Todos los días salía a las nueve en punto y se reunía con su novio de no muy buena pinta en la estación los leones. Cada vez que daba un paso vacilaba, desviaba la mirada y continuaba caminando. Cuando llegaba a su trabajo, comenzaba su jornada laboral apilando el tropel de papeles que todas las noche su jefe de apariencia tacaña le esparcía sobre su escritorio color negro, tras tener un encuentro sexual con su secretaria, Mariela. Hubo solo un día en el que desvió su camino, mejor dicho, no tomó la estación los leones, sino que tomó los frutos. Caminó por largas treinta minutos, apretando cada vez más fuerte su cartera llegando a desgastar el cuero de las solapas. Sus pasos no eran detectivescos, puesto que marcaban un compás grave y constante permitiendo a cualquier transeúnte notar su ansiedad y nerviosismo. Antes de cruzar la calle paralela a la que se encontraba se detuvo y contestó una llamada, luego de realizada dicha acción siguió su camino. Hoy sí que se veía hermosa su cabello negro azabache caía en cascada por su espalda ceñida por una fina camisa de tela verde, su piel habitual de color morena oscuro parecía palidecerse cada vez que miraba hacia atrás, por ultimo sus caderas definidas propias de una mujer desarrollada resaltaban más con ese pantalón negro carbón. Cuando ya parecía que llegaba al centro de café, que mucha veces había visitado junto a su amiga Rosalía a la hora del té, por ahí de las siente y cuarenta y cinco se condujo al callejón más repleto de calamidades del todo centro de Nueva York. Graduada en leyes, treinta y cinco años, dos novios, uno de ellos casi su esposo, un perro llamado Gold, padre Raúl y Madre Alicia, dos hermanos Lucia y Marcos. Todo eso pareció entristecer con la proximidad de su peligro. Tenía que salvarla. Apuró el paso soslayando la pedida de ayuda por parte de los drogadictos. Notando que ya el callejón finalizaba apretó sus puños al lado de cada pierna y de un limpio movimiento sacó algo de la cartera, un objeto brillante y con una única función matar. Me apuntó con manos descontroladas.
-¿Quién es usted y por qué lleva espiándome dos meses?