CAPITULO 1

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La noche estrellada dio paso a un nuevo día donde los suaves rayos de sol se filtraban por entre las cortinas. Pronto los pájaros felices, comenzaron a cantar sus gracias por una nueva oportunidad para vivir. El sonido de los autos cada vez más alto, anunciaba que la ciudad cobraba vida con más intensidad. La rutina envolvía a todas las personas que se alienaban en una manera de vivir: trabajar para sostener a una familia que, en muchos casos, apenas soportaban.

En medio de todo ello se encontraba Daniel, o Dani como sus amigos lo conocían. Perdido aún entre sus sueños, no comprendía que este sería uno de sus últimos amaneceres. Ante la tranquilidad que da la ignorancia, dormía con una respiración lenta y una leve sonrisa en los labios.

Sintió como el tibio cuerpo femenino se removió a su lado sacándolo de un sueño que hacia minutos dejó de ser profundo. Abrió los ojos un poco sobresaltado antes de recordar las hazañas de la noche pasada, donde la ropa estorbaba y las ganas sobraban. Tuvo que elevar un poco su cabeza para buscar aquel rostro que los tragos del día anterior le impedían recordar. Era hermosa sin lugar a duda, tenía el cabello largo y rubio que se esparcía por su espalda y parte de su almohada, lo que más le gustó, fue que no tuviera una capa de maquillaje que al despertar la hiciera parecer un payaso terrorífico.

Lentamente se deslizó hasta librarse de la pierna y brazo que le envolvían. Por muy tentador que pareciese la opción de quedarse en la cama y tal vez degustar otra vez los manjares de aquella bella mujer, prefería mil veces ducharse y salir a correr. Era un hombre de rutina que disfrutaba tener cierto control sobre su vida, aunque disfrutaba enormemente de la adrenalina que las sorpresas generaban.

El baño no duró mucho, apenas lo suficiente para alejar las pruebas de una noche de sueño profundo y pudiera salir al mundo con un rostro fresco. Como siempre hacia cuando tenía una compañía inesperada en su cuarto, se puso la ropa en el baño donde dejaba una muda deportiva lista para ser usada. Compartir la cama era una cosa, otra muy diferente era permitir que una completa extraña viera como hacia algo tan rutinario como vestirse, solo pensaba que eso era algo demasiado intimo que nadie más tenía que presenciar.

Salió del cuarto sin mirar atrás con la esperanza de que al volver la mujer se hubiera ido. Bajó con grandes saltos las escaleras para ver a uno de sus compañeros tirado en el sofá, seguramente al verse incapaz de subir los escalones por lo ebrio que estaba. Se sirvió un poco de jugo de naranja tratando de no hacer ruido, pero el vaso de vidrio se deslizó por entre sus dedos hasta caer sobre el suelo hecho añicos. Oscar, su compañero, abrió unos ojos demasiados rojos para ser normales, le observó como si de un alienígena se tratara y finalmente, se cubrió la cabeza con un cojín en medio de maldiciones. Daniel no se preocupó por recoger los vidrios rotos, solo tomó otro vaso para servirse su jugo y, después de beberlo, salió del departamento.

Dentro del ascensor que lo bajaría al lobby acomodó bien los cordones de sus zapatillas deportivas, miró que su sudadera y camiseta estuvieran bien puestas y se dispuso a salir corriendo desde el momento mismo en que las puertas se abrieran. Saludó con una sonrisa al vigilante que siempre le sostenía la pesada puerta de vidrio sin que Daniel tuviera que detener su trote, así, se perdió en medio de las calles de esa gran ciudad.

Trotó a un ritmo constante por al menos 10 minutos, su Ipod reproducía la lista que siempre escogía para sus mañanas deportivas, cada canción le mostraba en que parte de la ciudad debería ir o si estaba retrasado. Le gustaba ver como lentamente todo a su alrededor comenzaba a verse más activo, algunos apenas volvían a sus casas para cambiarse de ropa y llenarse de cafeína para afrontar las obligaciones del día, otros ya vestidos con sus mejores prendas, se subían a sus autos para llegar a sus oficinas temprano.

TRES DÍAS PARA MORIRDonde viven las historias. Descúbrelo ahora