Mike da una larga calada al canuto, se acerca a mí y expulsa el humo a centímetros de mis labios, mientras yo lo aspiro lentamente.
— Colin es un hombre muy famoso — dice, y después me da un casto beso en los labios.
Mike es increíblemente dulce, a pesar de su apariencia de chico malo. Nos tumbamos sobre la arena, y me ofrece su brazo como almohada. Yo lo acepto encantada, disfrutando de la calma que me proporciona.
— No debe ser tan famoso si yo nunca he oído hablar de él — murmuro, entrecerrando los ojos.
Mike empieza a hablar sobre Colin. Seguro que los efectos de la marihuana lo hacen hablar más de la cuenta, y me sorprendo por la cantidad de información que me da. Al parecer, Colin aparece en casi todas las revistas de atletas. Según Mike, es el quarterback del equipo de fútbol americano de Nueva York. No soy fan de ese deporte, pero la verdad es que nunca he ido a ver un partido. Me sorprende que mi padre nunca lo mencionara, ya que él es un gran fan del fútbol.
De repente, la expresión de Mike cambia por completo. Se pone serio, y clava en mí una mirada intensa y algo roja, como si el porro estuviera afectando su concentración. Tenía los ojos ligeramente achinados, signo de la cantidad que habíamos fumado, y ya íbamos por el tercero. No estaba segura de que fuera una buena idea consumir tanto en una sola noche.
— No quiero que te acerques a Colin Wayne — dice, su tono serio y grave.
Es difícil tomarlo en serio cuando sus palabras apenas salen, arrastradas por unos labios resecos que parecen resistirse a moverse. Sus ojos, tan rojos que dudo que alguna vez hayan sido blancos, hacían que el gris de sus iris pareciera más claro, casi plateado, dándole un aire aún más etéreo y desubicado.
No sé si fueron sus palabras o simplemente el efecto de la marihuana corriendo por mi sistema, pero estallé en una carcajada sonora. Mi garganta seca se quejaba con cada risa que escapaba, y mis ojos, igual de secos, ni siquiera podían llorar por el esfuerzo. No entendía de dónde venía todo eso. Mike nunca fue celoso, y yo jamás le di razones para serlo.
Claro, eso quitando el hecho de que nuestra relación nunca tuvo espacio para el amor. Desde el principio fue un acuerdo tácito: placer, compañía, distracción... pero sentimientos, jamás. El amor estaba vetado, proscrito, enterrado bajo capas de negación y necesidad compartida.
—¿Es celos lo que sientes? —pregunto cuando por fin logro controlar la risa, al menos lo suficiente para que mis palabras suenen claras.
Él no responde. En cambio, ataca mi boca con fiereza, un beso rudo, cargado de una intensidad que me deja sin aliento. Le respondo con la misma pasión, y, como siempre, me sorprende lo bien que encajamos. Lo nuestro es pura atracción, deseo sin promesas ni expectativas. De un movimiento ágil, me coloca a horcajadas sobre él. Sus manos recorren mi espalda, provocando un gemido involuntario que se escapa de mis labios. Me aferro a sus bíceps, esos brazos tatuados que tanto me gustan. Sus besos son de los que dejan temblando, de los que piden más incluso cuando ya lo diste todo.
Con esfuerzo, rompo el beso justo cuando sus manos se deslizan bajo la corta falda de mi vestido. Lo deseo, claro que sí, y él me desea también, eso nunca estuvo en duda. Pero aún no estoy lista para cruzar esa línea.
—Es hora de irme —murmuro con una sonrisa, suave pero firme.
Mike no protesta. Solo asiente, entendiendo sin palabras. Y eso es algo que valoro: él me entiende. Esa complicidad silenciosa es lo que hace nuestra extraña relación tan sencilla.
Con un beso casto nos despedimos y cada uno subió a su coche. Ninguno estaba realmente en condiciones de conducir, pero como era costumbre, tampoco lo mencionamos. Dormir en una playa desierta a las afueras de la ciudad no formaba parte de mis planes.

ESTÁS LEYENDO
True Love
Dragoste¿Qué sucede cuando el hombre del que estás enamorada, tu novio, de un día para otro decide que ya no te quiere? Cuando, sin previo aviso, te dice que nunca fuiste nada para él y que lo único que buscaba era romperte el corazón, para luego irse sin m...