Rubí

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Eran las diez de la noche y no lograba conciliar el sueño.

Sabía que el día siguiente sería definitivo. El anterior director de Hogwarts me lo había advertido.

-Severus, el día de mañana por fin saldaras tu deuda con James Potter y habrás cumplido tu promesa-

No supe exactamente a qué se refería. Pero imaginé que Potter hijo, ya habría encontrado la espada de Gryffindor y estaría próximo al castillo. Lo que implicaba que la batalla que se aproximaba, sería ineludible.

Trataba de no pensar en ese asunto. La idea de morir no me asustaba. Han sido tantos años de dolor y soledad, que de no haber sido por la promesa de proteger y cuidar al hijo de Lily, podría decirse que estoy muerto en vida hace mucho tiempo.

El viejo me sugirió desde su retrato en la sala del director, la que ahora es mi lugar de residencia, que intentara relajarme. No sabía exactamente qué curso tomarían los próximos acontecimientos, pero sería importante tener la mente despejada. Me salí del castillo, y caminé unos pasos en dirección a Hogsmeade, no con intención de tomar algo en ese lugar, quería estar lo más lejos posible de Hogwarts y de mis pensamientos. Solo quería desaparecerme, pero para eso debía salir de las inmediaciones del colegio.

Me aparecí en mi casa de Las Hilanderas. Nunca me ha gustado ese sitio. De pequeño huía de ella, salía temprano y volvía hasta bien entrada la noche. No podía soportar los gritos que mi padre le prodigaba a mi madre y trataba de evitar lo más que me fuera posible, sus ataques. Porque eso provocaba que mí querida mamá se interpusiera entre nosotros y llevara la peor parte.

Pero últimamente, desde que no tuve más remedio que obedecer las órdenes de Dumbledore de acabar con su vida, y más aun, desde que los hermanos Carrow se hicieron cargo de la enseñanza en Hogwarts, prefiero mi casa, antes que el colegio que fue mi refugio durante el fin de mi infancia y el comienzo de mi adolescencia.

Busqué una botella de whisky de fuego y pretendía servirme un vaso, pero todas las botellas estaban vacías. El maldito Colagusano, seguro había dado cuenta de ellas durante mi ausencia.

No sacaba nada con maldecirlo. El ya había pagado con su vida la traición a su amigo Potter y no valía la pena ni siquiera recordarlo.

No tenía deseos de ir al callejón Knokcturn, había muchos mortífagos allí, esperando las órdenes de Voldemort para avanzar hacia Hogwarts y no tenía ningún interés en encontrármelos y menos de dar explicaciones. Todo ese asunto me tenía harto y quería que acabara de una vez.

De modo que me dirigí al Londres muggle. Ese día había sido día festivo, asi que no había muchos lugares abiertos.

Entré en el único bar que me pareció discreto, tenía algo de dinero muggle, así que para una botella de whisky de fuego me alcanzaría. El recinto estaba oscuro, apenas iluminado por algunas luces que provenían desde la barra de licores. Algunas parejas retozaban en los sillones y otros parroquianos sentados solos a la barra, hablaban entre ellos o dormitaban con la cabeza entre las manos. Adiviné que ninguno de ellos se encontraba sobrio y por suerte, nadie reparó en mi aspecto. Había olvidado quitarme mi atuendo habitual, el cual era visto como "extravagante" fuera de los dominios del mundo mágico.

-¿Qué le sirvo señor?- me preguntó el amable cantinero. Al parecer era de su agrado, al resto de los individuos sentados a la barra los trataba con algo de fastidio.

-Deme un whisky de...-y recordé que estaba en un lugar donde las bebidas mágicas no eran conocidas-...un whisky por favor, sin hielo-

El hombre me sirvió un vaso y lo apuré para pedir otro, era algo más suave de lo que estaba acostumbrado, así que pedí la botella directamente.

La muggle que me amóDonde viven las historias. Descúbrelo ahora