Hace mucho tiempo existía una tierra llamada Slins donde los dioses habitaban antes de haber partido al cielo, cuenta la leyenda que antes de irse decidieron dejar un legado para los hombres que pronto llegarían. Por eso con un suspiro dejaron que saliera un poco de su espíritu y el viento se encargara de esparcirlo por lo que antes fue su hogar; de cada dios surgió su mayor virtud: la fuerza de la diosa Tenor, la voluntad de Talun, el buen juicio de Onueb, el amor infinito de la diosa Olev y la sabiduría de Ariud. Sin embargo, hay quienes dicen que los demonios que habitaban en ellos, dejaron rastros de maldad y rencor en la tierra, y que muy pronto los hombre se verian corrompidos por ellos.
Fue entonces que en Kiley, una región de Slins, nació Kenaji, hijo del rey Milen y su esposa Lian. El reino recibió al niño con alegría y sus padres cuidaron de él con un amor incondicional. Pasaron once lunas llenas y al cumplir un año de edad había llegado el momento del ritual real de iniciación, mediante el cual se lo reconocía como Kileyniano real. Este ritual se llevaba a cabo en la Agua Reges con la última luna llena del año, unas aguas cristalinas rodeadas de piedra caliza en el medio del bosque, formada por las lágrimas de los dioses en su melancolía al dejar estas tierras que para los hombres significaba un nuevo comienzo. El ritual consistía en bañar al niño en las aguas, bautizando esta nueva vida. El rey prepara sus mejores caballos y una escolta para acompañarlos, cubrió a Kenaji con un manto de seda blanca y lo entrego a los brazos de su esposa. Emprendieron el viaje pasado el atardecer, esperando llegar para cuando la luz de la nueva luna llena que saldría esa noche pudiera recibirlos, impotente y majestuosa. Disfrutaban de los ruidos de la noche, salvajes y precavidos en una presencia silenciosa, como si la naturaleza le abriera paso invitándolos a adentrarse en ella pero sin mostrarse del todo. A medio camino un silencio irrumpió en la escena, Lian apretó contra su pecho a Kenaji. No era el silencio salvaje, no se escuchaba ni un aullido, ni un aleteo, nada, como si los animales supieran que debían esconderse de un peligro próximo. El ruido de una rama al quebrarse tensiono el ambiente, las escoltas desmontaron y aparecieron los guerreros. Milen salto de su caballo, desenvaino su espada y le dijo a su esposa que se escondiera con Kenaji, y eso hizo. Lian corrió hacia unos arbustos bullidos y escondió allí al niño, que no dejaba de llorar, cuando escucho el grito de su esposo y lo vio caer, con la última gota de vida abandonado su cuerpo.
-Te amo, mi pequeño guerrero -le dijo-
Con lágrimas en los ojos, le dio un último beso y corrió en dirección contraria, sabría que no podría vivir pero haría lo que fuera para salvar a su hijo. No había recorrido más de cien metros cuando escucho el paso pesado de los hombres detrás de ella e hizo una plegaria a los dioses, pidiendo que lo protejan, luego sintió el corte frio y el ardor de un hacha en su espalda, un último respiro de aire que no llego a sus pulmones y la oscuridad.
El llanto de Kenaji era tan sonoro y desesperado que la diosa Tenor se apiado de él, bajo de los cielos y acaricio su mejilla para darle fuerza para afrontar su destino, luego la diosa abandono la tierra en forma de viento. Otra vez estaba solo, pero esa fuerza sobrehumana lo acompañaría toda su vida. De pronto, el llanto se detuvo y no se escuchó un sonido que no fuera el del bosque, que como si hiciera un pacto con los dioses resguardo a Kenaji de los peligros salvajes. Esa apareció la luna llena, más brillante que nunca, despidiendo dos vidas y anunciando una nueva.
En la madrugada la guardia de la aldea empezó a preocuparse por su rey y decidieron hablar con Zica, el hermano menor de Milen. Este, desconcertado cabalgo hasta el bosque para encontrarse con la devastadora escena. Al ver a su hermano en el suelo, desmonto y corrió hacia él para comprobar lo que ya presentía. Allí estaba, frio y quieto rodeado de un charco de sangre casi seca. Grito con toda la potencia que su garganta le permitió, con las venas marcadas en su garganta, y se desmorono sobre el cuerpo de su hermano en un llanto desconsolado y lleno de ira. No tardo en encontrar a Lian, también en el suelo, de espaldas y un mancha roja recorriendo la parte trasera de su vestido. Pero aún faltaba su sobrino, busco sin esperanza alguna con pensamientos obvios en su cabeza, un bebe se encuentra indefenso y sin oportunidad ante quien sea que le haya hecho eso a sus padres, pero de pronto el viento soplo fuerte y escucho un pequeño llanto como si fuera ,más bien, una queja. Corrió siguiendo el sonido y pudo ver una tela blanca que resaltaba entre la maleza, corrió la vegetación y vio a un niño, radiante como el sol que ya estaba saliendo en el horizonte. Lo cogió en sus brazos, lo abrazo fuerte y lo tapo con su capa de piel para protegerlo del frio. Dolido y furioso, pero agradecido con los dioses y la vida de que su sobrino vivía, partió a Kiley para informar la tragedia.
Los cuerpos de los reyes fueron llevados al pueblo, donde los vistieron con las mejores ropas y colocaron coronas hechas con orquídeas blancas para expresar el amor que se les tenía. Se hizo una fogata y los cremaron, para que luego el viento se llevara sus cenizas y esparciera su espíritu del mismo modo en que antaño esparció el espíritu de los dioses.
Zica asumió el trono, pero no hubo ceremonia alguna, el nuevo rey busco a los culpables en vano, nadie sabía quién o quienes habían derramado sangre esa noche. Devastado, se encerró en su castillo, una gran construcción de piedra roja, y paso su tiempo de luto. Kenaji tenía dos años cuando la esposa de Zica dio a luz a un nuevo príncipe al que llamaron Chalein, sin embargo, el amor que el rey sentía por su sobrino no sería opacado ni siquiera por la llegada de su propio hijo. El pueblo celebro la primera fiesta desde la muerte de sus reyes anteriores, antorchas iluminaban las calles y la alegría latía nueva en los corazones, como el sol cálido que despide el invierno, como la lluvia que pone fin a una larga sequía.