Le dolía.
Le dolía a más no poder.
Era el tipo de dolor que se instalaba en su pecho y no le dejaba respirar. Que le hacía pensar que se ahogaría en cualquier momento. Que le ataba el alma al suelo y le impedía moverse o pensar con normalidad.
Sus lágrimas fluían sin cesar y ella no hacía nada por intentar pararlas. Encerrada en ese enorme guardarropa, dónde los invitados habían dejado sus abrigos y pertenencias para poder disfrutar del banquete. Su pomposo y radiante vestido de novia había chocado con algunos de ellos tirándolos al suelo, su pelo azul atado en dos coletas parecía un desastre y el velo que antes llevaba enganchado se había quedado abandonado en algún pasillo de ese enorme hotel.
Pero todo eso le daba igual.
En ese momento lo único que le importaba era la persona enfrente de ella, que secaba sus lágrimas pasando sus cálidas manos por sus mejillas y le daba un tierno beso en sus labios, uno detrás de otro, susurrando palabras de apoyo y amor para calmarla. Su hermoso pelo, largo y ondulado de color rosa, brillaba con la luz tenue del vestidor y su vestido azul cielo, a juego con sus hermosos ojos, no hacían más que hiptonizarla. Y era por eso por lo que le dolía tanto, le dolía tanto amarla, le dolía tanto quedarse prendada de ese cuerpo, de esos ojos, de esa mujer tan hermosa por dentro y por fuera ¿Estaba mal? ¿Estaba mal amar con tanta intensidad? ¿Estaba mal que su corazón latiera desenfrenado y se derritiera con cada uno de sus cálidos besos?
Se suponía que el día más importante para una mujer, era el día de su boda. Pero para Hatsune Miku, era el día en el que le imponían unas cadenas de acero irrompibles, impidiéndole ser libre.
Eran las doce y media de la noche y en un lujoso hotel a las afueras de la ciudad, se celebraba la boda de la hija menor de la familia Hatsune. Una de las familias más prósperas de la ciudad, propietaria de una enorme empresa multinacional con una multitud de propiedades y firmas que les habían llevado a amasar una fortuna. Todas las altas esferas y personajes conocidos de la ciudad habían sido invitados, cada uno de ellos dándole las felicidades por su matrimonio con una sonrisa fingida y un regalo caro.
Miku no quería eso. Nunca lo quiso. Odiaba esas sonrisas falsas, odiaba esa hipocresía y ese interés con el que todos se le acercaban para obtener algo de ella y de su familia.
Tal vez por eso se había enamorado de Luka.
El día que ella se presentó en su casa como la nueva secretaria de su padre, no pudo evitar sorprenderse. Admiraba la forma en la que esa muchacha tan joven había llegado a trabajar junto con su progenitor, administrando una de las mayores multinacionales a su lado. Pero no era solo su talento o su belleza, la cuál todos reconocían nada más verla. Ella le habló con dulzura y se acercó sin segundas intenciones, no como anteriores empleados de su padre, que intentaron camelarla con promesas falsas y regalos inservibles. No, Luka no lo hizo. Luka le sonreía con naturalidad, hablaba con ella como lo que era, un ser humano y no un objeto para tener más poder en una empresa. Se hicieron amigas rápidamente y antes de darse cuenta se había abierto a la pelirrosa más de lo que se había abierto a su propio hermano. Quedando a solas incontables veces, en su casa, en la suya propia, escapándose a la cafetería de la avenida para comer ese pastel de fresa que probaron juntas y tanto les gustó. Sospechaba que su padre lo sabía, que él sabía lo bien que se llevaba con su nueva asesora y que no le importaba, ya que confiaba en ambas. Pero él no sabía hasta que punto llegarían esos sentimientos. Le contó como se sentía, como odiaba el cinismo que su familia mostraba en la mayoría de las ocasiones, como le dolía que no vieran ni aceptaran lo que pensara al respecto, sintiéndose como una muñeca decorativa que solo servía para llamar la atención cuándo fuera necesario, se lo contó todo y Luka nunca le juzgó, nunca se lo negó, ella le cogía de la mano y le daba su apoyo en silencio mientras le miraba a los ojos. Su amabilidad, su belleza, su comprensión, su calidez, toda ella le hacía sentirse querida de una forma que nunca antes sintió. Esa amistad y cariño que creía tenerle, fue evolucionando a algo más profundo de lo que llegó a pensar en un principio. Para cuándo quiso abrir los ojos, los latidos de su corazón ya se disparaban al verla, sus mejillas se tornaban rojas cuándo pensaba en su sonrisa, cuándo quedaban no podía evitar admirarla más de lo que ya lo hacía y esos abrazos que se daban al despedirse duraban un poco más, pero ninguna se quejaba porque no tenían porque hacerlo, no tenían porque arrepentirse de algo que querían hacer y les hacía sentir tan bien. Nunca se preguntó si estaba bien sentirse así por una mujer, porque a veces cuándo encendía la tele u hojeaba algún manga o una revista en cualquier librería, veía a dos mujeres dándose la mano, un abrazo e incluso un beso y no podía evitar pensar que parecían felices, parecían libres. Por que ella había llegado a la conclusión, de que el amor no entendía de géneros ni de edad. Aún siendo una mujer, estaba segura de que podía amar a Luka con la misma intensidad que un hombre.
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Unfaithful
FanfictionElla podía amarla con la misma o incluso más intensidad que un hombre. Incluso cuándo sus sollozos le hacían ahogarse en su desesperación, sabía que esas cadenas llamadas "Sociedad", "Familia" e incluso "Matrimonio" podrían alejarle más de su lado...