Algunos ateos pueden haber tenido tales experiencias, pero puedo asegurarle que este no es el caso en la mayor parte de las situaciones. Para mí, y para la mayor parte de los ateos, el viaje de la creencia a la no creencia es simplemente un proceso gradual de descubrimiento que eventualmente conduce a que dios o los dioses se hacen innecesarios.
No necesito un dios para explicar el origen o la evolución de la vida sobre la Tierra; la evolución proporciona una explicación naturalista e imponente que es apoyada por montañas de evidencias. No necesito un dios para consolarme contra el miedo a la muerte y lo desconocido; no temo a la muerte. No necesito un dios para dar cuenta del egoísmo humano o el altruismo; mi entendimiento de la naturaleza humana logra esto.
En suma, como mi conocimiento ha aumentado, los huecos que un dios podría haber llenado se han hecho cada vez más pequeños, al punto que ya no es necesario un dios. No estoy más enfadado con "Dios" de lo que lo están los cristianos con los dioses del Monte Olimpo. Los cristianos simplemente no tienen ninguna necesidad de creer en dichos dioses, no pierden nada por rechazarlos. Lo mismo es verdadero para mí y "dios".
Para terminar, un ateo rechaza la creencia en un dios o dioses porque las pruebas no obligan a tal creencia. Esto no conduce a un universo solo y aterrador; de hecho, le da más significado a la vida, y más propósito. Los ateos no están enfadados ni son resentidos; son pensativos, humanitarios y respetuosos con la dignidad inherente a todos nosotros. No merecen ninguno de los ácidos calificativos con los que constantemente se los asocia.
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