Había pasado casi ya una semana desde que aquel mago pronunciase su profecía, y nada, había sucedido aun... Los pocos que le creyeron en la corte ya empezaban a creer que no era mas que una tontería...
Yacía en mi cama, desnudo, abrazado por la mas hermosa de las mujeres... Pero por alguna extraña razón no podía conciliar el sueño; de hecho me daba envidia, ella dormía tan plácidamente.
Me disponía a tratar de dormir de nuevo cuando unos golpes sonaron en la puerta, seguidos por una joven voz femenina.
- ¿su majestad?¿Esta usted despierto? Lord Leral me ordeno que lo despertase temprano y le recordara su rutina de hoy.
Era una de mis sirvientas, por la voz creo que Alissa, una chica tímida y respetuosa, de unos 18 años. La recuerdo siempre por su gran belleza, demasiada para un plebeya diría yo. Tenia una larga cabellera negra risada, una piel olivacea y ojos color avellana, con un coqueto lunar adornándole el rostro justo encima de su boca.
- Adelante, estoy despierto - respondí mientras me levantaba para vestirme.
Ella empujo la robusta puerta de madera y entro, llevaba su vestido blanco de mucama, como todas, y me miro, sonrojándose de una manera escandalosa.
- oh, disculpe su majestad, no sabia que estaba usted...
- ¿desnudo? Descuida. ¿Me trajiste ropa limpia?
- si mi señor, aquí tiene usted.
Me entrego unos pantalones rojos, una túnica negra y un chaleco rojo, me lo puse todo rápidamente junto con unas botas altas, mis guantes de cuero y la capa real.
- ¿entonces? ¿Cual es mi itinerario?
- Ah, si, déjeme ver - saco una hoja de una de las bolsas de su falda y comenzó a leer la lista - a las 9 es su desayuno, lord leral me indico que le espera en el comedor imperial para acompañarlo. A las 11 audiencia en la sala del trono. A las 2 es el almuerzo, de allí tiene libre hasta las 4, que tiene reunión con el consejo de guerra y las 6 es la cena, eso es todo. - termino de leer la lista, viéndome con una mirada de suficiencia y en es expectativa de ordenes.
- Dile a Leral que ya voy para allá, y dile a los cocineros que hoy quiero huevo de basilisco en salsa dolyak.
- Si su majestad - respondió con una inclinación, y luego se marcho.
Tome mi cadena de lynalis, de donde la guardaba en el joyero, era el símbolo de mi estatus imperial. Una pesada cadena de oro, con una enorme piedra roja colgando de ella. Me la puse y me dispuse a irme.
- ¿Amor mio? ¿A donde vais? - dijo la mujer en la cama desperezándose, posando sus ojos violeta en mi, aún con sueño.
- A desayunar reina mía. ¿Desea acompañarme?
- No, discúlpame mi señor, estoy indispuesta para comer.
- De acuerdo, me gustaría que me acompañases en la audiencia de hoy, es importante que el vulgo te vea, de lo contrario creerán que te envenene o algo por el estilo.
- Allí estaré amor mio - me dijo sonriendo - que tengas un buen día.
- Y tu mi reina.
Salí al pasillo y baje varios pisos hasta llegar al comedor, se oía un gran bullicio, toda la nobleza de la corte debía estar allí, dándose un festín, los guardias me abrieron las puertas anunciandome. Mis ojos confirmaron lo que pensaba, toda la corte estaba allí, en diferentes mesas, agrupados por familias, todos se pusieron de pie cuando entre.
- ¡Emperador en la sala! - gritaron los guardias, y todos se inclinaron ante mi.
El lugar era muy grande, suficiente como para que entrasen unas 300 personas sin problemas. Estaba adornado con candelabros altos y una gran araña de cristal con cientos de candelas en el techo, había trovadores, por supuesto, y cuenta cuentos, los ventanales daban al majestuoso y celeste mar de tirya. Había un segundo piso, que en realidad solo constaba de un balcón que daba a todo el resto del lugar, dominando todas las mesas. Allí estaba la mesa de la familia real.
- Pueden seguir - dije, mientras caminaba al balcón, hacia mi mesa, allí ya se encontraba mi mejor amigo y consejero imperial, Leral, sentado junto a mi silla, aun no había empezado a comer.
Me senté, me trajeron la comida y empeze a comer, el huevo de basilisco estaba delicioso, me lo sirvieron en una bandeja de plata, bien cocido, con la picante salsa de dolyak bañandolo, y todo acompañado por un jarrón de vino de cien años.
- Leral - dije - nunca me explicaste porque no te gustan los huevos de basilisco.
- eso se debe majestad - respondió sonriéndome - a que tiene un regusto muy amargo, y es demasiado esponjoso, aunque todos lo consideran un manjar a mi me produce nauseas, no puedo evitarlo - término de decir con un encogimiento de hombros. No pude evitar reír, a sus 34 años aun se comportaba como un adolescente.
El desayuno siguió entre charlas y risas. Al terminar me dirigi solo a los jardines, para matar el tiempo en lo que llegaba la actividad de las 11. Era hermoso, repleto de plantas de todas las formas, tamaños y colores imaginables, unas plantadas en el suelo y otras en macetas colgantes. Con bancas aquí y allí, aceras adoquinadas y una fuente de una sirena chorreando agua de un cantaro. Me senté en una banca frente a ella, y me quede mirándola, pensando. Su rostro tenia una extraña mascara de crueldad, como si de su cantaro cayese algún ponzoñoso veneno destinado a exterminar a la humanidad, en lugar de simple y fresca agua. Estaba ensimismado en mis divagaciones cuando unas manos se posaron en mis hombros... Reconocería esas manos aunque estuviese ciego... Su suave tacto, su delicada y elegante constitución... Su romántico calor emanando de ellas... Y luego, sentí su calida respiración cerca de mi oído:
- Te amo - susurro, y su voz fue como el mas delicado y cariñoso arrullo de un ángel.
- Y yo a ti mi amor - respondí - mi reina, mi hermosa reina - me abraso desde atrás, con fuerza - ven, déjame admirarte, Natalia. - ella dio la vuelta y se detuvo frente a mi sonriendo... A sus 25 años... Era un serafín materializado, el mejor ejemplo de la mas gloriosa belleza humana, una maravilla sin precedentes... Su cabello era largo, y blanco igual que el mio, pero el suyo, parecía tan suave al tacto que te invitaba a revolcarse en el. Sus ojos, al igual que los mios, eran de un intenso color violeta, y cuando te miraba sentías que atravesaba tu alma, que podía ver todos tus secretos... Todo en ella era perfecto, hermoso... Su tersa y calida piel blanca...sus labios rosados... Su pequeña nariz... Y su ropa estaba a su altura, cualquiera que la viese no podría saber diferenciar que era mas magnifico, si ella o su ropa, y que hacia mas bello a que. Llevaba un largo vestido blanco, casi transparente, con bordados de flores doradas que iban desde el escote hasta la cintura, dos pulseras doradas en cada muñeca sobre unos guantes de seda blanca hasta el codo. Su cabello recogido hacia atrás por un liston violeta y sobre su cabeza una delicada corona de oro con gemas negras.
- Mi reina - le dije - mi amada, siempre superaras en belleza a cualquier maravilla del mundo - me levante, la bese suavemente, tome su rostro con ambas manos y le seguí hablando, mirándola a esos profundos ojos - Mi amada natalia, mi sol, mi vida, mi inspiración, mi sueño, mi amor, mi alma - ella estaba sonrojada, esquivando mi mirada y claramente, aparte de conmovida un poco exitada - eres todo para mi, nada en mi existencia significa tanto como tu, y que los dioses y mis antepasados me perdonen, pero hasta daría el imperio con tal de no perderte. Entiéndelo - dije, tomando su barbilla con mis manos, y obligándola suavemente a verme - eres mía, mi reina, mi amante, mi verdadero amor, mi hermana.
ESTÁS LEYENDO
Una leyenda para el amor
RastgeleSu Majestad Edward el Centella de Fuego, primero de su nombre, emperador del Sagrado Imperio Eterno de Renaltz, nación que ha regido la tierra con yugo de acero por mas de diez mil años, recibirá un día noticias preocupantes. Y un cambio vendrá, un...