CAPÍTULO DOS

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"Grandes gotas de sudor corrían por el cuerpo de Santos mientras remaba de prisa para alejarse de Ricardo y sus hombres, quienes iban ganando velocidad."

-¡Veo a la mujer en tu bote, Santos! -gritó Ricardo-. ¡Ahora no podrás escaparte de mí!

Mientras Santos remaba, miró a la mujer en su bote: Blanca, el amor de su vida, quien abrazaba a su amada mascota leopardo, Benedito. Santos entonces miró hacia atrás, y vio el enojo en los ojos de Ricardo. Estaba claro que Ricardo lo quería muerto. Y Ricardo siempre conseguía lo que quería.

Santos remó con todas sus fuerzas, mientras que Blanca solo observaba, incapaz de ayudar. Intentó remar al principio, cuando Ricardo se les acercó, pero quedó exhausta después de unos pocos minutos. Blanca no estaba hecha para semejante ejercicio extenuante; o para cualquier clase de ejercicio, a decir verdad. Pero Santos amaba a Blanca aún más por su actitud delicada, incluso en esas circunstancias tan calamitosas; no necesitaba de su fuerza física porque su músculo emocional era de gran apoyo. Y entonces, mientras Santos remaba, Blanca se limitó a observarlo, y bebió los últimos tragos de champagne que quedaban en su botella de aniversario.

Santos tiró y empujó a través de las aguas feroces, a medida que las olas se volvían más grandes a su alrededor. Cuando se dio cuenta de que los hombres de Ricardo no aminoraban la marcha, decidió intentar una nueva táctica: una técnica que había aprendido hace tiempo, en la escuela militar. Si pensaba en todo lo que debería remar para poder sobrevivir, se daría por vencido de inmediato. Pero si pensaba en un solo movimiento de los remos por vez, podría continuar. Y entonces, Santos los contó, uno por uno.

-Una croqueta, dos croquetas, tres croquetas -decía Santos, sincronizando sus palabras con sus movimientos.

Mientras Santos cantaba, Blanca lo miraba, asombrada por su concentración, pero a la vez preocupada de que él estuviera perdiendo poco a poco la cabeza.

Pero exactamente a las "1,098 croquetas", cuando Santos estaba ya empapado en su propio sudor, se permitió dejar de contar y miró hacia atrás. Y bastante seguro, ¡Ricardo y sus hombres habían desaparecido! Su técnica para contar había funcionado a la perfección. Santos besó a Blanca y le dio un fuerte abrazo a Benedito. ¡Iban a vivir!

La celebración fue breve, no obstante, ya que Santos pronto se dio cuenta de que, entre tanto contar croquetas, había perdido por completo su sentido de la orientación. (Además, había desarrollado un desafortunado antojo de croquetas). Santos miró a la izquierda, y luego a la derecha, pero lo único que pudo ver fueron kilómetros y kilómetros de agua. No había tierra a la vista.

A Santos se le hizo un enorme nudo en el estómago cuando se dio cuenta de que... estaban perdidos en el mar.

Esa noche, mientras Blanca y Benedito roncaban plácidamente bajo las estrellas, Santos yacía despierto; estaba hecho un manojo de nervios. No tenían brújula ni abrigo, y solo contaban con cuatro bidones de agua de emergencia dentro del bote. En definitiva, estaban perdidos. Él supo que tendría que explicarle las circunstancias a Blanca. Sus ronquidos dejaban claro que ella no se había dado cuenta de que seguro morirían. Él esperaría hasta la mañana para decírselo. Las oraciones como esa siempre sonaban mejor por la mañana.

Pocas horas después, cuando el sol dorado trepó por el horizonte, Santos se despertó con el aroma a erizo de mar fresco que flotaba en el aire. Blanca podría no ser una atleta, pero se las ingeniaba muy bien en la cocina; incluso en la de un bote. Al igual que Santos, Blanca sabía que la presentación lo era todo, y fue por eso que le sirvió a Santos su desayuno de erizo de mar sobre algas saladas, y encima le puso un pequeño pétalo de flor que encontró flotando en el agua. Santos no lo podía creer. Era como si Blanca supiera que él tenía algo importante que decirle, ¡y estuviera intentando distraerlo a propósito con su plato favorito!

Las pasiones de SantosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora