Un día como otro día

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Hay en mí,
un tú,
que trasciende y vuelve.

—¡EEEEEMM! —escuché un grito que la sacó de sus pensamientos.

Dejé el lápiz sobre la cama y cruzó corriendo el pasillo, buscando a su madre.

—¿Mamá, dónde estás?

Estaba acurrucada en un rincón, abrazándose a sí misma, y con los ojos cerrados. Me acerqué corriendo y la abracé.

—Ya está, mamá, estoy aquí, estoy aquí —la acuné en mis brazos—. Shhh, ya ha pasado todo, estoy aquí.

—Querían llevarme con ellos, Em, venían a por mí —sollozó—. Tienes que protegerme de ellos, no les dejes que me cojan, Em, no les dejes.

—No, mamá, yo te protegeré, yo te protegeré, tranquila, siempre estarás conmigo, ssshh, no te van a llevar —le prometí.

Suspiré.

—Vamos, venga —la levanté del suelo—. Vamos a sentarnos en el sillón.

—Quédate conmigo, no te vayas, Em, no me dejes sola.

—Sshhh, ven, vamos.

Nos sentamos en el sillón, y ella se acurrucó a mí, y yo le acaricié el pelo mientras le cantaba.

Eso era lo único que la calmaba: que le cantase.

Así que le seguí cantando nuestra nana hasta que se quedó dormida.

Solo cuando dormía parecía estar en paz consigo misma, con el mundo. Suspiré de nuevo.

Me levanté con cuidado del sillón y la tapé con su manta.

Miró la hora. Tenía que irse ya. Miró a su madre, lo más seguro es que no se despertara hasta el día siguiente, pero no se quedaba tranquila dejándola sola.

Cogió las llaves y se puso la chaqueta, saliendo por la puerta.

Se lo pensó bien antes de hacerlo, odiaba pedir favores, pero hoy no podía arriesgarse.

Cruzó el pasillo y llamó a la puerta.

Escuchó como se abría la mirilla, así que esperó. A los segundos escuchó como retiraban el pestillo, y la puerta se abrió.

—Hola, Patty —intenté forzar una sonrisa, pero supuso que no lo había conseguido, porque la anciana captó al momento lo que pasaba y la abrazó.

—Tranquila, ve a trabajar, yo cuidaré de ella —me dijo al oído.

—Gracias, muchísimas gracias, de verdad —le dije intentando no llorar—. Hoy ha tenido otro episodio, ha sido horrible, si hubiera visto su mirada...

—Ya está, hija, ahora está durmiendo, y yo no la perderé de vista, —me colocó el abrigo. Ve a trabajar, y procura despejarte.

—Gracias.

Le dio un beso en la mejilla, las llaves de su casa y salió apresurada, escapando de allí.

Fuera hacía frío, y la pobre chaqueta que llevaba no le abrigaba, pero le dio igual, el frío la despejaba, y en cierto modo le congelaba los pensamientos.

La suela de sus botas sonaba contra el pavimento, pic pac, pic pac. Era una buena noche.

Le costaba media hora llegar a la gasolinera, podría haber cogido un autobús, pero era un gasto inútil, y le gustaba caminar.

Pic pac, pic pac, sus botas sonaban contra el pavimento.

Todavía le quedaba un trecho hasta el trabajo.

Siguió caminando.

EmaleeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora