Ethan

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Allí estaba Elisabeth, sentada en un banco de un parque. Sola.

Hacía tiempo que no se sentía así, pero ahora de nuevo lo volvía a experimentar. Sentía como lentamente caía a un pozo del cual no veía ni fondo, ni salida.

Una lágrima desfilaba campante por su mejilla, mientras un sollozo salía desde el fondo de su garganta.

Se sentía destrozada, confundida, perdida. Tan ajena a si misma.

Agresivamente se limpió sus lágrimas y se insultó mentalmente por lo estúpida que debía verse.

—Fui tan estúpida— se dijo a sí misma, consiente de que nadie la escucharía.

—No fuiste estúpida— le contestaron.

Su mirada se alzó para ver al dueño de aquella voz. Nunca la había escuchado, pero dentro suyo la sentía familiar.

Allí estaba él. Cabello rubio, medianamente largo, lo suficiente para poder utilizar un flequillo, ojos verdes con una pequeña franja amarilla escondida en el ojo izquierdo y usando una hoodie roja. Llevaba su sonrisa, esa que tantas veces ella había descrito. Esa que tantas veces había imaginado en su cabeza. Esa que tantas veces deseó ver y tiempo atrás creyó haber visto.

-Ethan... - murmuraron sus labios sin siquiera que su cerebro tuviese tiempo de enterarse. No era una pregunta, era una afirmación.

Le reconocía. Un creador siempre reconoce su obra maestra. Y ese, aquel chico parado ahí, era Ethan. Su Ethan.

Ethan, el personaje ficticio creado por un antiguo corazón roto. Él, el que entre toda destrucción salió hermoso y perfecto a su manera imperfecta de ser.

—El mismo, Elisabeth— le contestó, mientras se sentaba a su lado.

Elisabeth lo observó anonadada. Su Ethan era real. Lo más probable es que estuviese soñando, pero no le importaba.

El chico perfecto para ella está frente a sus ojos, le valía un comino si era solo una ilusión, un sueño. Iba a aprovechar cada momento con él.

—¿Porque lloras?, ¿Ya no te hago feliz?— le preguntó preocupado, mientras apartaba los mechones de la cara de la chica.

Ella le sonrió y negó con la cabeza, con la delicadeza suficiente para no alejar la mano de Ethan de su mejilla. Su contacto era cálido, tal y como lo había descrito en alguno de sus libros.

—¿Entonces?— continuó cuestionando.

—Me rompieron el corazón— contestó sin vacilar, evitando su mirada. Se sentía avergonzada de haber dejado que eso pásese. Como si estuviese admitiendo que había robado algo.

—Entonces no te hago feliz— le dijo decepcionado de si mismo. Dejó de acariciar su cara y puso sus manos sobre su regazo, mientras Elisabeth batallaba internamente entre pedirle o no, que volviese a tocar sus mejillas.

—¿Qué? Ethan, cariño. Tú no me has roto.

—Pero fallé. Se supone que me creaste para poder sanar tu corazón cuando esté estuviese herido.

—Y aquella vez funcionó. Esta... No parece tener efecto—Elisabeth trató de hacerle entender que su misión solo había sido aquella vez. Ahora, no era su obligación.

Esta vez estaba sola en un embrollo en el que ella voluntariamente se había metido. Un enredo en el que esta cien por ciento segura de que saldría mal y aun consiente de eso, fue. Era su culpa, no de la persona que le rompió el corazón, no de Ethan por no poder repararlo, era completa y netamente suya la culpa. Y eso era lo que más dolía, no tener a quién culpar por su dolor.

—¿Porque?— le preguntó confundido—Si había funcionado una vez a la perfección. ¿Porque esta vez no?

—Porque esa vez, no estaba enamorada. Ahora sí—sus palabras salieron como cohete, raspando su garganta. Aterrizando junto en los escombros de su orgullo, convirtiéndolos por fin en polvo.

Ethan calló por un largo rato. Y Elisabeth apreció el silencio, necesitaba analizar la estupidez que acababa de admitir.

—Él no lo vale— le soltó mirándola, pero ella mantenía su vista en la caída de sol que empezaba a tomar presencia.

—Lo sé— contestó aún sin girase a mirarle. Ella sabía que le estaba viendo, y no tenía ganas de ver la cara que pensó que nunca le repetiría lo que todos decían.

—Mereces más.

—También lo se... Ethan no me repitas todo lo que ya se— se giró a verlo un segundo y se perdió en sus ojos verdes, buscó en ellos la pequeña franja amarilla que siempre mencionaba. Encontrarla, fue algo magnífico. No habían ojos como esos. No había persona como Ethan. Y era una pena que todo fuese dentro de su mente.

Siguió admirando sus profundos ojos, tratado de ver las respuestas. De comprender porque Ethan no parecía ser consuelo esta vez.

—Si lo sabes. ¿Qué haces llorando?— le contestó. Haciendo que su mirada se desconectará.

Se encogió de hombros y volvió a mirar al horizonte. El sol estaba cada vez más cerca de irse y dejar que la luna iluminase su triste y melancólica existencia.

— Duele— le contestó después de pensarlo un rato.

—Amar duele. Tú me lo enseñaste. Pusiste a tu yo alternativa tan lejos de mi. Y también sufrí. Pusiste a todas las chicas equivocadas en mi camino y sufrí por ellas. Pero todo cambió cuando Lizzie llegó, cuando la pusiste en mi vida. Cuando entraste.

—Pensé que eras tú— soltó en un tono lleno de desesperación. Su cabeza le esta jugando la peor jugada de su vida y no sabía como detenerla. Todo esta en la mente, pero en ese momento, ella no la controlaba. Se sentí tan impotente, tan inútil, tan sin sentido

— ¡Te vi en él!— continuó exclamando— Y cada momento que pase con él, sentía que eras tú. Pensé, sentí, creí, que había encontrado a tu yo de este mundo. Todo era tan bello... Tan mágico. Y de pronto se fue al caño— soltó un suspiro y Ethan sonrió.

—Ya llegaré. Mientras divierte con los equivocados... pero no tanto. Porque cuando mi yo de tu realidad llegue. Te prometo que no te va a dejar ir. Nunca. Sin importar cuan complicado esté. No te va a dejar ir— y por primera vez en todos los cinco minutos que han de haber llevado hablando, su rostro se puso serio. Cada palabra, cada letra de esa frase, la decía con completo convencimiento que Elisabeth le quiso creer.

—¿Lo prometes?

—Por Lizzie, que no te va a dejar ir. Sería un estupido si lo hiciese y créeme, en tu mundo no soy para nada estúpido— ambos rieron... O bueno, eso intento hacer Elisabeth.

Ethan pasó su brazo por su hombros y la empujó hacia su pecho. Elisabeth se sintió segura y la tristeza que parecía devorársela segundos atrás, huía despavorida por la presencia de Ethan. Elisabeth sonrío de verdad.

—Ya llegaré, princesa, solo espérame. Y nada de lágrimas por pendejos— y dicho esto se desvaneció.

Pero dejó consigo algo muy especial. Su esencia seguía en el aire. Dandole fuerzas al corazón de la joven para seguir latiendo.

Le había puesto la esperanza de nuevo. Le había dado un nuevo sueño.

Y una sonrisa se empezaba a dibujar en su rostro. Un sonrisa que marcaría su nuevo comienzo.

—Te encontraré, Ethan... O como sea que te llames aquí.


EthanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora