Adiós

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                                                                                               MICHAEL

Adiós, ya no se que hago en esta vida. No tengo a nadie, nadie me quiere. Despues de escribir esta pequeña nota Michael se levantó de la silla y miró la hora. Las 8 de la tarde. "Esperaré un poco mas", pensó," no quiero que nadie me pare esta vez". Michael ya lo intentó varias veces y de todas las formas posibles.

Eran las 11 de la noche cuando se decidió a salir. Cogió su chaqueta, una manguera con la que pensaba suicidarse, un taburete y la nota. Salió del piso, un piso muy cutre a las afueras de la ciudad. Se monto en el coche y encendió el motor. Cuando se disponía a salir se acordó de que necesitaba la navaja para cortar la manguera, parecía que el destino no quería que llevara a cabo sus planes.

A donde primero se dirigió fue a casa de su exnovia Emma, necesitaba saldar un asunto. Se puso unos guantes de cuero y se guardo la navaja en el bolsillo. Se dirigió a su piso, comparado con el de él este era una mansión. Llamó al timbre, y en cuanto la puerta se abrió, saltó al interior tapándole la boca. Michael quería que Emma sufriera tanto como lo había hecho él. Ya en el interior sacó la navaja y se la clavó en el vientre. La sangre salia a borbotones y le manchaba los pantalones pero no le importó ya que a la mañana siguiente ya no estaría.

Salió con cuidado de que ninguno de los vecinos le viese y se metió en el coche. Condujo durante hora y media hasta un bosque poco espeso pero lo suficiente para que no le descubrieran con las manos en la masa. Aparcó el coche en un parking cercano y fue andando hasta el lugar que hace unas semanas eligió para quitarse la vida, un roble robusto que no cedería cuando se colgara y con ramas lo suficiente altas para que no hubiese pasibilidad de salvarse una vez dado el paso. Cogió el taburete, se sentó y se dispuso a hacer el nudo aprendido años atrás en los scouts, tardó 10 minutos porque se aseguró de que estaba bien hecho y era firme. Se subió al taburete y colgó la manguera en la rama apropiada y se la pasó por el cuello. Michael contó hasta tres y le dio una patada al taburete asegurándose de que lo mandaba lo más lejos posible. Al principio no podía respirar, se enfadó consigo mismo por no poder ni partirse el cuello, pero segundos después se le desvaneció todo pensamiento, y todo se oscureció de repente.



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