TERCERA ESTROFA
EL SEGUNDO DE LOS TRES ESPIRITUS
Cuando se despertó en medio de un prodigioso ronquido y se sentó en la cama para aclararsus ideas, nadie podía ha-ber avisado a Scrooge de que estaba a punto de dar la una. Supoque había recobrado la conciencia justo a tiempo para mantener una entrevista con elsegundo mensajero, que se le enviaba por mediación de Jacob Marley. Pero sintió un fríodesagradable cuando empezó a preguntarse qué cortina descorrería el nuevo espectro; poreso las recogió todas él mis-mo, se tumbó de nuevo y dirigió una cortante ojeada en tor-noa su cama. Quería plantar cara al espíritu cuando apare-ciera y no deseaba que le cogieradesprevenido porque se pondría nervioso.Los caballeros del tipo poco ceremonioso, que se jactan de conocer bien la aguja de mareara cualquier hora del día o de la noche, expresan su amplia capacidad para la aventu-radiciendo que son buenos para cualquier cosa, desde jugar a «cara o cruz» hasta cometer unasesinato; entre estas dos actividades extremas, qué duda cabe, hay toda una amplia gama.Sin atreverme a decir otro tanto de Scrooge, no es equi-vocado pensar que estaba preparadopara recibir una gran variedad de extrañas apariciones y que nada, desde un bebé hasta unrinoceronte, le habría cogido muy de sorpresa.Ahora bien, al estar preparado para casi todo, en modo alguno estaba preparado para nada.Por consiguiente, cuan-do la campana dio la una y no apareció ninguna forma, Scroo-ge fuepresa de violentos temblores. Cinco minutos, diez, un cuarto de hora, una hora... y nada.Todo ese tiempo per-maneció tendido encima de la cama, que se había converti-do enorigen y centro del resplandor de luz rojiza que había fluido sobre ella cuando el relojproclamó la hora; al no ser más que luz resultaba más alarmante que una docena defan-tasmas porque él era incapaz de adivinar su significación y su propósito. En algunosmomentos, Scrooge temió hallarse en el momento culminante de un interesante caso decom-bustión espontána[L18] , sin tener el consuelo de saberlo. Sin embargo, al final acabópensando como usted o yo hubiéramos pensado desde el principio, pues la persona que noestá metida en el problema es quien mejor sabe lo que se debe hacer, al final, como decía,acabó pensando que tal vez encontraría la fuente y el secreto de esta luz fantas-mal en lahabitación de al lado, donde parecía resplandecer. Cuando esta idea acaparó toda su mente,se levantó sin rui-do y se deslizó en sus zapatillas hasta la puerta.En el momento de asir la manilla de la puerta, una voz le llamó por su nombre y le ordenóentrar. Scrooge obedeció.Era su propio salón, sin duda alguna, pero había sufrido una transformación sorprendente.El techo y las paredes es-taban tan cubiertos de vegetación que parecía un bosqueci-llodonde brillaban por todos lados bayas chispeantes. Las frescas y tersas hojas de acebo,muérdago y yedra reflejaban la luz como si se hubiesen esparcido allí y allá numerososespejitos, y en la chimenea rugían tales llamaradas como nun-ca había conocido aquel tristehogar petrificado en vida de Scrooge, de Marley, ni en muchos, muchísimos inviernosatrás. En el suelo, amontonados en forma de trono, había pavos, ocas, caza, pollería, adobo,grandes perniles, lecho-nes, largas ristras de salchichas, pastelillos de carne, tartas de ciruela, cajas de ostras, castañas de color rojo intenso, manzanas de rojo encendido,naranjas jugosas, deliciosas peras, inmensos pasteles de Reyes [L19] y burbujeantes bols depon-che que empañaban la estancia con sus efluvios deliciosos. Cómodamente instaladosobre todo ello, estaba sentado un Gigante festivo, de esplendoroso aspecto, que sosteníauna antorcha encendida, parecida a un cuerno de la Abundan-cia; la sostenía muy alta paraque la luz cayera sobre Scrooge cuando cruzó la puerta y miró de hito en hito.«¡Entra!», exclamó el fantasma. «¡Entra y me reconocerás mejor!»Scrooge avanzó tímidamente a inclinó la cabeza ante el espíritu. Ya no era el obstinadoScrooge de antes, y aunque los ojos del espíritu eran francos y amables, no le gustóen-contrarse con aquella mirada.«Soy el fantasma de la Navidad del Presente», dijo el es-píritu. «¡Mírame!»Scrooge lo hizo reverentemente. Estaba vestido con una simple túnica, o manto, de colorverde oscuro, ribeteado con piel blanca. Esta prenda le quedaba muy holgada, dejando aldescubierto su ancho pecho como si desdeñara protegerse u ocultarse con cualquierartificio. Sus pies, visibles bajo los amplios pliegues del manto, también estaban desnudos,y en la cabeza no llevaba más cobertura que una guirnalda de acebo salpicada de brillantescarámbanos. Sus bucles, de co-lor castaño oscuro, eran largos y caían libremente, librescomo su rostro cordial; su chispeante mirada, su mano generosa, su animada voz, susademanes espontáneos y su aire festivo. Ceñía su cintura una antigua vaina, pero sinespada, y la an-tigua funda estaba herrumbrosa.«¡Nunca habías visto nada como yo!», exclamó el espíritu.«Jamás», logró responder Scrooge.«¿Nunca has salido con los miembros más jóvenes de mi fa-milia; quiero decir porque yosoy muy joven mis hermanos mayores, nacidos en estos últimos años?», prosiguió elfantasma. manos mayores, nacidos en estos últimos años?», prosiguió el fantasma.«Creo que no», dijo Scrooge. «Me temo que no. ¿Tienes muchos hermanos, espíritu?»«Más de mil ochocientos», dijo el fantasma.«¡Familia tremenda de mantener! », murmuró Scrooge.El fantasma de la Navidad del Presente se levantó.«Espíritu», dijo Scrooge sumisamente, «condúceme a don-de desees. Anoche me llevaron ala fuerza y aprendí una lec-ción que ahora estoy aprovechando. Este noche, si tienes algoque enseñarme, lo aprenderé con provecho».«¡Toca mi manto!» Scrooge hizo lo que se le indicó con mano firme.Acebo, muérdago, bayas rojas, hiedra, pavos, ocas, caza, pollos, adobo, ternera, lechones,salchichas, ostras, pasteli-llos, tartas; fruta y ponche desaparecieron instantáneamen-te.También desapareció la habitación, el fuego, el rojizo res-plandor, la hora de la noche, yellos estaban en las calles de la ciudad en la mañana del día de Navidad. El tiempo eracrudo y la gente hacía una especie de música chocante, pero viva y nada desagradable, alquitar la nieve de la acera de sus casas y de los tejados; para los chicos era una delicia totalver cómo caía la nieve explotando en la calle y salpicando con pequeños aludes artificiales.En contraste con la blanca y lisa capa de nieve de los teja-dos y con la nieve más sucia delsuelo, las fachadas de las casas parecían negras y las ventanas todavía más negras. En lacalle, las pesadas ruedas de coches y carros habían arado con profundas rodadas la últimanieve caída, y esos surcos se cruzaban y entrecruzaban cientos de veces en lasintersec-ciones de las grandes arterias y formaban intrincados cana-les, difíciles de rastrear,en el espeso lodo amarillo y agua helada. El cielo estaba oscuro y las calles más cortastapona-das por una neblina negruzca, medio derretida, medio he-lada, cuyas partículas máspesadas caían cual ducha de áto-mos de hollín; parecía que todas las chimeneas de GranBretaña se habían puesto de acuerdo para encenderse a la vez y estuviesen disparando adiscreción para satisfacción de sus queridos fogones. En el clima de la ciudad no había nadaalegre; no obstante, flotaba en el aire un júbilo muy supe-rior al que podría producir el solmás brillante y el aire más límpido del verano.La gente que paleaba la nieve en los tejados estaba llena de jovialidad y cordialidad; sellamaban unos a otros desde los parapetos y, de vez en cuando, intercambiaban bolazos denieve proyectil bastante más inofensivo que muchos co-mentarios jocosos, riendo contodas las ganas si daba en el blanco y con no menos ganas si fallaba. Las tiendas de lospolleros todavía estaban medio abiertas y las de los fruteros irradiaban sus glorias. Allíhabía grandes cestos de castañas redondos, panzudos como viejos y alegres caballeros,recos-tados en las puertas y desbordando hacia la calle en su apo-plética opulencia. Habíarojizas cebollas de España, de ros-tro moreno y amplio contorno, de gordura relucientecomo frailes españoles que, desde los estantes, guiñaban el ojo con irresponsable malicia alas chicas que pasaban y luego eleva-ban la mirada serena al muérdago colgado. Habíaperas y manzanas, apiladas en espléndidas pirámides. Había raci-mos de uvas colgando deganchos conspicuos por la buena intención de los tenderos, para que a la gente se le hicierala boca agua, gratis, al pasar; también había pilas de avella-nas, marrones, aterciopeladas,con una fragancia que evoca-ba los paseos por los bosques y el agradable caminar hundi-dohasta los tobillos entre las hojas secas; había manzanas de Norfolk, regordetas y atezadas,resaltando entre el ama-rillo de naranjas y limones y, con la gran densidad de sus cuerposjugosos, pidiendo a gritos que se las llevasen a casa en bolsas de papel para comerlasdespués de la cena. Hasta los peces dorados y plateados, desde una pecera expuesta en-trelos exquisitos frutos, y a pesar de pertenecer a una espe-cie sosa y aburrida, parecían saberque algo estaba sucedien-do y daban vueltas y más vueltas en su pequeño mundo con laexcitación lenta y desapasionada propia de los peces. ¡Y en las tiendas de ultramarinos!¡Ah, los ultramarinos! A punto de cerrar, con uno o dos cierres ya echados, pero ¡quévisiones por los huecos! Los platillos de las balanzas gol-peaban el mostrador con alegresonido; el rollo de bramante desaparecía con rapidez; los enlatados tableteaban arriba y abajo como en manos de un malabarista; los mezclados aro-mas del té y el café eran unadelicia para el olfato; estaba lleno de pasas extrañas, almendras blanquísimas, largos yde-rechos palos de canela y otras especias delicadas, y los frutos confitados, bien cocidos yescarchados con azúcar, hacían sen-tir desvanecimientos, y después una sensación biliosa,incluso a los espectadores más fríos. Los higos estaban húmedos y pulposos, las ciruelasfrancesas se ruborizaban con modesta acrimonia desde sus cajas tan ornamentadas. Todoslos co-mestibles eran magníficos y bien presentados para la Navi-dad. Pero eso no era todo.Los clientes estaban tan apresura-dos y agitados con la esperanzadora promesa del día quetropezaban unos con otros en la puerta, entrechocaban sus cestos, olvidaban la compra en elmostrador y volvían corrien-do a recogerla, cometiendo cientos de equivocaciones de esaclase con el mejor humor. El especiero y sus dependientes eran tan campechanos y biendispuestos que los pulidos co-razones con que ataban sus mandilones por detrás podríanhaber sido sus propios corazones, llevados por fuera para ins-pección general y para serpicoteados por cuervos navideños si así lo prefiriesen[L20] .Pero pronto los campanarios llamaron a la oración en igle-sias y capillas, y allá se fue labuena gente en multitud por las calles, con sus mejores galas y su más jubilosa expresión.Y al mismo tiempo, desde muchas callejuelas, pasadizos y bocacalles sin nombre,emergieron innumerables personas que llevaban su cena a asar en las panaderías. El espírituparecía estar muy interesado por estos pobres festejadores, pues se detuvo con Scroogejunto a la entrada de una panadería para levantar las cubiertas de las cenas quetransportaban y las rociaba de incienso con su antorcha. La antorcha era de una clase muypoco corriente, pues en una o dos ocasiones en que algunos de los que acarreaban las cenastropezaron con otros y hubo palabras mayores, el espíritu los roció con unas gotas de aguade la antorcha, y de inmediato recupera-ron el buen humor; decían que era una vergüenzadisputar en el día de Navidad. ¡Y era muy cierto!Las campanas dejaron de sonar y se cerraron las panade-rías, pero permaneció unaconfortante y vaga representación de todas esas cenas en el derretido manchón de humedadsobre cada horno de panadero, donde el suelo todavía hu-meaba como si se estuvierancociendo las losas.«¿Tiene algún sabor especial eso que salpicas con la antor-cha?», preguntó Scrooge.«Sí lo tiene. Mi propio sabor».«¿Serviría para cualquier cena de hoy?», preguntó Scrooge.«Para cualquiera que se celebre con afecto. Pero más para una cena pobre».«¿Por qué más para una pobre?», preguntó Scrooge.«Porque lo necesita más».«Espíritu», dijo Scrooge tras un momento de vacilación, «de todos los seres que hay en losmuchos mundos que nos rodean, me asombra que seas tú el que más desea restringir lasoportunidades de esa gente para disfrutar inocentemente». «¡Yo!», exclamó el espíritu.«Les quitarías sus medios para poder cenar cada séptimo día, a menudo el único día en quese puede decir que ce-nan», dijo Scrooge, «¿verdad?:..«¡Yo! », exclamó el espíritu.«¿No quieres que se cierren estos locales los días del Se-ñor?», dijo Scrooge. «Pues llegasal mismo resultado».« ¡Que yo quiero! », exclamó el fantasma.«Perdóname si me equivoco. Se ha hecho en tu nombre o, al menos, en el de tu familia»,dijo Scrooge.«En esta tierra tuya hay algunos», replicó el espíritu; «que pretenden conocernos y quecometen sus actos de pasión, orgullo, mala voluntad, odio, envidia, beatería y egoísmo ennuestro nombre; pero son tan ajenos a nosotros y nuestro género como si nunca hubieranvivido. Recuerda esto y écha-les la culpa a ellos, no a nosotros[L21] ».Scrooge prometió que así lo haría y se marcharon, invisi-bles igual que antes, hacia lossuburbios de la ciudad. Una notable cualidad del fantasma (Scrooge la había observado enla panadería) consistía en que, pese a su talla gigantesca, podía acoplarse a cualquier sitiofácilmente, y mantenía su gracia de criatura sobrenatural tanto si el techo era muy bajocomo si se encontraba en un grandioso vestíbulo.Y tal vez por el placer que el buen espíritu encontraba en demostrar esa facultad, o bien porsu propia naturaleza generosa, afable, cordial, y su simpatía por los pobres, con-dujo aScrooge asido a su manto directamente a casa de su escribiente. En el umbral, el espíritusonrió y se detuvo para bendecir el hogar de Bob Cratchit con las aspersiones de suantorcha. ¡Imagínate! Bob sólo ganaba quince «pavos[L22] » a la semana; los sábados nose embolsaba más que quince copias de su propio nombre, ¡y a pesar de todo el fantasma dela Navidad del Presente bendijo su casa de cuatro habitaciones!La señora Cratchit, esposa de Bob Cratchit, engalanada pobremente con un vestido al queya le había dado la vuelta dos veces, pero esplendoroso en cintas (baratas y muy luci-daspor cuatro perras), se levantó y puso el mantel ayudada por Belinda Cratchit, la segunda desus hijas, igualmente aderezada con lazos. Mientras tanto, el señorito [L23] Peter Cratchithundía un tenedor en la cazuela de las patatas y se metía en la boca los picos de sumonstruoso cuello de ca-misa (propiedad privada de Bob, transferida a su hijo y he-rederoen honor a la festividad del día), encantado de en-contrarse tan elegantemente ataviado yansioso por exhibirse en los parques y paseos de moda. Y ahora dos pequeños Crat-chit,niño y niña, llegaron corriendo precipitadamente y gri-tando que habían olido la oca fuerade la panadería y que sabían que era la suya; entre placenteros pensamientos de cebolla ysalvia, estos jóvenes Cratchit bailaban en torno a la mesa y ensalzaban al señorito PeterCratchit mientras él (sin orgullo, aunque el cuello casi le estrangulaba) atizaba el fuego hasta que el lento hervor de las patatas sonó fuerte al chocar con la tapadera y quedaronlistas para sacar y pelar.«¿Qué estará haciendo vuestro dichoso padre?», decía la señora Cratchit. «Y vuestrohermano, Tiny Tim; ¡y Martha ya había llegado hace media hora, el año pasado!»«¡Aquí está Martha, madre! », dijo una chica apareciendo por la puerta.«¡Aquí está Martha, madre!», gritaron los dos Cratchit pe-queños. «¡Hurra! ¡Martha, hayuna oca...! »«¡Ay, mi niña querida, qué tarde vienes!», dijo la señora Crarchit besándola una y otra vez,y quitándole el chal y el sombrerito con celo oficioso.«Anoche tuvimos que terminar un montón de trabajo», respondió la chica, «y esta mañanadespacharlo, madre». «¡Bueno! Ahora ya estás aquí y eso es lo que importa», dijo la señoraCratchit. «Siéntate junto al fuego para entrar en calor, cariño».«¡No, no! ¡Ya viene padre!», gritaron los dos jóvenes Crat-chit que estaban en todo.«¡Escóndete, Martha, escóndete!»Martha así lo hizo antes de que entrase Bob, el padre, con tres pies de bufanda[L24] ,cuando menos, por todo abrigo, colgándole por delante, y su gastada indumentaria bienre-mendada y cepillada para guardar una apariencia adecuada, y en sus hombros Tiny Tim.¡Ay, Tiny Tim!: llevaba una pequeña muleta y sus piernas enfundadas en armazones dehierro.«¿Dónde está Martha?», exclamó Bob Cratchit mirando alrededor.«No va a venir», dijo la señora Cratchit.«¡Que no va a venir!», dijo Bob con súbito desánimo, pues había traído a Tim a caballotodo el trayecto desde la iglesia y había llegado a casa desenfrenado. «¡No venir el día deNavidad?»Martha no quería verle disgustado, ni siquiera por bro-ma, de manera que salió antes detiempo de su escondite tras la puerta del armario y corrió a sus brazos, mientras los dospequeños Cratchit se apoderaron de Tiny Tim y le arras-traron hasta el lavadero para quepudiera escuchar el sonido del pudding de Navidad metido en el barreño.«¿Y qué tal se portó Tiny Tim?», preguntó la señora Crat-chit cuando Bob ya se habíarecuperado del susto y, muy contento, había estrechado a su hija entre sus brazos.«Tan bueno como un santo o más», dijo Bob. «Al estar sentado solo tanto tiempo, se vuelvepensativo y piensa las cosas más extrañas que se puedan imaginar. Cuando volvía-mos acasa me dijo que esperaba que la gente se fijase en él en la iglesia porque está tullido, y para ellos sería agrada-ble recordar en el día de Navidad a quien hizo andar a los mendigoscojos y ver a los ciegos».La voz de Bob era trémula al contarlo, y todavía tembló más cuando dijo que Tiny Timestaba creciendo fuerte y sano.Antes de que se hablase otra palabra, se oyeron los golpes de la activa muletita contra elsuelo y Tiny Tim regresó es-coltado por su hermano y su hermana hasta su taburete jun-to ala chimenea; mientras tanto, Bob, recogiendo las man-gas como si, ¡pobre hombre! ,pudieran quedar todavía más raídas preparó un brebaje caliente de ginebra y limones enuna jarra, lo revolvió a conciencia y lo puso a calentar en la chapa de la cocina. El señoritoPeter y los dos ubicuos Crat-chit pequeños se fueron a recoger la oca y con ella regresa-ronpronto en animada procesión.Sobrevino una excitación tal que cualquiera hubiera creí-do que una oca era la más rara delas aves, un fenómeno plumoso, a cuyo lado un cisne negro resultaría de lo más vul-gar; yen realidad, en aquella casa era algo así. La señora Crat-chit puso la salsa (preparada deantemano en una pequeña salsera) casi hirviente; el señorito Peter hizo puré las patatas conincreíble energía; la señorita Belinda endulzó la salsa de manzana; Martha limpió lasfuentes; Bob puso a su lado a Tiny Tim en una esquina de la mesa; los dos jóvenesCrat-chit colocaron sillas para todo el mundo, sin olvidarse de sí mismos, y montandoguardia en sus puestos mantenían la cuchara en la boca para no chillar pidiendo oca antesde que les llegara el turno de servirse. Por fin se trajeron las fuentes y se bendijo la mesa.Luego siguió una pausa en la que no se les oía ni respirar, mientras la señora Cratchit,mirando lentamente a lo largo del trinchante, se preparaba para hin-carlo en la pechuga;pero en cuanto lo hizo, cuando brotó el esperado borbotón del relleno, se alzó un clamor dede-lectación por toda la mesa, a incluso Tiny Tim, excitado por los dos Cratchit pequeños,golpeó el tablero con el mango del cuchillo y gritó débilmente: «¡Hurra!»Nunca hubo una oca como aquélla. Bob decía que no po-día creer que se hubiera cocinadojamás una oca como aqué-lla. Su sabor, ternura, tamaño y bajo precio fueron temas deuniversal admiración. Acompañada por la salsa de man-zana y el puré de patata, fue cenasuficiente para toda la fa-milia; y más aún, como dijo muy contenta la señor Cratchitsupervisando una pequeña partícula de hueso en una fuen-te, ¡no se la habían acabado! Elhecho es que cada cual tomó lo suficiente, y en especial los pequeños Cratchit se habíanatiborrado de cebolla y salvia [L25] hasta las cejas. Pero ahora la señorita Belinda cambiólos platos mientras la señora Crat-chit salía del cuarto sola demasiado nerviosa parasoportar testigos para sacar el pudding y traerlo a la mesa.¡Supongamos que no esté bien cocido! ¡Supongamos que se rompa al sacatlo!¡Supongamos que alguien haya saltado la pared del patio y lo haya robado mientrasfestejábamos la oca! suposición que puso lívidos a los dos jóvenes Cratchit. Toda clasede horrores fueron supuestos.¡Vaya! ¡Mucho vapor! El pudding se sacó del barreño. ¡Un olor como el de los días dehacer colada! Era el paño. Un olor como el de un restaurante situado al lado de unaconfi-tería y una lavandería. Era el pudding. La señora Cratchit volvió en medio minuto, acalorada pero sonriendo con or-gullo, con un pudding como una bala de cañón moteada,denso y firme, flambeado con la mitad de medio cuartillo de brandy y omado de acebo en laparte superior.Bob Cratchit dijo que era un pudding maravilloso y que lo consideraba lo mejor que laseñora Cratchit había hecho desde que se habían casado. La señora Cratchit dijo que, aho-raque ya se le había quitado el peso de encima, confesaría que había tenido sus dudas sobre lacantidad de la harina. Todos tenían algo que decir sobre el pudding, pero nadie dijo, nipensó, que era pequeño para una familia tan gran-de; hacerlo hubiera sido como unablasfemia. Todos ellos habrían enrojecido ante una insinuación semejante.Al terminar la cena se despejó el mantel, se barrió la zona de la chimenea y se recompuso elfuego. Se probó la mezcla de la jarra y se consideró perfecta, se trajeron a la mesaman-zanas y naranjas y se metió al fuego una paletada de casta-ñas. Luego toda la familiaCratchit se agrupó en tomo a la chimenea, en lo que Bob Cratchit llamaba «círculo»querien-do indicar medio círculo; y al lado de Bob Cratchit se des-plegaba la cristalería dela familia: dos vasos y un recipiente para natillas, sin mango, que sirvieron para el líquidoca-liente de la jarra tan bien como si hubieran sido copas de oro. Bob lo escanció conexpresión radiante, mientras las cas-tañas en el fuego chascaban y se resquebrajabanruidosamen-te. Luego Bob brindó:«Felices Pascuas a todos nosotros, queridos. ¡Que Dios nos bendiga!Toda la familia lo repitió.«¡Dios bendiga a cada uno de nosotros! », dijo Tiny Tim en último lugar. Estaba sentadomuy cerca de su padre, en su pequeño escabel. Bob sostenía en su mano la manita mar-chitadel niño, como si le amase, como si quisiera tenerle muy cerca de sí y temiera que se loarrebatasen.«Espíritu», dijo Scrooge con un interés que nunca antes había sentido, «dime si Tiny Timvivirá».«Veo un sitio vacante», contestó el fantasma, «en ese po-bre rincón de la chimenea, y unamuleta sin dueño amoro-samente conservada. Si esas sombras permanecen sin cam-bios enel futuro, el niño morirá».«No, no», dijo Scrooge. «¡Oh, no, amable espíritu! Dime que se salvará».«Si esas sombras permanecen inalteradas por el futuro, nin-gún otro de mi especie», replicóel fantasma, «le encontrara aquí. ¿Y qué más da? Si se tiene que morir, lo mejor es que asílo haga y disminuya el exceso de población».Scrooge hundió su cabeza al oír al espíritu citar sus pro-pias palabras, y se sintió abrumadopor el arrepentimiento y la pena. «Hombre», dijo el fantasma, «si tienes corazón humano, no de piedra dura, olvida esamalvada jerga hasta que hayas descubierto qué es el exceso y dónde está el exceso. ¿Quiéneres tú para decidir qué hombres deben morir y qué hom-bres deben vivir? Es posible que alos ojos del cielo tú seas menos valioso y menos merecedor de vivir que millones, como elhijo de ese pobre hombre. ¡Oh Dios! , ¡tener que escuchar al insecto en la hoja disertandosobre lo demasiado que vi-ven sus hambrientos hermanos en el suelo!»Scrooge se encogió ante la reprobación del fantasma y, tembloroso, hincó la mirada en elsuelo, pero la levantó rá-pidamente al escuchar su nombre.«¡El señor Scrooge!, dijo Bob; «brindo por el señor Scroo-ge, Fundador de la Fiesta.«¡El Hundidor de la Fiesta en verdad!», exclamó la señora Cratchit enrojeciendo. «Megustaría tenerle aquí. Para feste-jarlo le diría cuatro cosas y espero que tenga buenastra-gaderas».«Querida mía», dijo Bob; «los niños: es Navidad».«Tiene que ser Navidad, estoy segura, dijo ella, «para be-ber a la salud de un hombre tanodioso, tacaño, duro a in-sensible como el señor Scrooge. ¡Sabes que es cierto, Robert!¡Nadie lo sabe mejor que tú, pobre mío!«Querida, es Navidad», fue la tranquila respuesta de Bob.«Bebo a su salud porque tú me lo pides y por el día que es», dijo la señora Cratchit, «no porél. ¡Por muchos años! ¡Alegre Navidad y feliz Año Nuevo! El va a sentirse muy alegre ymuy feliz, ¡no me cabe la menor duda!»Los niños bebieron detrás de ella. Era la primera de sus acciones que no tenía sinceridad.Tiny Tim bebió el último, pero le importaba un comino. Scrooge era el ogro de la fa-milia.La sola mención de su nombre arrojó sobre la reunión una negra sombra que no se disipóhasta cinco minutos más tarde. Pasada la sombra, estaban diez veces más contentos queantes por el mero alivio de haber acabado con el Malva-do Scrooge. Bob Cratchit les hablóde la situación que tenía en perspectiva para el señorito Peter, que, si se conseguía,supondría unos ingresos semanales de cinco chelines y me-dio. Los dos jóvenes Cratchit sedesternillaban de risa ante la idea de Peter convertido en hombre de negocios; el pro-pioPeter miraba pensativamente al fuego entre sus cuellos como si meditara sobre lasespeciales inversiones que debe-ría decidir cuando entrase en posesión de un ingreso tanapa-bullante. Martha, que era una pobre aprendiza en un taller de sombrerera, les contó laclase de trabajo que tenía que realizar, las muchas horas seguidas que debía trabajar y cómoestaba deseando tomarse un largo descanso en cama a la ma-ñana siguiente, pues el díasiguiente era festivo y lo pasaba en casa. También les contó que había visto a una condesa ya un lord unos días antes, y que el lord «era de alto como Peter», ante lo cual Peter se subiólos cuellos tanto que no se le podía ver la cabeza. Todo este rato, las castañas y la jarrahacían ronda, y después escucharon una canción sobre un niño perdido en la nieve; lacantaba Tiny Tim con una vocecita quejumbrosa, y la cantó realmente muy bien. No había nada de alta categoría en lo que hacían. No eran una familia distinguida; no ibanbien vestidos; sus zapatos estaban lejos de ser impermeables; sus ropas eran escasas, yPeter podría haber conocido, y es muy probable que así fue-ra, el interior de una casa deempeños. Pero estaban felices, agradecidos y satisfechos unos de otros, y contentos con elpresente. Cuando empezaron a perderse de vista, todavía pa-recían más felices, con elbrillante chisporroteo de la antor-cha del espíritu que se marchaba, y hasta el últimoinstante Scrooge no apartó de ellos sus ojos, sobre todo de Tiny Tim.En aquellos momentos comenzaba a oscurecer y nevaba intensamente. Scrooge y el espírituse fueron por las calles; era maravilloso el resplandor de los fuegos rugientes en las cocinas,salones y toda clase de habitaciones. Aquí, el revo-loteo de las llamas dejaba ver lospreparativos para una agra-dable cena, con platos calentándose junto a la lumbre y cor-tinasde color rojo oscuro a punto de ser corridas para aislar del frío y la oscuridad. Allá, todoslos niños de la casa salían corriendo en la nieve para recibir a sus hermanas casadas,hermanos, primos, tíos, tías... , y ser el primero en felicitar-les. Aquí se reflejaban en lascelosías las sombras de los invi-tados reuniéndose, y allá un grupo de chicas guapas, todascon capucha y botas de piel y parloteando a la vez, se diri-gían a paso rápido hacia la casade algún vecino donde, ¡ay del soltero que las viera entrar arreboladas bien lo sabíanellas, astutas hechiceras!Pero a juzgar por el número de personas que se encami-naban a reuniones amistosas,cualquiera diría que en las ca-sas no habría nadie para dar la bienvenida; sin embargo, entodas se esperaba compañía y se avivaban las lumbres hasta la altura de media chimenea.¡Cómo exultaba el fantasma! ¡Cómo henchía su desnudo pecho la respiración! ¡Cómo abríala palma de su mano libre y regaba a chorros generosos todo lo que quedaba a su alcancecon inofensivo regocijo! El mis-mo farolero, que corría antes de puntear con motas de luzla calle lúgubre, iba arreglado para pasar la noche en alguna parte y, sin más compañía quela Navidad, se rió sonora-mente cuando pasó el espíritu.Y ahora, sin una sola palabra de advertencia del fantas-ma, se detuvieron en un hostil ydesierto páramo, con mons-truosas masas pétreas diseminadas como si fuera un cemen-tetiode gigantes. El agua corría por todas panes al menos así lo habría hecho si la helada notuviera prisionera, y sólo crecían musgos, tojos y densas matas de burda hierba. Hacia elOeste, el sol poniente había dejado una banda de rojo ardiente que iluminó la desolacióndurante unos ins-tantes, como un ojo rencoroso, y se fue cerrando, cerrando cada vez más,hasta perderse en las espesas tinieblas de la noche más negra.«¿Qué sitio es éste?», preguntó Scrooge.«Un lugar donde viven los mineros, que trabajan en las entrañas de la tierra», contestó elespíritu. «Pero me cono-cen. ¡Mira!»Se encendió una luz en una cabaña y ellos se aproximaron rápidamente. Atravesaron lapared de piedra y barro y en-contraron una animada reunión en torno a una cálida lum-bre.Un hombre muy viejo y una mujer, con sus hijos y los hijos de sus hijos, y otra generaciónposterior, todos engala-nados con sus ropas de fiesta. El viejo, con una voz que ape-nassobrepasaba el ulular del viento en la yerma extensión, les cantaba un villancico que ya era muy antiguo cuando él había sido niño, y de vez en cuando todos le acompañaban a coro.Cuando los demás unían sus voces, la del viejo se vol-vía más alegre y potente, y cuando secallaban, él bajaba el tono.El espíritu no se demoró allí; indicó a Scrooge que se su-jetase al manto y, pasando sobre elpáramo, se dirigió rápi-damente... ¿adónde? ¡No al mar? Sí, al mar. Para espanto deScrooge, al mirar hacia atrás vio al final de la tierra firme una temible alineación de rocas;sus oídos quedaron ensor-decidos por el retumbar del agua que se desmoronaba ru-giendo yse estrellaba con furia contra las siniestras cavernas que había ido socavando, y con fierezaintentaba perforar la tierra.A una legua aproximadamente de la costa se alzaba un faro solitario construido sobre unsiniestro arrecife de hun-didas rocas, azotadas y arañadas por el oleaje. En la basecol-gaban grandes aglomeraciones de algas y las aves marinas se diría que nacían delviento, como las algas del agua se ele-vaban y caían a su alrededor como las olas quepeinaban.Pero incluso aquí los dos hombres que atendían las seña-les habían encendido una lumbreque, a través del portillo abierto en los gruesos muros de piedra, arrojaba un rayo de luzsobre el mar tenebroso. Estrechando sus encallecidas ma-nos por encima de la mesa bastadonde estaban sentados, se desearon una Feliz Navidad con sus jarras de grog[L26] . Unode ellos, el más viejo, con un rostro marcado por la in-clemencia del tiempo como elmascarón de proa de un viejo navío, entonó una canción tan vigorosa como una tempestad.Una vez más, el fantasma se fue apresuradamente sobre el negro y agitado mar lejos, muylejos; tan lejos de cual-quier costa, como le dijo a Scrooge, que descendieron sobre unbarco. Permanecieron al lado del timonel, del vigía de proa, de los oficiales de guardia,fantasmales y oscuras som-bras en sus puestos, pero todos ellos tarareaban músicanavi-deña o tenían el pensamiento puesto en la Navidad, o ha-blaban a sus compañeros dealguna Navidad pasada con añoranza del hogar. Y todo hombre a bordo, despierto odor-mido, bueno o malo, había tenido una palabra más amable para los demás en ese díaque en cualquier otro día del año; y había compartido en alguna medida el festejo; y habíare-cordado a los seres queridos, y había sabido que ellos se acor-daban de él.Mientras escuchaba el aullido del viento y pensaba qué cosa tan grande es moverse a travésde solitarias tinieblas so-bre un abismo desconocido, cuyos secretos son tan profun-doscomo la muerte, para Scrooge constituyó una gran sor-presa oír una sonora carcajada. Y lasorpresa todavía fue mayor cuando reconoció que la había proferido su propio sobrino, y seencontró en una estancia cálida y resplande-ciente, con el espíritu sonriendo a su lado ymirando al so-brino con aprobadora afabilidad.«¿Ja, ja!», reía el sobrino de Scrooge. «¿Ja, ja, ja!»Si por una improbable casualidad el lector conociera a un hombre con una risa más felizque la del sobrino de Scroo-ge, todo lo que puedo decir es que también a mí me gusta-ríaconocerle. Preséntemelo y yo cultivaré su amistad. Es una ley de la compensación justa, equitativa y saluda-ble, que así como hay contagio enla enfermedad y las pe-nas, nada en el mundo resulta más contagioso que la risa y el buenhumor. Cuando el sobrino de Scrooge se reía suje-tándose los costados, girando la cabeza yarrugando el rostro con las más extravagantes contorsiones, la sobrina de Scroo-ge pormatrimonio reía con tantas ganas como él. Y el grupo de sus amigos no se quedaba atrásy todos se desterni-Ilaban.«¿Ja, ja! ¿Ja, ja, ja, ja!»«¡Dijo que las Navidades eran tonterías, os lo juro!», ex-clamó el sobrino de Scrooge. «¡Yademás se lo creía!»«Más vergüenza le debería dar, Fred!, dijo indignada la sobrina de Scrooge. Esas benditasmujeres nunca hacen nada a medias. Se lo toman todo muy en serio.Era muy atractiva, sumamente atractiva. Tenía un rostro encantador, con hoyuelos en lasmejillas y expresión de sor-presa; una boquita roja y suave que parecía estar hecha para serbesada lo era, sin duda; todo tipo de pequitas junto a su barbilla, que se mezclaban unascon otras al reírse; y el par de ojos más luminoso que se haya visto. Al mismo tiempo, eradel tipo que se podría describir como provocati-va, ya me entienden, pero de una maneraadecuada. ¡Ah, sí, perfectamente adecuada!«Es un viejo tipo cómico», dijo el sobrino de Scrooge, «es la verdad; y no tan agradablecomo podría ser. Sin embar-go, en su pecado lleva la propia penitencia, y no quiero de-cirnada contra él».«Estoy segura de que es muy rico, Fred», apuntó la sobri-na. «Al menos eso es lo quesiempre me has dicho».«¡Y eso que importa, querida!», dijo el sobrino. «La riqueza no le sirve de nada. No hacecon ella nada bueno. No la utiliza para su bienestar. Ni siquiera tiene la satisfac-ción depensar. Ja, ja, ja, que algún día nosotros la disfru-taremos».«Acaba con mi paciencia», observó la sobrina de Scrooge. Las hermanas de la sobrina ytodas las demás señoras expre-saron igual opinión.«Yo sí tengo paciencia», dijo el sobrino. «Me da lástima; no puedo enfadarme con él. Elque sufre por sus manías es siempre él mismo. Le da por rechazarnos y no querer venir acenar con nosotros. ¿Cuál es la consecuencia? No tiene mu-cho que perder con una cena. »«Yo pienso que se pierde una cena muy buena», interrum-pi6 la sobrina. Todos asistieron,y eran jueces competentes puesto que acababan de cenar y, con el postre sobre la mesa,estaban apiñados junto al fuego, a la luz de la lámpara.«¡Bueno! Me alegra mucho escucharos», dijo el sobrino de Scrooge, «porque no tengomucha fe en estas jóvenes amas de casa. ¿Tú qué dices, Topper? » Estaba claro que Topper le había echado el ojo a una de las hermanas de la sobrina, puesrespondió que un soltero no era más que un pobre proscrito sin derecho a expresar unaopinión sobre la materia. Ante lo cual la hermana de la sobrina la rellenita con la pañoletade encaje, no la de las rosas se ruborizó.«Vamos, Fred, continúa», dijo la sobrina de Scrooge pal-moteando. «¡Nunca termina lo queempieza a contar! ¡Qué hombre más absurdo!»Al sobrino de Scrooge le dio otro ataque de risa y como era imposible evitar el contagio,aunque la hermana relleni-ta lo intentó de veras con vinagre aromático[L27] , su ejem-plofue seguido por unanimidad.«Iba a decir », dijo el sobrino de Scrooge, «que la consecuencia de su displicencia hacianosotros, y el no querer ce-lebrar nada con nosotros es, pienso yo, que se pierde buenosratos que no le harían ningún daño. Estoy seguro de que se pierde compañías másagradables que las que pueda en-contrar en sus pensamientos, metido en esa oficinaenmo-hecida o en su polvorienta vivienda. Todos los años quiero darle la oportunidad,tanto se le gusta como si no, porque me da lástima. Puede que reniegue de la Navidad hastaque se muera, pero siempre tendrá mejor opinión si ve que voy de buen humor, año trasaños, para decirle ¿cómo estás, tío Scrooge? Aunque sólo sirviera para que se acordara dede-jarle cincuenta libras a ese pobre escribiente suyo, ya habría merecido la pena; y piensoque ayer le conmoví.Ahora les tocaba reírse a los demás con la mención de ha-ber conmovido a Scrooge. Pero elsobrino tenía muy buen carácter, no le importaba que se rieran se iban a reír de cualquiermodo y les fomentó la diversión pasando la bo-tella alegremente.Tras el té, disfrutaron con un poco de música. Era una familia aficionada a la música, ypuedo asegurar que sabían lo que se traían entre manos cuando cantaban un solo, o a variasvoces; sobre todo Topper, que podia gruñir como un auténtico bajo sin que se le hincharanlas venas de la frente ni ponerse colorado. La sobrina de Scrooge tocaba bien el arpa y,entre otras piezas, tocó una ligera tonada (insignifi-cante, cualquiera podría aprender asilbarla en dos minutos) que había sido muy familiar para la niña que había recogi-do aScrooge en el internado, como le había hecho recordar el Fantasma de la Navidad delPasado. Al sonar esa musi-quilla, le volvieron a la mente todas las cosas que le habíamostrado el fantasma; se fue enterneciendo cada vez más, y pienso que si años atrás hubieraescuchado esa música a menudo, tal vez habría cultivado con sus propias manos las cosasbuenas de la vida para su propia felicidad, sin recurrir a la pala de enterrador que sepultó aJacob Marley.No se dedicaron a la música toda la velada. Después de un rato jugaron a las prendas. Esbuena cosa volverse niños algunas veces, y nunca mejor que en Navidad, cuando se hizoNiño el Fundador todopoderoso. ¡Un momento! Anterior-mente hubo un juego a la gallinaciega. Por supuesto que lo hubo. Y yo no me creo que Topper estuviese realmente a ciegasni que tuviera ojos en las botas. Mi opinión es que todo lo habían tramado él y el sobrino deScrooge, y el Fan-tasma de la Navidad del Presente lo sabía. Su manera de per-seguir aaquella hermana rellenita, de la toca de encaje, era un ultraje a la credulidad del género humano. Daba topeta-zos a los hierros de la chimenea, derribaba sillas, se estrella-ba contrael piano, se asfixiaba entre los cortinajes, pero a donde iba ella, él iba detrás. Siempre sabíadónde estaba la hermana rellenita. No quería agarrar a nadie más. Si al-guien tropezabacontra él, como algunos hicieron, y se que-daba quieto, fingía que fallaba al procuraratraparle, de ma-nera afrentosa para el humano entendimiento, y acto seguido se deslizabaen dirección a la hermana rellenita. Ella gritó varias veces que era trampa, y con razón.Pero cuando al fin la atrapó, cuando pese a los sedosos rozamientos y rápidas ondulacionesde ella logró arrinconarla en una esquina sin escapatoria, entonces su conducta fue de lomás execrable. Simulaba no saber que era ella; simulaba que era necesario tocar su peinado,y para cerciorarse bien de su identidad tan-teó una determinada sortija en sus dedos y unadeterminada cadena en su cuello; ¡fue vil, monstruoso! Sin duda ella le hizo saber suopinión cuando otro hacía de gallina ciega y ellos estaban juntos, muy confidenciales,detrás de los cor-tinajes.La sobrina de Scrooge no estaba jugando, sino sentada có-modamente en un gran butacón,con los pies sobre un esca-bel, en un atopadizo rincón, y el fantasma y Scrooge esta-bandetrás de ella. Pero se incorporó al juego de prendas y obtuvo resultados admirables contodas las letras del alfabeto. También lo hizo muy bien en el juego «Cómo, cuándo ydónde», y para secreto regocijo del sobrino de Scrooge, sacó mucha ventaja a sushermanas, que también eran chicas sa-gaces, como Topper podría confirmar. Allí habríaunas veinte personas, jóvenes y viejos, pero todos estaban jugando, y tam-bién jugabaScrooge; olvidando por completo los motivos por los que estaba allí y que los demás nopodía oírle, algunas veces daba las respuestas en voz alta y casi siempre acertaba, pues laaguja más aguda, la mejor Whitechapel[L28] , y con el ojo bien abierto, no superaba enagudeza a Scrooge, aun-que él se empeñaba en ser terco.Al fantasma le agradó mucho verle con aquella actitud y le miró con tal benevolencia queScrooge le suplicó como un niño que le permitiera quedarse hasta que los invitados sedespidieran. El espíritu le dijo que no era posible.«Van a empezar otro juego», dijo Scrooge. «¡Sólo media hora, espíritu; sólo media!»Era el juego llamado del «Sí y no»; el sobrino de Scrooge tenía que pensar en una cosa ylos demás descubrir lo que era haciéndole preguntas que únicamente podía responder conun «sí» o un «no». Del continuo bombardeo de pregun-tas a que fue sometido se deducíaque había pensado en un animal, un animal vivo, un animal bastante desagradable, unanimal salvaje, un animal que a veces rugía y gruñía, y otras veces hablaba, y vivía enLondres, y andaba por la ca-Ile, y no se le exhibía al público, y nadie le llevaba atado, y novivía en un zoológico, y nunca le mataron en un merca-do, y no era un caballo, asno, vaca,toro, tigre, perro, cerdo, gato no oso. Cada nueva pregunta provocaba en el sobrino unataque de risa tan irrefrenable que le obligaba a levan-tarse del sofá y dar patadas al suelo.Finalmente, la hermana rellenita, que había caído en un ataque similar, exclamó: «¡Ya lotengo! ¡Ya sé lo que es, Fred! ¡Ya sé lo que es!»«¿Qué es?», gritó Fred.«¡Es tu tío Scroooooge!» Así era, ciertamente. Hubo un sentimiento general de ad-miración, aunque algunosobjetaron que la respuesta a «¿Es un oso?» debió haber sido «Sí», puesto que la respuestacon-traria era suficiente para desviar el pensamiento del señor Scrooge, suponiendo quealguna vez se les hubiera ocurrido pensar en él.«Gracias a él hemos tenido un buen rato», dijo Fred, «y sería ingratitud no beber a su salud.Aquí tenemos prepara-das copas de vino caliente y brindo por tío Scrooge».«¡Bueno! ¡Por tío Scrooge!», repitieron todos.«¡Feliz Navidad y próspero Año Nuevo para el viejo, sea lo que sea!», dijo el sobrino. «Elno me lo aceptaría, pero da lo mismo. ¡Por tío Scrooge!Tío Scrooge se había ido poniendo imperceptiblemente tan contento y animado que habríacorrespondido bebien-do a la salud de la inconsciente reunión, y les habría dado las graciascon palabras inaudibles si el fantasma le hubiera dado tiempo. Pero toda la escena seesfumó con el hálito de las últimas palabras del sobrino, y él y el espíritu empren-dieronnuevos viajes.Vieron mucho, fueron muy lejos, visitaron muchos hoga-res, pero siempre con undesenlace feliz. El espíritu perma-neció junto al lecho de los enfermos y ellos se animaban;junto a los que estaban en tierra extraña y se sentían más cerca de la patria; junto a loshombres que luchaban, y les daba paciencia para alcanzar su mayor aspiración; junto a lapobreza y la convertía en riqueza. En hospicios, hospita-les, cárceles, en todos los refugiosde la miseria donde la pe-queña y vana autoridad del hombre no había hecho cerrar laspuertas para dejar al espíritu fuera, les dejó su bendición y a Scrooge el ejemplo.Era una noche muy larga, si es que era solamente una no-che, cosa que Scrooge dudabapuesto que las fiestas navide-ñas parecían haberse condensado en el período de tiempo quepasaron juntos. También era extraño que mientras la forma externa de Scrooge no se habíaalterado, el fantasma había envejecido, había envejecido a ojos vista. Scrooge ob-servó elcambio pero no habló de ello hasta que salieron de un festejo infantil de víspera de Reyes yal mirar al espíritu cuando salieron al exterior observó que se le había encaneci-do elcabello.«¿Es tan breve la vida de los espíritus?», preguntó.«Mi vida en este globo es muy corta», respondió el fantas-ma. «Se termina esta noche».«¡Esta noche!», exclamó Scrooge.«A medianoche. ¡Escucha! Se acerca la hora».En aquel momento las campanas del reloj daban las doce menos cuarto. «Perdóname si me equivoco», dijo Scrooge mirando con inquietud el manto del espíritu,«pero estoy viendo algo raro que te asoma por el ropaje. ¡Es un pie o una garra!»«Por la carne que tiene encima, podría ser una garra», fue la respuesta, cargada de tristeza,del espíritu. «Mira esto».De los pliegues del manto salieron dos niños; unos niños harapientos, abyectos, temibles,espantosos, miserables. Se arrodillaron a sus plantas y se colgaron del manto.«¡Hombre! ¡Mira esto! ¡Mira, mira bien!», exclamó el fantasma.Eran un niño y una niña. Amarillos, flacos, mugrientos, malencarados, lobunos, perotambién prosternados en su hu-mildad. Donde la gracia de la juventud debió haberlesper-filado los rasgos y retocado con sus más frescas tintas, una mano marchita y seca, comola de la vejez, les había ator-mentado, retorcido y hecho trizas. Donde podrían haberseentronizado los ángeles, acechaban los demonios echando fuego por sus ojosamenazadores. Monstruos tan horribles y temibles como aquellos no se han dado en ningúncam-bio, degradación o perversión de la humanidad a lo largo de toda la historia de lamaravillosa Creación.Aterrado, Scrooge se echó atrás. Intentó decir que eran unos niños agradables, pero sulengua se negó a pronunciar una mentira de tal magnitud.«¿Son tuyos, espíritu?», fue todo lo que pudo decir.«Son del hombre», dijo el espíritu mirándolos. «Y se aga-rran a mí apelando contra susprogenitores. Este chico es la Ignorancia. Esta chica es la Necesidad. Guárdate de los dos yde todos los de su género, pero guárdate sobre todo de este chico porque en la frente llevaescrita la Condenación, a me-nos que se borre lo que lleva escrito. ¡Niégalo!», exclamó elespíritu señalando con la mano hacia la ciudad. «¡Difama a quienes te lo dicen! Admítelopara tus propósitos tenden-ciosos y empeóralo todavía más. ¡Y aguarda el final!»«¿No tienen refugio ni salvación?», gimió Scrooge.«¿No están las cárceles?», dijo el espíritu devolviéndole por última vez sus propiaspalabras. «¿No hay casas de miseri-cordia?»La campana dio las doce.Scrooge miró a su alrededor y ya no vio al fantasma. Al cesar la vibración de la últimacampanada recordó la predic-ción del viejo Jacob Marley y, elevando la mirada, vio cómose acercaba hacia él un fantasma solemne, envuelto en ropas y encapuchado, deslizándosecomo la niebla sobre el suelo.
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Cancion de Navidad Charles Dickens
FantasyCHARLES DICKENS CUENTO DE NAVIDAD PREFACIO Con este fantasmal librito he procurado despertar al espí-ritu de una idea sin que provocara en mis lectores malestar consigo mismos, con los otros, con la temporada ni conmi-go. Ojalá encante sus hogares y...