La puerta del antiguo granero se mueve con la suave brisa, haciéndola crujir suavemente mientras el largo pasto marrón se balancea y los guijarros ruedan por el polvoso camino de entrada. Todo se mueve en sincronía con el viento. Tuve que aprender a detectar eso.
Yo tiro de la puerta y me estremezco. Sé que esto es siempre la peor parte de la caminata a casa. Detesto dejar esta casa. Siento que mis ojos se entrecierran, ya que la intensa luz del sol casi me ciega. Mi bolso se siente como una tonelada de ladrillos pero doy mis primeros pasos, desesperada por terminar ya con esto. Yo no muevo mucho mi bolso. No quiero romper ningún frasco. He aprendido que esa salmuera es difícil de conseguir y las mochilas son incluso mas difíciles.
Caminar por el empedrado y polvoriento camino de entrada, es la peor parte. Es un espacio abierto al campo. Yo miro alrededor, caminando con mi escopeta en la mano. Practico regularmente en casa con mi rifle y silenciador, pero para el camino siempre traigo la escopeta. Es mi arma de la suerte. El frío y delgado metal me hace sentir fuerte, incluso aunque se que fuerza es. Fuerza no es jalar el gatillo. En este punto, sin embargo, tengo que demostrarme mi fuerza a mi misma. Siempre tomo el camino de los cobardes. Justo como me dijo mi padre que hiciera.
Mis botas crujen en el camino. Yo camino suavemente, pero algunos sonidos son inevitables. El ruido durará hasta que alcance los suaves campos de trigo. Entonces habrá un susurro en el trigo.
Yo entro sin mirar atrás. Cuando llego al campo conozco la regla. Mis piernas gimen bajo los primeros pasos. Mis arcos duelen con el ejercicio al principio, pero después del primer cuarto de milla empiezo a entrar en calor y mis piernas comienzan a disfrutar de la corrida. Mi espalda es el peor problema, porque la mochila es mucho mas pesada que con la que he entrenado. Agarro las apretadas correas de los hombros hasta que mis brazos no lo pueden soportar un segundo mas. Incluso entonces sigo hasta que alcanzo el bosque.
Y corro profundamente entre los árboles, siempre del mismo lado, nunca por el mismo camino, pero siempre con el mismo destino. El látigo de las ramas me golpea, mientras el filo del bosque siempre es el mas fino donde la luz penetra la espesura. Al tiempo que el bosque clarea, yo lo veo. El sonríe como siempre. Está calmo. El no corre, ni salta. El espera para garantizar que no he traído nada conmigo. El los ve antes. Sabe lo malo que puede ser. Juntos hemos visto a la gente ser tomada, por lo general mujeres.
–Leo –susurro al exhalar.
En lugar del cálido saludo que ambos queremos, yo me vuelvo y levanto mi escopeta. Camino de espaldas mientras Leo se mueve para observar el bosque. Después de unos minutos bajo la mochila y trepo a uno de los grandes árboles. Las duras ramas son ásperas contra mis manos. Se suavizaran durante la primavera cuando no tengo que cortar leña. Me siento en una rama y miro a través de mis prismáticos desde el punto de observación.
Puedo ver todo el campo de heno marrón desde aquí. Tengo un momento de debilidad y me dejo imaginarme viviendo en una granja un día y cosechar el heno.
Siento que mis ojos se agudizan. Trato de encontrar un solo filamento de la hierba moviéndose de una manera que signifique que me han seguido. Miro a la casa de campo quieta y sola. Espero que se quede de esa manera hasta mi próxima visita.
Espero antes de apartar los prismáticos de la cara y dejar que la brisa me mueva en mi percha. Deseo por un segundo poder volar lejos entre las nubes que se ven como siempre lo han hecho. Es como si ellas no supieran que el mundo hubiera acabado y que ya no es necesario hacer figuras para nosotros. Ya no hay nosotros. Yo miro mas allá de la cabaña y miro como todo se mueve, justo como bedería. Nadie me ha seguido. Yo me bajo del árbol, cansada y deseando alcanzar mi cama.
Cuando mis pies tocan el suelo otra vez miro a Leo, cuyos ojos amarillos suaves confirman mis conclusiones. Estamos solos. Yo me dejo caer de rodillas y le saludo mientras el se acerca hacia mi. El gran lobo me lame la cara y levanto su enorme pata para abrazarme. Yo lo abracé tan seguido cuando era un bebe, hasta que un día el también me abrazo. Lo ha hecho desde entonces. Me acaricia suavemente y me pellizca los brazos. Frotó sus enormes orejas suaves y me pongo de pie. Le acaricio suavemente su enorme cabeza gris.
–¿Listo? –le pregunto.
Yo levanto la pesada mochila y me la coloco en la espalda de nuevo. La caminata a casa llevara todo el día, si puedo mantener un buen ritmo. Leo comienza el camino a casa por el viejo roble quebrado. Nuestro punto de encuentro.
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Aquí esta el nuevo capitulo
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Born
Science FictionUna noche Emma oye el peor sonido del mundo, un golpe. Un simple, tímido, golpe en la puerta de su cabaña. Sólo la voz de la valiente chica , dispuesta a morir por su hermano, convence a Emma para abrir la puerta y después todo cambia para Emma.