He venido a verte

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 Fue la mejor de las épocas

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 Fue la mejor de las épocas.

***

Alejandro y yo creíamos que el mundo ya sólo estaba habitado por nosotros, el aire y las aguas, porque las plantas no habían vuelto a las praderas jubiladas y ya ni nos llegaban cartas desde Gustávstaton. Desoficiados por la soledad, al tercer mes convertimos el puesto de guardia en un nuevo país, las vallas en fronteras y las macetas en jardines botánicos. Las carreteras las habían dejado hechas las jalcohormigas antes de irse a montar su nación al sur.

Transformarmos los días en décadas. Celebrábamos a lo grande cada vez que brotaba una flor para acompañarnos. Llegamos a pensar en crear otras matemáticas o formar una nueva lengua. Hacíamos el amor en el estanque de afuera, bajo una luna voyeurista.

Quizá sólo habíamos perdido un poco la noción del tiempo, pero las praderas, cuando eran estimuladas por el sol, nos apoyaban moviendo las caderas de arriba y abajo, impidiéndonos salir de allí.

***

Eran las siete de la mañana de un día frío. Me esperabas en la puerta del colegio con tu maletín de cuero viejo y la mirada enlunada. Al verme llegar a lo lejos soltaste un botón de la camisa y pusiste en libertad las faldas del pecho. Y cuando me acerqué a ti me notaste único.

–Hoy pareces de cristal, Alejandro, con el cuerpo agotado pero la mirada tan alegre.

–Mauricio, ¿te dedicas a algo que no sean las cosas tristes?

Te seguí hasta el salón de clases. Los conserjes, cómplices de nuestras aventuras matutinas, se fundían con el fondo para evitar romper el hechizo. Juntamos dos mesas frente a la ventana, nos tomamos de la mano y cerramos los ojos. Alrededor de nosotros empezaron a flotar notas de música anciana, rellenadas con una magia pálida de sabor élfico. Me dijiste entonces que podíamos hacer la solicitud para renacer como árboles vecinos y así juntar nuestras ramas por el suelo y el follaje en el viento durante siglos. Estuve a punto de decirte que sí, cuando un correr de puertas hizo añicos el encanto. José llegaba por la puerta de clase, con la mirada grisácea y el paso lento. Te dejé un poco atrás y fui a hablarle porque no quería que te contaminase.

–Ei, ¿a qué se debe que vienes tan temprano hoy?

–He pillado su agenda. Siempre vienen más temprano para besuquearse.

–Chuta, José. ¿Pero qué te pasa con Mauricio? ¿Podrías primero conocerlo mejor? Pareces un niño. No te reconozco.

–Fer, es un orgulloso y un cepillero. ¿Cuántas veces tendrás que pillarle besando el espejo? ¿Y cuántos pataleos más vas a aguantar?

Pero nunca me pareció importar lo que decía José sobre ti, yo te consideraba una existencia exquisita. Más de uno me advirtió de que en realidad eras un brujo, que este amor había venido en polvo y que tú nos echaste el agua hirviendo. Pero no me importaba, eras una experiencia exquisita.

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