Capítulo único

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En la radio se oía de vez en cuando la tonada pegadiza del último éxito pop del verano. Entre las letras acerca de lo sensual que era un hombre se alternaban las interferencias de sonido blanco y para cuando Pedro se adelantó para cambiar la estación, ya no había esperanza alguna de escuchar otra cosa. Oficialmente habían perdido contacto con la civilización.

-¿Cuánto falta? –preguntó, buscando su último recurso: la memoria llena de la música que había seleccionado la noche anterior.

El hombre de cabello fabulosamente castaño a su lado no despegó la vista del camino de tierra que tenían por delante. A los lados del vehículo se levantaban nubes de polvo que los forzaban a tener las ventanas cerradas en todo momento.

-Unas tres horas, más o menos.

-Y esto se supone que es el atajo –suspiró Pedro-. Y todo para ir a visitar a tu padre que se la va a pasar preguntando para cuándo la boda y los nietos –Se estremeció del asco. Colocó la memoria en el tablero del automóvil y escogió un tema de Beyoncé-. Va a valer toda la pena.

-Es el precio por la igualdad, cariño –repuso el hombre de pelo castaño-. ¿Puedes consultar el GPS? No sé si debería haber una estación o algo más adelante.

-Claro.

Pedro sacó su celular pero se sorprendió que la pantalla no se encendiera a su comando. Mantuvo apretado el botón de encendido, pero la pantalla se iluminó lo suficiente para permitirle ver el símbolo de su compañía telefónica antes de volver a apagarse. El teléfono del hombre a su lado se había muerto hacía un buen tiempo. Podrían cargarlos a ambos, pero los cables estaban en las maletas que estaban en la cajuela ¿y quién tenía ganas de detenerse sólo para eso?

Habían empezado el viaje a la tarde cuando el con estaba en su punto más alto n el cielo, pero en esos momentos sólo tenían a la mitad de una luna golosa como única compañía. Le dolía el trasero, tenía hambre y lo que más deseaba era echarse en una cama de verdad a descansar.

-Ah, mira –dijo su pareja.

Pedro volvió a mirar por el frente y vio las luces de una granja más adelante. Era el único edificio que se veía a kilómetros a la redonda y el primero que veían por lo menos en las últimas dos horas.

-Vamos a preguntarles cuál es la dirección –determinó el hombre de pelo castaño.

Pedro pensó que con suerte iban a decirles que habían estado en el camino equivocado todo ese tiempo y podrían librarse de la reunión familiar diciendo que se habían perdido, justamente queriendo ahorrarse tiempo, pero no lo exteriorizó. Su familia podría haberlo desheredado luego de salir del armario, pero eso no significaba que otras personas todavía podían tener lazos emocionales con sus progenitores hechos de algo más que frialdad e indiferencia.

Se detuvieron en frente de la casa, cerca del grupo de vacas que mugían suavemente ante su cercanía. La puerta estaba convenientemente abierta y una mujer bastante alta estaba afuera, esperando a un perro de raza mixta que acababa de salir con ella. Cuando ellos se detuvieron ella no hizo ademán de acercarse, sino que mantuvo los brazos cruzados y les habló con una voz a la que se notaba estaba acostumbrada a gritar órdenes.

-¿Pasa algo, amigo? –les dijo.

La pareja de Pedro bajó la ventana y le preguntó por la dirección a la que debían ir. ¿Iban bien encaminados?

-Sí, es por ahí, pero no van a querer conducir toda la noche, ¿no? –dijo la mujer y de repente sonaba mucho más amable, casi agradable-. Tenemos una habitación extra si quieren usarla y dentro de un rato estaremos cenando. ¿Por qué no se detienen aquí y salen por la mañana, descansados y felices?

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⏰ Última actualización: Sep 17, 2015 ⏰

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