Entre el día y la noche

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Nunca sentí gran atracción hacia el bosque.

Rara vez iba, principalmente de cacería. Sé que no es común que una princesa salga a cazar por su cuenta, pero a mi padre no le molesta: sabe que puedo cuidarme sola.

Nunca, y digo nunca, hubiera imaginado que conocería a mi primer amor bajo la sombra de uno de esos viejos arboles.

Iba caminando con la ballesta en la derecha y la rienda con la que guiaba a mi yegua en la izquierda. Busqué con la mirada una presa, pero lo único que logré divisar fue una figura tendida bocabajo en el suelo. Solté la rienda y corrí hacia aquel hombre para tratar de ayudarlo. Se encontraba inconsciente, y aún así mostraba una expresión de gran dolor (supongo que físico).

No hace falta decir que inmediatamente lo subí como pude sobre el lomo de mi yegua y cabalgué hasta el castillo tan rápido como me fue posible. Al llegar me encargué personalmente de que el doctor de la corte real lo atendiera. Los minutos que esperé fuera de la habitación parecieron eternos, sintiendo como la ansiedad y angustia me carcomía de a pocos. El doctor abrió la puerta y me explicó sobre la condición en la se que encontraba. Por supuesto que entendí menos de la mitad de lo explicó, nunca fui la mejor con términos médicos. Pero según parecía tenía hematomas, algunos rasguños y varias lesiones. Tardaría unos meses en recuperarse pero estaría bien. Luego me preguntó si es que quería verlo, ya que parecía estar despertando.

Entré en la habitación y llegué al lado de la cama justamente cuando empezaba a abrir los ojos. Tuvimos un pequeño dialogo (preguntó lo que era de esperarse: dónde estaba, cómo había llegado, etcétera). Pero entonces me tocó preguntar a mí y salió la terrible verdad: aquel muchacho había perdido la memoria por completo. Ahora no solo era un desconocido para nosotros, sino hasta para él mismo. No pude evitar sentir cierta lastima por él. Pero la noche estaba cayendo y era hora de que me fuera, así que cortésmente me despedí y encaminé hacia mi dormitorio, no sin antes prometerle que volvería a visitarlo al día siguiente. La idea ciertamente pareció gustarle, lo cual hizo que la sangre ardiera en mis pómulos.

Y así lo hice: volví al día siguiente... y al siguiente... y al siguiente, hasta que se convirtió en algo de costumbre ir a visitarlo y pasar las tardes con él.

A decir verdad era bastante agradable. Aquel muchacho era bastante diferente a lo que yo conocía. A diferencia de los habitantes de Luminouze (reino en donde nos encontrábamos, en donde yo había crecido y en donde me conocían más bien como "princesa") él no temía a la noche: más bien parecía gozar de ella. Siempre se mostraba más activo y animado después del atardecer. Y con el tiempo, yo aprendí a gozar con él. Me enseñó a ver la oscuridad con otros ojos, me enseñó a no temerle a la noche y me ayudó a entender que entre las sombras el mundo seguía siendo igual. No había razón para temerle a la oscuridad. La noche no era nada más y nada menos que el día teñido de negro.

Y así fue como poco a poco, sin darme cuenta, me fui enamorando de él. A pesar de no saber su nombre. A pesar de no conocer su pasado. A pesar de no saber mucho sobre su vida (no más que él), había algo de lo que estaba segura... lo quería como nunca había querido a ningún hombre en mi vida.

Y ese sentimiento quedó más que confirmado la primera vez que nuestros labios se rozaron. Porque aunque fue corto, fue lo suficientemente perfecto como para vivir el resto de mis días pensando en aquel beso. Aunque yo sabía y temía que algún día recuperaría la memoria y ya estando sano del todo partiría y volvería a dónde sea que perteneciera. Volvería a sus tierras, con sus amigos, familia y probablemente con alguna mujer que hubiera de estar preocupada por él y ansiosa por el día de su regreso. Yo sabía que algún día volvería su memoria, y que cuando eso sucediera yo tendría que dejarlo ir. No iba a negar que me doliera. ¿Si me sentiría herida? Más bien destrozada. Pero sería algo normal (pues una siempre llorará la pérdida de su primer amor). Pero con el tiempo lo entendería: comprendería que él tenía más motivos para irse que para que quedarse. Y, si Dios quería, hasta llegaría a superarlo.

Ya han pasado tres años desde que se fue. Y siendo sincera estoy muy feliz de que haya podido volver con las personas que ama.

Cada semana recibo una carta por su parte (tal y como prometió que escribiría el día que se marchó). Siempre me alegra oír de él y de las divertidas anécdotas que ha vivido desde que volvió a su hogar. Por supuesto que yo también le escribo contándole sobre cómo me ha ido a mí y al reino que prontamente gobernaré con el título de "reina".

Uno diría que seguiren contacto con la persona con la que viviste un gran amor frustrado es unaclara muestra de masoquismo, pero... uno de los más grandes privilegios de seramigo es poder permanecer junto a la persona que uno ama, incluso si es a través de cartas,

Y ESE, SEÑORAS Y SEÑORES, FUE MI TRABAJO DE LENGUA. EN EL CUAL, POR CIERTO, ME PUSIERON UN 17 😒. ESPERO QUE LES HAYA GUSTADO, NO OLVIDEN VOTAR Y COMENTAR. BESOS Y ABRAZOS A TODOS LOS GATIS 😘.

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