La última tormenta

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Camino, solo, hacia ningún lugar, simplemente porque seguir un segundo más en esa pensión de 6 dollares la noche, me destroza, tanto por dentro como por fuera, camino, por una ciudad podrida, no sé qué hora es exactamente pero es de noche, camino, por unas calles que apestan a tugurio, a borracho y sueños buceando en ginebra, y la única calidez de esas calles son las débiles luces anaranjadas que me ofrecen las farolas. Camino y aunque no se adonde, sé perfectamente dónde voy a acabar, hace tiempo que dejé atrás lo poco que conocía de esa ciudad, no sé dónde estoy, y confirmando mis temores, vuelvo a pensar en aquello que una vez me obligó a alejarme de todo, pienso en mi familia, cada uno consiguió tener su vida, no penséis mal, tuve más oportunidades de las que me merecí jamás, pero no las supe aprovechar, la gente de mi alrededor siempre estaba encima de mí animándome, prestándome todo su apoyo, al principio, era así, pero con el tiempo, sólo una parte de mi familia me creía capaz de salir adelante, de buscarme la vida por mí mismo, y por si fuese poco, ya no me animaban, me presionaban, me obligaban, no les guardo rencor ni mucho menos, ojala y les hubiese hecho caso en alguna ocasión, quien sabe igual ahora estaría durmiendo con un buen plato de cena caliente en el estómago.

Mis amigos pronto dejaron de apoyarme, y empezaron a verme como un perdido, fue el tiempo lo que nos fue separando, ellos tomaron su camino, carrera, trabajo y a funcionar, yo hace ya 14 años que hui de esa realidad, de ver como todos los de mi alrededor, lo habían conseguido, y yo que por fin lo había entendido, no podía hacer nada al respecto, a veces, 34 años pesan demasiado para cambiar nada.

Pensé que siempre la tendría a ella, que siempre podría apoyarme en ella, de hecho siempre lo hice, y ahora me doy cuenta de que nunca debí hacerlo, a ella tampoco le guardo rencor, con el tiempo se le presentaron esos príncipes azules que yo intente ser en algún momento, pero que cuanto más lo intentaba, más me alejaba de llegar si quiera a rana. No fue el típico caso de que ella renunció al amor por un futuro con un hombre responsable y con pasta, ojala, de esa forma podría echarle la culpa a alguien, pero no, fui yo quien no supo ver los límites, los límites de la dejadez, los límites que ellos si supieron ver y que siempre quisieron cambiar, y que yo egocéntrico pensé que podría cambiarlos en cualquier momento, es por eso que con el tiempo ellos me supieron ver como lo que ahora soy, algo roto, algo que funcionaba o que pudo funcionar bien, pero que cierto día de un solo golpe se rompió en mil pedazos.

Empiezo a tener frío, y eso y el ritmo de mis pensamientos, me hacen apretar el paso, las imágenes se me amontonan, y veo a aquel niño inocente que jugaba en el salón, al que todos miraban con cara soñadora, poco a poco ese niño creció, creció entre el apoyo de sus seres queridos, pero el día en el que todos lo abandonaron, ese niño grande, estuvo solo, en ese entonces él no sabía que todo lo que tenía se lo busco él, fue por eso que odiando a todos, se largó, el poco dinero que consiguió, lo gastó en algo que le hiciese volar.

Ese niño no creció hasta que tiritando, en un camastro de algún centro caritativo, pensó en toda su vida, ese niño de 22 años, pasó a ser un -iba a decir un hombre pero jamás lo fui- anciano, consumido no por la vida sino por la tristeza, la tristeza de comprender todo tu alrededor a tus 20 años, cuando ya no puedes hacer básicamente nada.

Hará unos 20 minutos que empezó a llover, pero calado hasta los huesos y con miles de recuerdos aporreando mi mente, empiezo a correr, aprieto los dientes y corro, lágrimas se deslizan sobre mi cara, miro al frente, una carretera salpicada por la lluvia me devuelve la mirada, a lo lejos puedo distinguir dos ojos, brillan con intensidad, son los de ella, solo ella puede tener esos ojos, corro hacia ellos.

Me arrepiento, me arrepiento de haberme marchado en medio de una discusión, mandándolos a todos a tomar por culo, me arrepiento de no haber tirado la piruleta cuando me lo advirtieron, me arrepiento de no escuchar, me arrepiento de no abrir los ojos aun cuando quería abrirlos, me arrepiento de no haber sido nunca un hombre, el corazón parece que se me sale del pecho, jadeo como nunca lo he hecho, la lluvia me impide ver con claridad, pero sé que no me queda nada para reunirme con ella, corro más, y más, cada zancada, me recuerda una cara, hermanos, amigos, abuelos, tíos, primos, papa, mama...

En mitad de las tormentas, lanzo un grito en el que intento dejarlo todo, todos esos me arrepiento que me han quitado el sueño estos 14 años, me seco las lágrimas, abro los brazos y me preparo para abrazarla, para decirle que estoy dispuesto a luchar, para decirle que estoy dispuesto a recuperar todo lo que pude haber tenido. Pobre infeliz ni a sus 34 años supo dejar de ser egocéntrico, allí, corriendo desesperadamente con sus brazos en alto, encontró por fin la salvación, entre ráfagas de viento que estrellaban cientos de gélidas gotas en su rostro, por fin la encontró, su descanso, su salvación.

El claxon del camión rompió el silencio de la noche, ahogando el golpe que dio descanso a nuestro personaje.


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