi cerebro estaba decidido a actuar de una vez por todas.

Apreté mi mano con fuerza, sosteniendo el paraguas. Desde inicios de curso, mi objetivo había sido hablar con ella. Siempre quise pasar una tarde con ella, hablar con el móvil, y sobre todo eso, siempre quise desearle unas buenas noches. Son mis palabras favoritas, pues indican que volveré a verla.

Entró en el tren junto a su amiga. Ésta última tomó asiento, pero ella se acercó a mí y alargó la mano. "¡B-Buenos días!" dije, algo nervioso.

Aquella chica me miró y sonrió un poco. "Buenos días", me contestó, con una voz dulce.

Carraspeé y articulé mi nombre, "Hamanaka Midori". La miré a los ojos y me ruboricé. Ella mostró una expresión simpática en su cara, abrió un poco más la sonrisa y me dijo "Sana, Narumi Sana".


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⏰ Última actualización: Sep 14, 2015 ⏰

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