Ana, mi compañera de viaje.

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Era extraño como su sola presencia hacia peligrar mi existencia, tan efímera, tan delicada, sustentada por fuerzas ya casi inexistentes. Tantas eran mis ganas y tan pocas mis fuerzas que me dejé llevar por ella, perdiendo así control alguno de mi vida, viviendo condicionada bajo sus mandatos, sus estrictas normas que me recordaban día tras día que ya nunca más volvería a ser libre, libre como esa pequeña muchacha que correteaba sin prejuicios, sin etiquetaciones, sin ideas establecidas, sin nada, siendo feliz con tan solo un halo de inocencia, pudiendo hacer oídos sordos a voces que veían mi reflejo insertado en cuatro cristales rotos mal colocados. 4 cristales rotos mal colocados que antes fueron y ya no son, 4 cristales rotos con pretensiones que llegaron a ser escuchadas y acatadas a rajatabla, estrictas normas tatuadas en su piel marchita, no era yo, no iba a ser más yo, el yo pasado me dejaría hace años atrás mientras el presente poco a poco dejaba entrever unos esbozos mal encuadrados que simulaban ser un futuro presente, en él? una tercera persona empeñada a destruir inconscientemente lo que un día fue y ya no volveré a ser, lo que una vez pensó y lo que ahora pensaría otra por ella.  Porque no fue fácil dejar atrás una parte de mi, para poder ser, en parte, suya. Pero más difícil fue darle la espalda cuando más la necesitaba, cuando más creía necesitarla, cuando más débil me sentía y cuando más lejos de la realidad viajaba mi mente, esa mente traidora, que bombardeaba mi cabeza con imágenes previsualizadas anteriormente, que me recordaban constantemente lo imperfecta que era, lo poco que valía, lo poco que se quería esa pequeña muchacha que correteaba, ahora convertida en una mujer autodestructiva, la cual estuvo dispuesta a hacer pero por suerte no la dejaron, la querían con ellos, fuera quien fuese, independientemente de su voluntad, la querían ahí con ellos.

Crónicas de una adolescente acomplejadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora