No era más que una simple chica. Ni gorda ni delgada, de cabello largo pero no demasiado, atractiva, pero sin llamar mucho la atención. Lo que más la caracterizaba era su sonrisa fácil, ya que debido a ello se llevaron bien desde el principio y mientas más pasaba el tiempo, más crecía su amistad.
Sin embargo era evidente que de a poco empezaba a mirarla con otros ojos. No es que le gustara admitirlo, al contrario, deseaba con todas sus fuerzas sacarla de su mente. Le parecía chocante y extraño el sentir por primera vez atracción hacia una mujer, pero no iba a cargar sola con la culpa, más bien ella era la única y exclusiva culpable de todo.
Sí, era la culpable por reírse de sus chistes, por tocarla de manera casual, por acomodarle un cabello detrás de la oreja cuando este decide escapar de su ordenada melena rubia, pero sobre todo por sonreírle todo el tiempo.
Por otro lado, ésta chica de sonrisa fácil sentía una profunda curiosidad por aquella muchacha de mirada inocente, que intentaba no ponerse nerviosa cada vez que la tocaba, que coqueteaba con su cabello cada vez que ella andaba cerca y que la hacía tanto reír.
Pero lo que parece ser una historia de dos chicas cuyos destinos están a punto de entrelazarse, jamás podrá continuar, porque ambas son presas del miedo. A una le susurra que si dejara a su novia de 3 años ya no podrá ser nunca feliz, y a la otra le grita que todos la mirarían distinto y que nunca obtendría aceptación.
Así que el miedo siempre interfiere, amarrándolas a ambas con cadenas de acero una frente a la otra, para que puedan observar lo suficientemente cerca cómo continúan con sus vidas y lo suficientemente lejos para que no puedan encontrarse al centro, hasta que una decida que ya no soporta las cadenas y se libere de ellas para rescatar a la otra.
Pero si logran liberarse o no, solo el tiempo lo dirá.
