cero

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—¿Qué tiene de bueno ser hija suya?—me digo a mí misma cerrando el libro con fuerza, dando por terminada la lectura. No es la primera vez que realizo la bochornosa tarea de aceptar mi terquedad, y como todas las situaciones anteriores termino en la calle caminando hacia la librería en pro de investigar acerca de la naturaleza de mi sangre. Supongo que conservo la esperanza de encontrar un acontecimiento que haga que me enorgullezca de ella, pero, para pesar de todos, no consigo más que un mundo sin sentido.—No lo haré, no me iré de aquí.

Me levanto del acolchado sillón para caminar en dirección a la bibliotecaria a fín de regresar el ejemplar, completamente adolorida, con una bolsa llena de hielo en la cabeza y cubierta por moretones y raspones. Mi vista se torna borrosa. Creo que estoy a puertas del desmayo.

Esa había sido una verdadera paliza.

Cuando estoy cerca, descargo todo mi peso en el escritorio de madera, haciendo una mueca de disgusto por la agudeza del dolor en mi pierna derecha. La mujer, bastante joven a decir verdad, mira la escena a través de sus anteojos con un toque de preocupación y ganas de salir corriendo, por si se daba el caso yo me moría ahí mismo.

—¿Quieres que llame una ambulancia?—pregunta mientras recibe el libro y escribe algo en la computadora, no parece ser mucho mayor que yo.

—Estoy bien.—aseguro, luego llevo una de mis manos a la espalda. Ella observa el acto y mira incrédula, sonrío con dificultad.—Lo digo en serio.

Unos minutos después abandona su puesto y se pierde por una de las puertas del salón. Cuando vuelve, desliza un frasco de pastillas y un vaso de agua por el escritorio, unas vendas y ungüento. Pienso lo que estoy a punto de hacer, analizo las posibles consecuencias positivas y negativas en vano. Luego de tanta vacilación, trago la pastilla con ayuda del líquido, rogando porque haga efecto rápidamente.

Cuando dejo de importarle y vuelve su vista a la pantalla, aprovecho la ocasión para aplicar el agua restante sobre las heridas visibles, y—aunque sé que no lo necesito realmente—las cubro todas con una capa de ungüento. Finalmente, escondo la piel en etapa de cicatrización bajo las vendas.

La muchacha vuelve su atención hacia mí, luego baja la mirada a la madera y nota rastros de humedad. Sus ojos verdes regresan a mi rostro con expresión desconfiada. Estoy segura de que piensa que hay algo mal conmigo.

Sonrío con inocencia.

—¿Y...tú conoces a tu papá?.—no encuentro mejor tema de conversación que mis desdichas, aparentemente compartidas.

Si me lo preguntan, diría que la bibliotecaria fue mi primera enemiga.

《EDITADO 》

la hermana de percy jacksonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora