Letras Cruzadas

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26 de octubre, 1961.

Estoy perdido. Sin ti, estos meses han sido una tortura. Todo pasó tan rápido, tan de la nada, que ni siquiera un beso fui capaz de darte para esta espera tan larga.

Las cosas aquí han empeorado. Todos quieren pasar el muro, algunos ya han sufrido heridas y están siendo curados. Y otros lastimosamente han perdido la vida tratando de ir al otro lado.

Los autos son revisados hasta en las llantas, cuando van de regreso. Vienen aquí tan solo a visitar a sus familiares. Me imagino que debes tener miedo de pasar y no regresar.

En fin, encontré a alguien con un corazón de oro que me hará el favor de entregarte esta carta, y ya le he dejado saber que puede que tú también quieras escribirme, y él en su próxima visita me dará tu respuesta.

Por otro lado, créeme que quisiera irme junto con los que tratan de escapar, o irme escondido en la parte de atrás del auto de este señor. Me vuelvo loco, porque me han apartado de ti.

Te pido por favor que me respondas, dime ¿cómo está la situación de ese lado? ¿Cómo está tu familia? Extraño incluso a tu perro que cada día me recibía cuando iba a visitarte.

Te extraño tanto, muero por sentir tus besos, tus abrazos y no soltarte nunca más.

Siempre tuyo, Peter.

Aunque estas paredes nos separen.



Presente, 1992

Doblé la carta tal como estaba y cerré el libro. Quería pensar por un momento. ¿Es acaso posible? No, no, no puede ser. O, ¿sí?

Después de tanto tiempo... Pero, ¿cómo? Una carta de hace tantos años, aún conservada en estos viejos libros.

La pregunta real es, ¿cómo acabó aquí? En una vieja biblioteca en el estado de Arizona en los Estados Unidos.

Me parecería más normal si hubiera encontrado esta carta en Alemania, y no en un libro que trata precisamente sobre ese tiempo. ¿Casualidad?

Tomé mis libros para regresar a casa y darle de comer a mi pequeño Tommy, que seguro esperaba hambriento.

Caminé hacia donde la bibliotecaria. Tenía una mirada tan tierna, parecía una persona muy gentil. Firmé en el registro donde indicaba que me estaba llevando unos libros a casa. La señora solo me sonrió, le devolví el bolígrafo, agarré los libros y me fui a casa.

Ahora sí debía ponerme a hacer ese estúpido ensayo de tres mil palabras para mi clase de historia. No tenía nada en contra de esa clase, al contrario, me gustaba. El problema era que me haya dejado ese trabajo como si se hubiera puesto de acuerdo con los demás profesores para dejarnos también cosas para hacer el fin de semana.

El. Estudiante. Nunca. Descansa.

***

Estaba lloviendo a cántaros. Así que llegué un poco más tarde de lo que acostumbraba ir a la biblioteca. Traté de secarme un poco, y acostumbrarme al hecho de que estaba mojada. Por suerte mis libros iban en la bolsa o también se habrían bañado.

Como era costumbre, apenas llegaba, firmaba y seguía a mi solito puesto en la biblioteca. Para mí, era como si fuera mío. Ya que siempre, siempre, después de tomar un libro, venía aquí a leerlo.

El sitio era muy grande. Había escritorios, sillas, sillones, y cómodos sofás para leer. Pero, mi lugar era sin duda el mejor. Quedaba cerca al ventanal más grande de la biblioteca, con escritorio antiguo, una silla muy cómoda, y una lámpara que jamás usaba, pero que le daba un toque muy elegante.

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