capitulos

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Santiago Posteguillo

La noche en que Frankenstein leyó el Quijote

La vida secreta de los libros

Prólogo

El anverso, la cara que todos ven de la literatura, son las novelas, los poemas o las obras de teatro representadas sobre un escenario. Eso es lo que se ve, lo que iluminan las luces de las librerías, lo que se anuncia en las páginas web de sus equivalentes virtuales en la red, lo que resplandece a las puertas de los grandes teatros, pero ¿qué hay detrás? La noche en que Frankenstein leyó el Quijote busca conducir al lector audaz más allá de la frontera que nos marcan las páginas de un libro, las palabras de un poema o las luces de una función. Éste es un pequeño gran viaje que pretende mostrar al lector aquello que se esconde detrás de los libros: los autores, sus vidas, sus caprichos, sus genialidades y, a veces, sus miserias, y también aquello que hay detrás de los libros mismos como objeto: ¿por qué hay libros anónimos?, ¿qué libro ponía nervioso al servicio secreto soviético?, ¿cuál era el escritor que inquietaba a la Gestapo?, ¿qué novela, que luego sería un gran éxito de ventas, fue rechazada por diferentes editores? Y es que un libro, desde que nace en la mente de un autor, de una autora, hasta que llega a las manos del público, pasa por decenas de pequeños momentos cargados de casualidad o inspiración, de felicidad y, con frecuencia, también de sufrimiento. Este volumen recrea algunos de esos instantes, destellos fugaces de grandes momentos de la historia de la literatura universal.

Pero empecemos por el principio: por favor, hay muchísimos libros, decenas de miles, centenares de miles, millones de ellos, y se acumulan en las estanterías y se amontonan en todas las esquinas del despacho... ¿Cómo ordenarlos? Que venga alguien y, por favor, que ponga orden. Luego seguiremos.


¿Quién inventó el orden alfabético?

Una persona entra en una librería. Va con prisa. Olvidó comprar un regalo para su pareja, pero sabe qué autor le gusta y qué novela de ese autor le falta. Sábado por la tarde. Ni un solo dependiente libre a quien consultar. Va a la sección de novela histórica. A, B, C, D, E... M. Ahí está. Ha sido rápido. Mientras nuestro amigo se dirige a la caja, bendice a quien fuera que inventara el orden alfabético. Va a llegar a su cita, va a tener el regalo perfecto, todo a tiempo. Y siempre gracias a esa magnífica ordenada sucesión de letras, aunque ya no piensa en ello.

Una vez en la calle se cruza con montones de personas: todas van de un lado a otro, unos miran sus móviles, buscando en sus agendas electrónicas nombres de amigos, parientes, conocidos que el chip de su teléfono organiza por orden alfabético; el semáforo se pone en verde. Decenas de coches inmóviles, con sus matrículas de números y letras ordenadas por orden alfabético, le miran con sus faros mientras cruza la avenida; anhelan su propia luz verde para seguir sus infinitos trayectos. En una clínica un médico consulta en su ordenador una base de datos organizada por orden alfabético; en su casa, una señora, a quien el mundo digital pilló a contrapié, busca en las páginas amarillas la F para encontrar un fontanero. Hay invenciones geniales que por su uso común parece que estuvieron con nosotros desde siempre, pero no fue así. Nada ha surgido de la nada. Es sólo que en la ineludible vorágine del presente olvidamos nuestro pasado. Así, no sabemos quién inventó el fuego o quién diseñó un día la primera rueda. De igual forma podemos preguntarnos: ¿sabemos acaso quién inventó el orden alfabético, ese mismo orden sin el que no sabríamos identificar nuestros coches, organizar nuestras agendas electrónicas o encontrar una buena novela en una librería? Viajemos atrás en el tiempo, pues esta historia empezó hace muchos años.

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⏰ Última actualización: Sep 30, 2015 ⏰

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