viejo. Cuando éste se lo metió en la boca, la arena le dañó las encías y las mucosas bucales e hizo una mueca horrible.
Recomenzó entonces la risa, tumultuosamente. El viejo no se daba cuenta de que había sido objeto de una broma pesada. Balbuceaba lastimosamente y escupía con todas sus fuerzas. Finalmente, Edwin se apiadó y le tendió una calabaza de agua fresca, con la que el viejo se enjuagó la boca.
-A ver, Hu-Hu, ¿dónde están los cangrejos? preguntó Edwin-. Hoy, el abuelo tiene hambre.
Al oír hablar de cangrejos, los ojos del viejo brillaron de gula, y Hu-Hu le tendió uno, que era de muy buen tamaño. El caparazón y las patas estaban enteros, pero vacíos. Con manos temblorosas y emitiendo grititos de impaciencia, el viejo quebró una de la patas, perono encontró sino vacío.
-¡Un cangrejo, Hu-Hu! -gimió-. ¡Dame un cangrejo de verdad!...
-¡Nos hemos burlado de ti, abuelo -contestó Hu - Hu-. No hay cangrejos. No he encontrado ninguno. La decepción se pintó en la cara arrugada del vejestorio, que volvió a echarse a llorar a mares mientras los muchachitos se reían inconteniblemente.
Disimuladamente, Hu-Hu reemplazó el caparazón vacío, que el viejo había dejado en el suelo delante suyo, por un cangrejo lleno, cuyas patas y caparazón estaban ya quebrados y cuya blanca carne emitía un aroma delicioso. El olfato del viejo sintió un divino cosquilleo, y bajó la mirada, sor prendidísimo. Su lúgubre humor se trocó acto seguido en alegría. Husmeó y luego, con un ronroneo beatífico, se puso a comer. Y, mientras masticaba con las encías, mascullaba una palabra que no tenía ningún sentido para sus oyentes:
-Mayonesa... Mayonesa...
Hizo chasquear la lengua, y Prosiguió:
-¡Mayonesa! Eso sí que seria buena cosa... ¡Y pensar que hace más de sesenta años que ha desaparecido, Han crecido dos generaciones sin conocer su maravilloso perfume. ¡En otros tiempos, en todos los restaurantes la servían con los cangrejos!
Una vez saciado, el viejo suspiró, se secó las manos frotándoselas en sus muslos desnudos, y su mirada se perdió en el mar. Luego, sintiendo el bienestar de un estómago lleno, se -puso a rebuscar en su memoria.
-¿Sabéis, hijos míos, sabéis que yo he visto estas orillas hirviendo de vida? Aquí se apretujaban cada domingo hombres, mujeres y niños. En vez de osos a la espera de devorarlos, había allá arriba, en la cima del acantilado, un magnífico restaurante donde uno encontraba todo lo que quería comer. Vivían entonces en San Francisco cuatro millones de personas. Y ahora, en todo el territorio, no quedan ni cuarenta- También el mar estaba repleto de barcos, de barcos que entraban y salían sin parar por la Puerta de oro. Y en el aire había innumerables dirigibles y aviones, que podían superar las doscientas millas Por hora.
Sí, ésa era la velocidad mínima que exigían los contratos de la compañía aérea que hacía el servicio postal entre Nueva York y San Francisco. Hubo un hombre, un francés, que ofreció la velocidad de trescientas millas. ¡Hum, hum! Esto pareció excesivo, y demasiado arriesgado, a los ojos de la gente retrógrada. Pero el francés insistía, y tenía base sólida para hacerlo, y hubiera logrado lo que prometía de no haber sido por la gran peste. Cuando yo era niño, había todavía gente que recordaba haber visto los primeros aeroplanos. Yo vi los últimos. Han pasado sesenta años...
Los niños escuchaban su monólogo con aire distraído. No comprendían casi nada de lo que decía, y estaban hartos de su machaconería, tanto más cuanto que, en sus ensueños en voz alta, empleaba un inglés más puro, que no tenía sino una lejana relación con la tosca jerga que ellos empleaban y que el viejo empleaba al hablar con ellos.
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La Peste Escarlata
Science FictionCuenta la historia de como la humanidad término extinta gracias a la peste escarlata una enfermedad mortal que acabo con la población y humanidad así como toda la cultura y como Smith un profesor de universidad sobrevive a esta travesía y como i...