Amanecer...

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El sol turbó los ojos de la muchacha y le hizo buscar el reloj en una mesa de aire que no existía a siete metros de altura. Al voltearse se dio cuenta que su novio se había despertado.

Aún era temprano, por ser domingo sabía que su madre ya estaba en la floristería y su padre seguramente seguía dormido en el sofá. Los domingos parecían ser los días más pacíficos en su casa. Aún había silencio en la casa blanquecina.

Sus labios buscaron agradecerle a su novio aquella noche, debiéndole un beso menos de los muchos que le habían regresado la fortaleza.

—Guárdalos —le había dicho antes de marcharse a su propia casa—. Algún día los voy a necesitar, pero quizás me sienta caprichoso y quiera recibir uno más antes de irme.

Él siempre jugaba a ser chulo, mirar con demasiada intensidad y hacer caer a cuanta mujer… por eso lo dejó salirse con la suya.

Al bajar del árbol las cosas cambiaron. Antes de entrar se quedó admirando, tan cual lo había hecho la tarde de ayer. El árbol había sido parte tan importante en su vida que era casi como un tercer padre, o es que los suyos iban más abajo porque le parecía haber pasado más tiempo en las ramas más altas que en los brazos de su madre. Tocó cada grieta, inclusive un corazón que había marcado en lo más bajo con Victor.

Sonrió.

Se convenció de ser capaz de hacer borrón y cuenta nueva. De aterrizar. De crecer y dejar los brazos de una planta que la había ayudado a sobrevivir, pero ya estaba grande, había madurado y ya había agotado todas las lágrimas e confusión. Sólo quedaba agradecimiento y felicidad, por eso, entonces, volvió a llorar… porque era duro tener que ser fuerte, tener que soportar golpes. Dolía mucho.

Se abrazó a sí misma cuando ya no tuvo más nada que agradecer, y se volteó para ver el cuerpo de su madre moverse entre un trote cansado. Los años y las rabietas la habían degastado, ya no era tan bonita como antes… ya no sonreía, pero corría, corría hacia ella. ¡Su madre la buscaba! ¿Por qué eso parecía, o no?

Justo cuando estuvo suficientemente cerca se detuvo. Los mismos irises se fundieron y hablaron entre ellos. El corazón le iba rápido y la cabeza se volvía a confundir, aunque por dentro la alegría iba a matarla.

—¿No es muy temprano?

—Querrás decir que es muy tarde… —murmuró.

Las ganas por abrazarla le quemaban los brazos y los pies, pero algo le decía que no era su decisión recibirla o no. Entonces otra voz se pasó por el fondo, el hombre corrió y la tomó por los hombros cuando por fin llegó. Su padre parecía levemente más preocupado, pero aún se le veía un vacío vacilante en los ojos.

—¿Qué haces aquí? —esa no era la pregunta que esperaba. Le dio otra oportunidad—. ¿Pensabas escaparte? No… —se dio cuenta—. No estuviste en casa toda la noche.

Ella negó.

—¡Sora! — Grito su madre, aun manteniendo distancia—. ¿Dónde pasaste toda la noche? ¡No me digas que Victor tiene que ver en esto! Ay, sabía que ese muchacho de pelo largo no iba a hacer nada bueno. Es un vagabundo.

—¿No la oíste? —refutó su padre de nuevo, apretándola más de los hombros—. ¿Dónde estuviste anoche, Sora?

Ella río. Claro… había pasado la noche con Yamato, pero no le preocupaba lo que dijeran al respecto pues sabía todo lo que habían dicho y hecho juntos no era más que una calma, una calma que amenazaba con desvanecerse entre los gritos diurnos de sus progenitores.

Volvía a lo mismo. Insultos, acusaciones y corazones rotos. Miró el árbol a su lado, de reojo. Ya no escalaría para ocultarse… ya no podía soportarlo, se había prometido no subir más.

Hold On 'Till May.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora