νερά της αμνησίας

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Al abrir los ojos pude ver que el cielo ya estaba decorado con las primeras estrellas. Mi visión al principio era demasiado borrosa, pero en pocos segundos se volvió más clara. Todo mi alrededor estaba demasiado silencioso y oscuro... Tanto que me asustaba, por unos instantes, me limité a analizar el lugar. De vez en cuando el viento movía las ramas de los árboles, rompiendo con ello el terrible silencio. 

Obligué que mis sentidos se centrasen en recibir cuanta más información posible del lugar. A lo lejos pude escuchar el sonido que producían los grillos, incluso tenía la sensación de oír el agua del río. Un nudo se formó en mi garganta, produciendo que tragar saliva fuese todo un reto. Un frío viento hizo que sientiese un escalofrío recorrer mi cuerpo y que los pelos se me pusiesen de punta. 

Antes de que yo me moviese del lugar, algo se movió entre las ramas, logrando con ello que el nudo desapareciese de mi garganta y me dejase emitir un pequeňo grito. El miedo se extendió por mi interior más rápido de lo que esperaba. No dude ni un minuto y empecé a correr. No sabía muy bien a donde quería llegar, ni siquiera recordaba con claridad donde me encontraba... Lo único que deseaba con todo mi corazón era salir de aquí cuanto antes.

Cada vez que avanzaba, todo parecía volver más oscuro, todo era devorado por la noche y sus sombras. Avancé con una rapidez que me sorprendía, pero no le di mucha importancia. Llegué a hasta una parte del bosque en la que sentí como si alguien me vigilase. Esa sensación me obligó a detenerme. En pocos segundos del suelo comenzó a salir algo similar a humo... Dicho humo se expandió por el bosque, creando en mi más inseguridad. Era como si hubiese olvidado todo en pocos segundos... No recordaba quien era, ni que hacia en el bosque, todo me parecía tan raro, tan misterioso y aterrador. Con la lengua recorrí mis labios, humedeciéndolos con ello. 

Llené de aire mis pulmones y sin pensarlo dos veces seguía adentrándome en lo que parecía no tener fin. Llegué a un lugar en el que la oscuridad acabó con los úlitmos rastros de luz. De la nada, las fuerzas que me quedaban se desvanecieron. Tuve que arrodillarme en el suelo, un mareo inmenso se extendió en mi cabeza y un desagradable pitido me dejó casi sorda. 

—No cierres los ojos... Vamos... Aguanta.— empecé a hablarme a mi misma. Algo en mi me decía que cerrar los ojos podría ser lo último que hiciese... Pero por desgracia, las últimas gotas de fuerza, la última llama de vida que me quedaba en esos momentos fue apagada. 

~*~*~*~*~*

No sabía cuando tiempo había pasado, ni siquiera recordaba muchas cosas que sucedieron. Seguía teniendo los ojos cerrados y al notar que mi corazón latía me alegré de estar viva. Antes que nada, debía ordenar mis pensamientos y sobretodo mis recuerdos. 

—Me llamo... Me llamo.— me sentía estúpida al no recordar algo tan simple como mi nombre. —¿Qué hacia en el bosque? Tenía prohíbido entrar sola en él... Supongo que alguien me acompañó. ¿Pero quién? ¿Qué paso luego? Apostaba mi vida a que hizo algo para aturdirme. Eso podía ser uno de los motivos por los que no recordaba nada y por los que estaba tan confusa al despertar.— después de decir mis pensamientos en voz alta decidí abrir los ojos. 

Me encontraba en el suelo del bosque. La hierba acariciaba mi piel y la tierra ensuciaba la túnica que llevaba. Preocupada y con lentitud me levanté del suelo, logrando en pocos segundos ponerme en pie. Algo más tranquila, volví a echarle un vistazo a mi alrededor analizándolo con mi mirada. 

Muchos de los árboles no tenían hojas, lo que le daba al lugar un toque más aterrador. Todo estaba demasiado silencioso y tranquilo, parecía que nadie había estado ahí en años. Tragué saliva, nerviosa y no muy segura di un pequeňo paso hacia delante. 

Nada más hacer ese tonto movimiento, un grupo de pájaros negros salieron disparados hacia el cielo azul. Quizás fuese una tontería, pero me asustaron, tanto, que salí corriendo de nuevo sin dirección. Llegué hasta un río, era hermoso, sentía cierta magia en él... Era como una fuerza mística, algo que me obligaba a acercarme a él. Sin darme cuenta de ello, me encontraba arrodillada junto al agua clara. En mi de extendieron ganas de beber al menos unas gotas de ella.

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