Habían pasado cuatro años desde la última vez que supe algo de Colin. Cuatro años sin llamadas, sin mensajes, sin una sola señal de vida. Y lo prefería así. No estaba lista para verlo, ni entonces ni ahora... y probablemente nunca lo estaría.
Esa noche tenía que recoger a mis hermanos y a mi primo para asistir a la gala benéfica contra el cáncer, una tradición anual de nuestra familia. Tras darme una ducha rápida, me vestí con un elegante vestido blanco que me llegaba hasta los muslos. Me rizé el cabello con esmero y me maquillé lo justo para destacar mis rasgos. Unos tacones blancos y un bolso de mano a juego completaron el look. Bajé al garaje, subí a mi Lamborghini blanco —regalo de mamá— y conduje hacia el penthouse donde papá vivía cuando era joven.
David y Erick, mis hermanos de 18 años, me esperaban afuera, junto a Jayden, mi primo, hijo de mi tía Stefany y del tío Dylan. Los tres estaban de pie junto a la acera, impecablemente vestidos y atrayendo miradas de todas las mujeres que pasaban por ahí. Era lo normal con ellos: carisma, belleza y actitud les sobraban. Francamente, resultaba exasperante.
— Vamos, primita, déjame conducirlo —dijo Jay, poniendo su mejor cara de niño bueno.
Con una sonrisa descarada, le saco el dedo del medio a Jay. Nadie toca a mi bebé. Nadie lo conduce excepto yo. Él niega con la cabeza, ya acostumbrado a mi negativa, y sube resignado al asiento trasero junto a Erick. David ya le había ganado el lugar del copiloto, como siempre. Ambos se apresuran a abrocharse el cinturón, porque mi forma de conducir no es precisamente... legal. Siempre sobrepaso el límite. Pero vamos, este coche está hecho para correr, y además, nunca me han pillado.
Llegamos al salón de eventos en cuestión de minutos. Frente al lugar, figuras reconocidas posan en la alfombra roja bajo los flashes de los fotógrafos. Bajo de mi Lamborghini con elegancia, le lanzo la llave al aparcacoches con una advertencia silenciosa en la mirada. Si me lo devuelve con un solo rasguño, se va a arrepentir.
Apenas aparecemos en escena, las cámaras se giran hacia nosotros. No es para menos: Leah Black acompañada por tres tipos que parecen salidos de una portada de revista. Jay me rodea la cintura, David apoya su brazo sobre mis hombros, y Erick se agacha delante de mí, posando como si fuera una sesión improvisada. Los tres empiezan a hacer caras ridículas o a presumir músculos levantando las mangas del traje —aunque entre el corte ajustado y las luces, apenas se nota algo. Yo solo sonrío, acostumbrada a sus tonterías.
Cuando por fin me deshago de los tres, camino hacia la entrada con paso firme. Pero algo me detiene.
Una mirada.
Me doy la vuelta, sintiendo ese cosquilleo incómodo en la nuca, y ahí está: un hombre al otro lado de la alfombra, vestido con un esmoquin oscuro que parece hecho a medida para contener esa espalda ancha y esos brazos gruesos. Alto, imponente, con el cabello corto y castaño. Sus labios son delgados, y desde donde estoy no alcanzo a ver el color de sus ojos, pero su mirada está clavada en mí. No parpadea. No se inmuta. Me estudia.
Estoy tentada a dedicarle otra peineta —más sutil esta vez— pero me reprimo. Le mantengo la mirada un segundo más antes de girarme y seguir mi camino como si nada, aunque algo en mí vibra con inquietud.
Junto a la barra localizo a mis padres, juntos como siempre, mirándose con esa intensidad que nunca deja de sorprenderme. Cada vez que los veo así, pareciera que se están despidiendo, como si se hablaran por última vez. Su amor es tan real, tan palpable, que por un segundo olvido que no todo el mundo tiene esa suerte.
—Dios, papá, ¿tú nunca envejeces o qué? —gruño en tono burlón mientras me acerco a ellos.
Si no los conociera, pensaría que se han hecho algún que otro retoque para mantenerse tan impecables. Pero no, son así de forma natural, lo que es aún más irritante.

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True Love
Romance¿Qué sucede cuando el hombre del que estás enamorada, tu novio, de un día para otro decide que ya no te quiere? Cuando, sin previo aviso, te dice que nunca fuiste nada para él y que lo único que buscaba era romperte el corazón, para luego irse sin m...