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ANTES

Laurelton, Rhode Island

El abecedario barroco se retorcía a la luz de las velas y hacía que los caracteres y los números bailasen en mi cabeza. Se veían mezclados y confusos, como en una sopa de letras. Cuando Claire me puso la pieza en forma de corazón en la mano, di un respingo. Normalmente no era tan asustadiza, y deseé que Rachel no se hubiese dado cuenta. La güija fue el regalo que más le gustó aquella noche, obsequio de Claire. Yo le había regalado una pulsera; no se la había puesto.

Arrodillada encima de la alfombra, le pasé la pieza a Rachel. Claire hizo un gesto con la cabeza que rezumaba desdén. Rachel la dejó sobre el tablero.

–No es más que un juego, Mara. –Sonrió. Sus dientes parecían aún más blancos bajo aquella luz tenue. Rachel había sido mi mejor amiga desde que íbamos a la guardería; ella tenía la piel oscura y era muy atrevida, yo era pálida y cautelosa. Pero no tanto cuando estábamos juntas. Ella hacía que me sintiese valiente. Casi siempre.

–No tengo nada que preguntarle a ningún muerto –le dije. Y a los dieciséis años, ya somos demasiado mayores para esto, no le dije.

–Pregúntale si Jude va a querer volver contigo.

La voz de Claire sonaba inocente, pero yo sabía lo que ocultaba. Mis mejillas se encendieron, pero contuve las ganas de soltarle un bufido y me lo tomé a broma.

–¿Puedo pedir un coche? ¿Es como si hablásemos con un Santa Claus muerto?

–Bueno, como es mi cumpleaños, empiezo yo. –Rachel apoyó los dedos sobre la pieza, y Claire y yo hicimos lo mismo.

–¡Oh!, Rachel, pregúntale cómo te vas a morir.

Rachel expresó su aprobación con un gritito y yo le lancé a Claire una mirada asesina. Desde que había venido a vivir aquí hacía seis meses, se había pegado a mi mejor amiga como una lapa hambrienta. Sus dos misiones en la vida eran hacerme sentir como la tercera en discordia y torturarme porque me gustaba su hermano Jude. Y yo estaba tan harta de una como de la otra.

–Recuerda que no debes empujar –me ordenó Claire.

–Lo pillo, gracias. ¿Algo más?

Pero Rachel nos interrumpió antes de que nos pusiésemos a discutir.

–¿Cómo me voy a morir? –preguntó.

Las tres fijamos la vista en el tablero. Sentía un hormigueo en los muslos por llevar tanto tiempo arrodillada en la alfombra de Rachel, y notaba humedad detrás de las rodillas. No pasaba nada.

Y de repente pasó. Nos miramos mientras la pieza se movía bajo nuestros dedos. Describió un semicírculo sobre el tablero, pasó por delante de la A, de la K, y se arrastró lentamente dejando atrás la L.

Se detuvo delante de la M.

–¿Con una mecha? –preguntó Claire; le temblaba la voz de emoción. No sé qué veía Rachel en ella.

La pieza se movió en otra dirección. Pasó de largo ante la E.

Se situó frente a la A.

Rachel puso cara de extrañeza.

–¿Masacrada? –sugirió.

–¿Masticada? –preguntó Claire–. A lo mejor vas al bosque, enciendes una mecha, provocas un incendio y te come el oso Smokey, el de las campañas del servicio forestal.

Rachel se echó a reír, y con ello ahuyentó el miedo que me había encogido el estómago. Cuando nos sentamos a jugar, había tenido que hacer un verdadero esfuerzo para no hacer un gesto de hastío con los ojos y burlarme de la actitud melodramática de Claire. Ahora ya no.

La pieza se movió en zigzag por el tablero y le cortó la risa en seco.

R.

Permanecimos en silencio. Mantuvimos la mirada fija en el tablero mientras la pieza retrocedía hacia la letra anterior.

A.

Y ahí se paró.

Esperamos a que la pieza señalase la letra siguiente, pero se quedó inmóvil. Al cabo de tres minutos, Claire y Rachel retiraron las manos. Me di cuenta de que me estaban mirando.

–Quiere que le preguntes algo –dijo Rachel en tono suave.

–Si te refieres a Claire, estoy segura de que tienes razón. –Me puse en pie, temblorosa y con náuseas. Para mí había terminado el juego.

–Yo no moví la pieza –dijo Claire con los ojos como platos mientras miraba a Rachel y luego a mí.

–¿Palabrita del Niño Jesús? –pregunté con sarcasmo.

–¿Por qué no? –contestó Claire con muy mala idea. Se levantó y se acercó a mí. Demasiado. Vi el peligro en sus ojos verdes.

–Yo no la moví –repitió–. Quiere que tú le preguntes algo.

Rachel me dio la mano y la ayudé a levantarse del suelo. Miró a Claire a los ojos.

–Te creo –le dijo–, pero mejor hagamos otra cosa.

–¿Como qué? –La voz de Claire no tenía expresión y le sostuve la mirada, sin miedo. Ya empezábamos otra vez.

–Podemos ver El proyecto de la bruja de Blair.

Era la película favorita de Claire, naturalmente.

–¿Qué os parece?

La voz de Rachel tenía un tono indefinido, pero firme.

Aparté la vista de Claire, asentí y logré componer una sonrisa. Claire hizo lo mismo. Rachel se relajó, pero yo no pude. Sin embargo, solo por ella intenté tragarme mi enfado y mi desazón cuando nos sentamos a ver la película. Rachel metió el DVD en el reproductor y apagó las velas.

Seis meses después las dos estaban muertas.


La Oscura Verdad de Mara DyerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora