Por mucho que el caballero del Cisne lo intentara, llevaba varias noches igual... Desvelándose en la madrugada, cubierto de sudor, jadeante, con la sensación de haber vuelto del infierno, pero sin sentir allí el castigo de los pecadores. El infierno de sus sueños, tenía ojos y cabellos esmeraldas, piel clara, casi prístina, pero tan ardiente como un volcán. Ni siquiera el sumergirse en el mar de Siberia conseguiría calmar semejante calor.
Ya hacía tiempo que las batallas habían cesado, por lo que ahora todos podían llevar una vida más tranquila, dedicada un poco más a ellos mismos, aunque sin desprenderse del todo de su pasado. Salvo Shiryu, que se fue a vivir a China con Shunrei, e Ikki, quien viajaba constantemente por todo el mundo, tanto Seiya como Shun y Hyoga decidieron quedarse en la Mansión Kido. A Saori le gustaba tenerlos cerca como amigos y ayudarlos en esa nueva etapa de su vida, a la que parecía que todos se habían conseguido adaptar muy bien. Shiryu se convirtió en profesor de mitología china en la universidad de Hong Kong, Ikki iba de un lado a otro inspeccionando competiciones de artes marciales, Seiya pasó a ser el guardaespaldas habitual de Saori, Hyoga consiguió llegar a ser actor y modelo, ganando fama rápidamente en el país, sobretodo entre el público femenino, y Shun, siempre tan preocupado por el bienestar de los demás, entró rápidamente como embajador de la Fundación en cuestiones humanitarias. Siempre que hubiera una gala a favor de los más necesitados o un viaje que hacer a algún país pobre, allí estaba él. La vida les sonreía bastante y, aunque estaban juntos tanto como podían, no siempre les resultaba suficiente, sobretodo para el joven ruso.
Había tenido demasiado tiempo para pensar en si mismo desde el último combate, planteándose qué debía hacer y como se sentía respecto a su vida. El nombre del caballero de Andrómeda salía con demasiada frecuencia al intentar ordenar sus pensamientos, pero no lo podía evitar. Su cosmos era tan cálido como su sonrisa, digna del ser más hermoso jamás conocido. Deseaba que esa luz que despedía, brillase sólo para él, conocer su corazón mejor que nadie y disfrutar de la calidez de su cuerpo como ningún dios ni mortal había hecho jamás. Lo amaba hasta el punto de la locura, pensando en él cuando tenía que hacer alguna escena romántica, haciendo que todo el que lo veía se preguntara cual era la fuente de aquella pasión y romanticismo tan maravillosos de los que siempre hacía gala.